Jueves, abril 25, 2024

Aguascalientes, al son del post toro de lidia

Destacamos

Aguascalientes siempre tuvo una feria muy animada y torera. Con pocos festejos cuando se desarrollaba en la antigua plaza San Marcos, y tal vez demasiados en los tiempos actuales, bajo la égida de EDMSA y con un desatado triunfalismo como norma. Antes, el sabor lo ponían sobre todo los toreros de la tierra, El Calesero y Rafael Rodríguez primordialmente, en pugna con los Procuna, Capetillo, Córdoba, Huerta, Silveti, Moro, Leal; vinieron luego Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera y Mariano Ramos, seguidos por los hermanos Armilla –Fermín dio siempre su mayor dimensión toreando en casa– y sus coetáneos David Silveti, Jorge Gutiérrez y, en plena ampliación de la cartelería, hispanos de la categoría del Capea, Manzanares, Ortega Cano y Joselito, bajo un ambiente en el que se hizo ídolo Vicente Ruiz El Soro –casado con una hidrocálida– y nunca faltaban, por mor de paisanaje, los fraternos Ricardo y Luis Fernando Sánchez o hidrocálidos adoptivos como César Pastor.

El gigantismo –doce o más festejos a lo largo de la muestra comercial de la ciudad en feria– traería carteles cada vez más nutridos y variados, firme ya la empresa Bailleres en la idea de organizar la serie de corridas más opulenta y cuantiosa del país. A lo largo del siglo XXI, ha sido ésta la marca del serial sanmarqueño, marcado a fuego por José Tomás y la gravísima cornada que “Navegante” de De Santiago le infligiera (23.04.2010), pero también por varios faenones del de Galapagar, dispuesto siempre a marcar diferencias frente a diestros adictos a los sones de Pelea de Gallos como seguro pasaporte a faenas de relumbrón y apéndices facilones. Entre docenas de festejos sin historia –sin importar orejas, rabos y hasta indultos carentes de trascendencia– ha quedado lo que JT logró con un arisco ejemplar de Teófilo Gómez en 2009 y en su mano a mano con El Zotoluco del 3 de mayo de 2015, especialmente con “Pollo Querido”, de Fernando de la Mora. Porque ni siquiera la encerrona de todo un Joselito Adame, el mismo año 15, pudo saldarse con el éxito anhelado. Y todo por culpa del ganado, fiel representación, con excepciones muy contadas, del nefasto post toro de lidia mexicano, enseñoreado de nuestra fiesta mientras taurinos y criadores de pacíficos burros con cuernos miran hacia otro lado.

 

Seria advertencia

 

Tiene su miga el juicio emitido por Juan Antonio de Labra a propósito del fiasco que supuso, el mero día de San Marcos –lunes 25–, el esperado mano a mano de El Juli y Joselito Adame con toros de Los Encinos. Colección de bichos descastados y sin alma, del todo ineptos para una presunta pugna entre figuras. “Con toros como éstos –apunta De Labra– (los toreros) están obligados a mostrarse sumamente entregados y expresivamente dispuestos, pues de otra manera resulta muy complicado conectar con la gente, que en estos días se ha fumado varias corridas soporíferas.” Así, inaccesible al desaliento, anduvo Joselito Adame, y aunque su lote no permitía mayores cosas, entre su buena voluntad y la de la multitud que llenaba el coso se las arreglaron para arrancarles una oreja al 2º y al 6º del infame hato encinar. Tal vez para no exponerse a las protestas con sordina que saludaron esa doble concesión, Julián López prefirió abreviar y marcharse al hotel sin más novedad que su propia frustración. Que, en el fondo, era la de todos.

 

Desfile de mansos

 

El problema no es que unos toros salgan propicios y la mayoría no tanto. Esto ha ocurrido siempre. Lo preocupante es el uniforme declive de las ganaderías favoritas de los ases foráneos –que son los que ahora mandan, a contrapelo con nuestra historia–, que va de la caída vertical de la bravura a la completa ausencia de poder y bríos. Así, de nada sirve lo que haya podido ganarse en apariencia –la pura imagen, tantas veces ligada a la “puesta a punto” de tales encierros con complejos hormonales diseñados para la engorda–, porque sin la fiereza de la sangre bovina no hay tauromaquia que se sostenga. Y a la larga la afición deserta –ahí está la México, soportando entradas paupérrimas en la mayoría de los festejos de sus temporadas pomposamente llamadas “grandes”, y desierta en las novilladas–, el interés decae y la fiesta desaparece de los medios, vehículo privilegiado de su inmensa repercusión popular de otros tiempos.

