Martes, abril 23, 2024

1968: Contracultura*

El 68 es la fecha emblemática de una rebelión político–cultural que se gestó durante los años sesenta y que en algunos aspectos continúa hasta nuestros días. En México nos hemos acostumbrado a pensar en el 68 casi exclusivamente refiriéndonos al movimiento estudiantil y a la masacre del 2 de octubre, sin embargo, el fenómeno, sobre todo en sus aspectos culturales, comprende otros aspectos que generalmente se soslayan, por ejemplo, el movimiento hippie y el consumo de drogas por amplios sectores de la clase media, a los que solo José Agustín, Parménides García Saldaña y Enrique Marroquín prestaron atención y años más tarde Carlos Martínez Rentería, Jorge Hernández Tinajero y los editores de la revista Generación y Cáñamo, así como, en fechas más recientes, Luis Astorga y Ricardo Pérez Montford, que han escrito sendos volúmenes sobre historia de las drogas, aunque no se han referido específicamente a los años sesenta, década que todavía espera un historiador que analice lo que aconteció durante este interesante periodo. Quisiera entonces evocar este otro aspecto de la rebelión juvenil con la intención de que no olvidemos que ahí se gestaron muchos cambios muy importantes en las sociedades occidentales, y en las occidentalizadas, como México, también. De ese periodo derivan problemas de importancia crucial en el México actual, como la alarma generalizada contra el consumo de drogas, que hoy se comienza a mitigar con el tímido reconocimiento de la necesidad de legalizar la marihuana, y, por supuesto, la guerra contra el narcotráfico.

En su libro Posdata Octavio Paz hace una interesante observación, que me parece, da en el blanco: dice que “el sentido profundo de la protesta juvenil –sin ignorar ni sus razones ni sus objetivos inmediatos y circunstanciales– consiste en haber opuesto al fantasma implacable del futuro la realidad espontánea del ahora. La irrupción del ahora –dice Paz– significa la aparición, en el centro de la vida contemporánea, de la palabra prohibida, la palabra maldita: el placer. El placer muestra esa mitad oscura del hombre que ha sido humillada y sepultada por las morales del progreso: esa mitad que se revela en las imágenes del arte y del amor. La definición del hombre como un ser que trabaja debe cambiarse por la del hombre como un ser que desea”, concluye Paz

El movimiento estudiantil, en el mundo y en México, no solo fue una gigantesca protesta contra el autoritarismo en prácticamente todos los órdenes de la vida social, desde la política hasta la academia, la familia, las relaciones de pareja y generacionales, lo interesante de esa protesta es que tuvo un carácter lúdico, festivo, con una alegre irreverencia por delante.

Me parece que el 68, entendido como emblema, tiene tres componentes que lejos de ser excluyentes coexistieron en el imaginario de la rebelión juvenil en distintas proporciones, pero siempre formando una tríada. La mayor o menor presencia de estos componentes dependió de la circunstancia histórica de cada país, y al interior de cada país, de la circunstancia personal de los protagonistas, es decir, de sus lecturas, sus preferencias estéticas, políticas, filosóficas, sexuales, musicales y demás.

El primero de estos componentes es el reformista–democrático, preferentemente universitario, que en América Latina encuentra en Salvador Allende su figura más acabada; el segundo es el revolucionarioarmado, cuyos ideólogos son también universitarios radicalizados que se inspiran sobre todo en la revolución cubana y tienen al Che Guevara como su figura central; y el tercero es un movimiento libertario–pacifista, con dos figuras clave: Martin Luther King y John Lennon. Cada uno de ellos asesinado por diversas razones.

Paralelamente o combinada con las revueltas estudiantiles en Berlín, Fráncfort, Turín, Tokio, Milán, Roma, Praga, París, Brasil, Argentina, Chile, California y México, se va gestando no propiamente un movimiento, porque no tiene una dirección definida en un conjunto de demandas, aunque no carece de propósitos claros, se va gestando, digo, un contagio cultural que se expande por el cuerpo social mediante la literatura, la pintura, la poesía, el cine, el teatro, pero sobre todo la música, principalmente el rock.

