Zygmunt Bauman, el tan incomprendido filósofo y sociólogo polaco –incomprendido pues hay muchos palurdos que consideran que su “modernidad líquida” es más una cualidad alegre del mundo en que vivimos, que una consecuencia nefasta de los días que corren– alertaba de manera aguda sobre los productos horribles que ha traído la modernidad consigo en su libro Modernidad y Holocausto. En efecto, como sostiene, un fenómeno como el holocausto ha sido apenas contemplado desde las ópticas de la Academia, especialmente desde las Ciencias Sociales y las Humanidades, con lo que se ha reducido su impacto a la sociedad en general. Cuando escribió este texto, poco se hablaba de semejante terror, aunque ya había manifestaciones mediáticas interesantes, como la serie Holocausto (1978), transmitida por el canal Once hace años y que me impactó enormemente. Para él, claro, dicha serie apoyó a llevar al debate público el fenómeno, pero hizo poco para mostrar la realidad detrás de semejante horror: “Que vivimos en una sociedad que hizo el Holocausto posible”. Desde entonces, se han sucedido numerosas expresiones, especialmente en el cine, dedicadas a mostrarnos las atrocidades de los campos de concentración nazi, de los monstruos que colaboraron en ellos y de la barbarie justificada a través de la locura detrás de tan sombríos personajes. Empero, Bauman tiene razón, siempre nos quedamos aislados en los campos, en la atrocidad, en la brutalidad del blanco y negro de las imágenes, en el patetismo y el horror. No obstante, perdemos foco y vemos borrosa la participación de la sociedad y de mundo entero, que puso las condiciones para que semejante cosa sucediera.
Para Bauman, el horror está en dos circunstancias: “En primer lugar, los procesos de ideación que por su propia lógica interna pueden inducir a proyectos de genocidio, y los recursos técnicos que permiten que se pongan en práctica estos proyectos, han demostrado no solo que son compatibles con la civilización moderna sino que es esta sociedad la que los ha posibilitado, creado y proporcionado. (… En segundo lugar, todas las intrincadas redes que ha creado el proceso civilizador de frenos y equilibrios, de barreras y obstáculos que esperamos que nos defiendan de la violencia y mantengan alejados todos los poderes de la ambición y de la falta de escrúpulos, han demostrado que no servían para nada. Cuando se produjo el asesinato en masa, las víctimas se encontraron solas”. En efecto, baste que un presidente como Trump decida sacar a su país de un organismo de defensoría de los Derechos Humanos, para que no lo reconozca y no se rija por sus preceptos morales, tan sencillo como eso. Y por supuesto, tiene un ordenamiento legal, social e ideológico que se lo permite. ¿Sus cárceles para niños son legales? Lo pero es que sí. La humanidad, especialmente en el siglo pasado y lo que va del presente, nos ha regalado numerosos ejemplos de genocidio y de crímenes de lesa humanidad, en prácticamente todo el Orbe, aunque hay que destacar lo sucedido en África, América, Europa y Asia. Por tanto, se confirma esa idea: la modernidad nos da las herramientas ideológicas, jurídicas y tecnológicas para producir genocidios, asesinatos en masa, desapariciones forzadas, tráfico de personas, feminicidios y un sinfín de linduras que nos son habituales. Y si no apoyan estos elementos, en muchos casos producen las herramientas para que los criminales se salgan con la suya.
El patriarcado, por ejemplo, es una construcción ideológica y social que la modernidad no solo no ha eliminado, sino que la ha respaldado desde múltiples aportes: desde la práctica jurídica, desde la ciencia, desde la construcción social, en fin, desde todo el entramado que nos constituye. Se crearon sujetos libres e iguales ante la ley, pero como sucedió con nuestras recién integradas repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX, votaban sólo unos cuantos ciudadanos, no cualquiera. Por ejemplo, las mujeres no podían hacerlo, debido a que no se les concedía la inteligencia suficiente para lograrlo. Hoy que pueden votar y ser votadas, vemos que son asesinadas por el simple hecho de querer hacerlo. A su vez, en recientes fechas celebramos el avance del movimiento femenino en Argentina al obtener un triunfo fundamental –apretado, pero triunfo igual– en el tema del aborto. Sin embargo, y pese a que falta una enormidad por trabajar, hay grupos feministas que desde su propia libertad moderna se dan el lujo de excluir del discurso y del debate a los hombres argumentando que la lucha es de ellas y que el triunfo lo es también. Sea, pero pierden la dimensión de que el asunto es que de lo que se trata es de eliminar el patriarcado y para ello, es necesario trabajar con toda la sociedad, hombres incluidos. Los hombres también somos víctimas del mismo patriarcado, que les quede claro. Como se ve, es necesario reflexionar las razones de tanta muerte relacionada con la modernidad y alertar a la sociedad para que pueda entender que su actuar o su omisión contribuyen de manera decisiva para que esto suceda. Los 43, la muerte de tantos periodistas, el ajuste de cuentas entre bandas del crimen organizado –y la presentación de los cuerpos de la manera en que lo hacen–, los feminicidios, la utilización de armas químicas en guerras civiles, la utilización de muchedumbres como escudos humanos, la negación de todos estos horrores, todo ello es bien moderno, que no se nos olvide.