Queda en pie la esperanza representada por ciertas ganaderías jamás programadas en carteles de “figuras” –cuántas comillas, vive dios–, por más que hayan probado poseer la casta y el picante de que carecen los archisabidos criaderos de reses ruinosas, aplomadas desde su aparición por la que ya nadie denomina “puerta de los sustos”, pues éstos han sido sustituidos por consuetudinarias decepciones. Allí está La Joya, que dio el ejemplar más bravo de la temporada capitalina, que fue también el más bello –“Seda de Oro”, el colorado melocotón desorejado por Castella–. Y allí están Santa María de Xalpa, José Julián Llaguno o, con Piedras Negras, la larga lista de divisas tlaxcaltecas, olímpicamente ignoradas por los taurinos y su invariable adhesión a la media docena de proveedores de los insulsos encierros que, lo mismo en México que ahora en Aguascalientes, ejemplifican de maravilla lo que es el post toro de lidia mexicano, y explican sin palabras –ni puyazos, malamente simulados– el deplorable estado actual de nuestra fiesta otrora brava.

 

San Marcos 2016

 

Luego de reiterados fiascos ganaderos, que prácticamente hicieron pasar en blanco los dos primeros fines de semana de la feria hidrocálida, un hierro de reciente cuño –el de Enrique Fraga, sangre Domecq– insinuó el martes la posibilidad de añadirse a los mencionados como rescatables, con astados de juego y presencia serios, sin excesos. Ese día, en pugna con otros seis aspirantes a la Oreja de Oro, cartel hogaño reservado a diestros escasos de contratos aunque no de aspiraciones, fue Gerardo Adame quien triunfó. Los de Fraga darían paso a una tarde interesante, con buenos momentos a cargo de Víctor Mora, Antonio Romero y Luis Conrado, cuyos mellados aceros limitaron los trofeos a la oreja cobrada por el primo de Joselito Adame.

El viernes 29, en la séptima del ciclo, los cuatro de San Isidro se dejaron torear y El Payo confirmó su gran momento –es por hoy el más puesto entre los jóvenes nuestros que siguen la estela de Joselito Adame–, aunque reiteradas fallas al matar limitaran su retribución a una modesta vuelta al anillo, mientras el local Diego Sánchez, con hechuras pero sin rodaje, cobraba un apéndice muy de Aguascalientes –benévolo a más no poder– y se iba en blanco un aburrido Pablo Hermoso de Mendoza. Pero el sábado volvimos a las andadas, excepto por un buen 4º de Fernando De la Mora al que Ignacio Garibay desorejó. Incluso, hubo que parchar con tres insípidas reses de Pepe Garfias la corrida anunciada, notoriamente falta de presencia.

 

Feria de Puebla

 

Lo que fue un serial de lujo en los años 90 está convertido, gracias a un deplorable intervencionismo gubernamental que data de 2004 y terminará por acabar con El Relicario, a un deshilvanado terceto de festejos, desambientados y con muy poco eco.

El sábado, en la 2ª de feria –que un tedioso espectáculo de recortadores hizo eterna–, algo movió la taquilla Pablo Hermoso de Mendoza, que terminaría por desorejar a su segundo de Campo Hermoso tras ser avisado en el otro. Como avisados fueron también Federico Pizarro (rescató una orejita del 4º) y Arturo Saldívar, que ha caído en profundo bache. Para los de a pie, cuatro raspas de Los Ébanos sin embestida ni trapío. Lo dicho.

 

¡Suerte!

 

Así le puso Juan Antonio de Labra a la flamante revista que ha editado y cuyo número inaugural vio la luz en Aguascalientes y está mayormente dedicado a su feria. El proyecto es de lo más interesante y novedoso, y el número inicial contiene textos del propio director –sobre la ganadería de Los Encinos, de los señores Martínez Urquidi–, Jorge Raúl Nacif –dedicado al ejemplar encierro de la misma divisa con que se cerró, triunfalmente, la pasada feria de Guadalajara–, dos plumas hispanas de tanta prosapia como Álvaro Acevedo y Paco Aguado –ambos tienen por tema común a Morante de la Puebla y su actuación en la reciente feria sevillana–, Carlos Loret de Mola –con unas “Instrucciones para sobrevivir a José Tomás”–.

Y, en torno a la propia feria de San Marcos, un detallado análisis previo de Beto Murrieta, un texto histórico con la sapiente firma de Xavier González Fisher, y un reportaje–entrevista de Horacio Reiba a Joselito Adame, la máxima figura mexicana del siglo XXI.

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