El centro fuerte de irradiación cultural es el mundo anglosajón y tiene a la cabeza a grupos como los Beatles, los Rolling Stones, Pink Floyd, Janis Joplin, Bob Dylan y los Doors.

Las fuerzas extranjeras que tanto temía Díaz Ordaz no venían, como él torpemente suponía, de los burócratas de la Unión Soviética, venían de un movimiento contestatario internacional encabezado por poetas como Allen Ginsberg, músicos como Frank Zappa, filósofos como Allan Watts y chiflados talentosos, como Alejandro Jodorowsky. La cultura mexicana es muy convencional, pero de pronto, en unos cuantos años que no alcanzan ni media generación, la gente cambió a Angélica María, la novia de México, por Janis Joplin, la reina blanca del blues. Esos muchachos acudieron, hasta sumar 150 mil, al festival de Avándaro, el Woodstock mexicano, en septiembre de 1971. Jipitecas, los llamó Enrique Marroquín en su libro La contracultura como protesta. José Agustín los describe así: “Los Jipitecas eran perfectamente conscientes de su rechazo al sistema y algunos creían que podían cambiarlo a través de los alucinógenos, vaciando LSD en los depósitos de agua de las ciudades. En tanto, había que vivir de algo. Algunos eran artistas, pintores y músicos, sobre todo. Otros hacían artesanías. Otros más jipeaban a gusto con el dinero que aún les daba papito. Por supuesto, había profesionistas jóvenes. Otros tenían oficios: eran mecánicos, sastres, técnicos de electrónica o empleados. Todos ejercían sus habilidades en medio de los viajes y el rocanrol, pero otros más estaban empecinados en la hueva y la pasadez total y malvivían del taloneo y de los demás jipis, que los alivianaban un rato y luego los mandaban a volar”.

Después del descubrimiento para las sociedades occidentales de los hongos sagrados de Huautla, la sierra mazateca se convirtió, con el desierto de San Luís Potosí y el lago de Atitlán en Guatemala, en un lugar de peregrinación de jóvenes hippies nacionales y extranjeros.

George Harrison se había familiarizado con la cultura hindú, aprendió a tocar la cítara con Raví Shankar y organizó el festival para Bangladesh, el primer festival musical organizado para atender una causa social, ahí estuvieron Bob Dylan, Eric Clapton y Leon Russell entre otros, y con ese giro musical el interés por las culturas orientales comenzó a tener un carácter masivo.

Los libros de Krishnamurti, Lin Yutang, Lao Tse, el taoísmo y el budismo zen en general comenzaron a adquirir cada vez mayor interés. Iván Illich, Méndez Arceo y Eric Fromm desde su seminario en Cuernavaca hicieron muy interesantes propuestas filosóficas, humanistas y políticas. El libro de Eric Fromm y Suzuki sobre budismo zen y psicoanálisis es memorable. La literatura de José Agustín, Parménides García Saldaña, Juan Tovar, José Vicente Anaya, el cine, el teatro pánico y los cómics de Jodorowsky, la música de Javier Bátiz, los Dug Dugs, el Tri y otros grupos tuvieron, y algunos tienen aún, una importancia significativa en la vida de los jóvenes. Luego vino Carlos Castaneda, reapareció Jodorowsky con su psicomagia, después de haber huido de México debido a las presiones sobre su trabajo, y recientemente Allan Watts, cuya obra ha sido casi totalmente traducida al español. De esta corriente, tan rica y poco explorada por la sociología y la antropología, han derivado grupos y movimientos ecologistas en defensa del medio ambiente en distintos puntos del país, lo que no es poca cosa. Greenpeace, por ejemplo, surgió del movimiento hippie, cuando un grupo de ambientalistas compró un viejo barco y se instaló en el centro de atención mundial al estacionar su nave en el punto donde los Estados Unidos planeaban realizar pruebas nucleares.

