En todas partes del mundo los sistemas electorales están al borde del colapso, ya que las sociedades con mayores o menores años de ejercicio democrático no encuentran en los procesos comiciales, el sistema de partidos y los candidatos respuestas viables y reales a sus necesidades y demandas.
En México y Puebla por supuesto que imperan las mismas calamidades, pero con algunas particularidades, pues aunque se pregona desde los grupos acomodados del poder y dinero que hay una “normalidad democrática”, en realidad el financiamiento y limpieza de los órganos electorales está a completa merced del gobernante en turno, lo cual es a todas luces una contradicción para cualquier juego democrático.
Es así que la autoridad comicial pasa a ser un instrumento más de quien ostenta el poder político y debería estar al margen de la elección.
Tal vez por eso se explica el gravísimo abstencionismo que hubo en el proceso del domingo pasado, y que ahora José Antonio Gali Fayad vaya a ser el presidente municipal de Puebla con el voto de apenas dos de cada ocho poblanos que tenían derecho a sufragar. Es así que el aspirante oficial en los hechos no cuenta con el respaldo de la mayoría de los electores y, sin embargo, realizaría políticas públicas que afectarán a todos.
La baja participación ciudadana tiene su explicación en la propaganda negra, la compra y coacción de los votos, el dispendio en las campañas, las flagrantes transgresiones a la ley y todo ese cúmulo de vicios que fueron denunciados pero jamás corregidos, sino antes, consumados al más alto nivel.