En nuestros días todo parece indicar que el componente revolucionario–armado ha perdido credibilidad. Recordemos que el levantamiento zapatista fue más aplaudido por haber dejado las armas de lado que por haberlas tomado. El movimiento democrático reformista permanece bajo diversas formas, la más importante de las cuales se organiza hoy en torno al proyecto de Andrés Manuel López Obrador. Y la tercera, que alguna vez fue pensada como la revolución de las conciencias y de la vida interior, hoy se encuentra degradada, confundida, incomprendida y perseguida bajo el despectivo concepto de drogadicción.

El 68 fue un año axial, es decir, fue el eje en torno al cual giraba una compleja circunstancia socioeconómica, política y cultural de carácter internacional. Las protestas juveniles aparecieron en Praga, contra la invasión soviética, en las universidades de Estados Unidos, en Berkley principalmente, en París, Tokio, Roma y México… y a esa universal inconformidad se opuso inmediatamente una respuesta gubernamental sorda y autoritaria, con una característica que también fue también universal: Todos los gobiernos atribuyeron los desórdenes a una conspiración exterior. Octavio Paz menciona en Posdata una hilarante coincidencia: tanto para el gobierno de México como para el Partido Comunista Francés, los estudiantes estaban movidos por agentes de Mao y de la CIA.

Después de dos guerras mundiales y de los crímenes masivos cometidos por alemanes, rusos y estadounidenses, el 68 fue la primera rebelión internacional contra una sociedad tecnológica empeñada en producir y consumir hasta reventar, mientras mantenía una carrera armamentista y despreciaba a todo aquél que no estaba dispuesto a competir y triunfar. Pues bien, los jóvenes de los países donde esta lógica imperaba con mayor crudeza dijeron ¡A la mierda con todo esto! Y salieron a las calles a gritar de mil maneras un No rotundo al insoportable estado de cosas. No fueron obreros ni campesinos, sino estudiantes quienes llenaron las plazas públicas y las avenidas, pintaron paredes con frases sarcásticas e irreverentes, cantaron y bailaron alegremente porque la protesta era también una fiesta.

El jefe de seguridad nacional de Nixon reconoció, muchos años después, que decidieron desprestigiar el movimiento pacifista contra la guerra de Vietnam acusando a los jóvenes de drogadictos. El movimiento hippie puso en jaque al sistema eficientista norteamericano al plantear un retiro al campo, en comunas dedicadas a la agricultura, a cultivar marihuana y las relaciones de pareja y al ocio. A renunciar al consumo compulsivo que caracterizó a los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, en la que los triunfadores fueron dos generales: General Motors y General Electric.

La rebelión juvenil osciló entre estos dos extremos: su crítica fue atractiva por ser real, pero su propuesta fue decepcionante porque fue irrealizable. Su crítica dio en el blanco, pero su acción no pudo cambiar la sociedad. Esto se debió a la paradoja que es ser estudiante, pues durante largos años se vive en un aislamiento universitario que genera una situación artificial: “Mitad como reclusos privilegiados y mitad como irresponsables peligrosos”. Su inserción en la sociedad no es plena y esto genera una incompetencia de origen en la realización de sus propuestas.

La protesta juvenil fue universal, fue una de las primeras manifestaciones de la aldea global, término que Mcluhan hizo circular por aquella época, pero tuvo características específicas en distintas partes del mundo.

1) En estados Unidos y Europa, donde existe una experiencia plena de lo que es y significa el progreso, los jóvenes se rebelaron contra los mecanismos y la enajenación de la sociedad tecnológica, contra su insaciable sed de consumo, su creciente deshumanización y su frívola idea del éxito. Contra la violencia, abierta o solapada, ejercida sobre sus minorías internas, como los negros y los chicanos, y contra la política agresiva hacia otros países, específicamente la guerra contra Vietnam, que generó un gran movimiento pacifista en los Estados Unidos.

2) En los países del Este europeo, en cambio, la lucha juvenil enfatiza el nacionalismo y la democracia. Nacionalismo frente a la dominación soviética, específicamente la invasión a Checoslovaquia, que produjo la gran protesta contra los rusos durante la primavera en Praga. Y demanda de democracia frente a las abominables burocracias comunistas incrustadas en la vida económica y política de aquellos países. Libertad de expresión y de asociación fueron demandas primordiales entre los jóvenes de lo que hoy es Europa Central. (chiste polaco sobre la diferencia entre socialismo y capitalismo)

3) El movimiento estudiantil del 68 en México tuvo semejanzas con las protestas de los jóvenes tanto de Estados Unidos y Europa Occidental como con la del Este. Pero la afinidad mayor se encuentra, quizá, con los jóvenes de Europa Oriental, que desde una reivindicación nacionalista exigen democratizar la vida de sus países. Allá se lucha contra la invasión y la injerencia soviética mientras que en México se protesta contra el imperialismo norteamericano. Mientras en la Europa del Este se combate a las burocracias comunistas en México se lucha contra el autoritarismo sordo y monolítico del PRI.

El movimiento estudiantil en México fue reformista y democrático, no tuvo el radicalismo que caracterizó a las de Francia, Alemania o Estados Unidos ni compartió las características orgiásticas del movimiento hippie. Las demandas de los estudiantes mexicanos eran elementales y moderadas: Derogar un artículo del Código Penal por anticonstitucional, liberar a los presos políticos, destituir a las autoridades policiacas responsables de la represión y establecer un diálogo público con el gobierno federal. Con estas peticiones, justas y sensatas, se inició el proceso de democratización de la vida política en el país en la segunda mitad del siglo XX. La respuesta del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez fue masacrar a los estudiantes que se hallaban reunidos en la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, y así, con esa brutal represión, terminar de un solo golpe con el movimiento estudiantil. La prensa nacional, en una de sus más vergonzosas e indignas acciones, mintió y minimizó el crimen masivo cometido esa noche en una ciudad que se preparaba para los juegos olímpicos.

La protesta juvenil de aquellos años no fue solo una lucha por los derechos humanos y civiles más elementales, no fue únicamente una sonora demanda de justicia, democracia y libertad de expresión a un Estado encabezado por un presidente soberbio y agresivo, aficionado a los rompecabezas antes que a los libros, enfermo de gastritis y estreñimiento, un hombre corajudo que nunca entendió la época que le tocó vivir. La protesta juvenil no fue sólo el movimiento de los estudiantes enfrentados a la torpeza criminal de Díaz Ordaz y Luís Echeverría, movimiento que llenó las calles y las plazas y llegó a repartir 600 mil volantes diarios para compensar el sometimiento de los periodistas al gobierno; la protesta juvenil fue también un fenómeno cultural que se extendió por el cuerpo social mediante el contagio instantáneo que provoca el compartir los gustos, hermanar las disidencias y celebrar el rechazo a una sociedad que solo apuesta por el trabajo enajenante, la eficiencia competitiva y el consumo hasta el hartazgo. Esta expansión contracultural colocó en el centro de atención no el deber sino las ganas, y no el sacrificio sino el placer, y con ello la exaltación del cuerpo y sus sensaciones, algo que la tradición judeocristiana había censurado desde siempre.

Inspirados por la filosofía libertaria del movimiento beat, millones de jóvenes en todo el mundo renunciaron temporalmente al futuro que les tenía prometido la sociedad industrial: ser un ciudadano obediente, respetuoso del orden establecido y sus instituciones, temeroso del Estado, competitivo en el trabajo y consumidor insaciable, casado por la iglesia, sometido al juicio social, apolítico y creyente en un solo dios verdadero. Un hombre dócil y exitoso que afloja el nudo de su corbata después de haber pagado sus impuestos, cubierto sus obligaciones con las compañías de seguros y los bancos, que se sienta plácidamente a ver la televisión por el resto de sus días. Contra esa montaña de mediocre docilidad, contra esa presuntuosa vacuidad, se rebeló la juventud de entonces haciendo suyas las palabras de Walt Whitman cuando decía: “No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas”.

*Sala Carlos Marx 20–septiembre 2018

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