Sobre la imposición

De ninguna manera estoy en contra de las acciones de “resistencia civil pacífica”. No tengo nada contra las manifestaciones en las que gente bien intencionada muestra su descontento con el triunfo de Enrique Peña Nieto. No encuentro ningún placer en ver con la banda presidencial a un producto de la televisión y en el gabinete a políticos ineptos y con poca solvencia moral.

No los critico a ellos, pero sí a los partidos políticos por los cuales voté y que en realidad no me representan.     Si hacemos una pequeña recapitulación de la campaña del candidato de las izquierdas (así llamadas para emular al Frente Amplio constituido en Uruguay y que llevaron a la presidencia al ex guerrillero José Mujica), podremos darnos cuenta que estuvo plagada de errores.

Al igual de Lula da Silva y contrario a lo que hizo el ex candidato Cuauhtémoc Cárdenas, AMLO, al perder en 2006, creó una estructura paralela que denominó gobierno legítimo para de esta manera endilgar el adjetivo “espurio” a su contrincante. La diferencia con Lula da Silva y con José Mujica es que Andrés Manuel López Obrador no proviene de los sectores perseguidos del régimen, sino que es un escindido del mismo.

Su segundo intento por obtener la Presidencia tuvo los mismos problemas que la primera: su necedad. En el momento en que arrancaron las ternas para decidir candidatos, el mejor posicionado era Marcelo Ebrard, otro priista y ex salinista. Ebrad cedió para evitar la ruptura. La campaña de Andrés  fue simple, sin chiste, sin tocar temas importantes como la violencia y el modelo económico mundial. De pensamiento conservador, es contrario a los derechos de las mujeres sobre su cuerpo y al reconocimiento de la homosexualidad.

Nunca despegó, sin embargo, varios de los implicados están muy bien posicionados en el Congreso, desde el líder de los electricistas Martín Esparza hasta el pésimo coordinador de campaña, Ricardo Monreal. Hasta Napoleón Gómez Urrutia ya se puede pasear sin problema por acá.

Ahora se va del PRD para hacer su propio partido, contraviniendo sus propias palabras, ya que al aceptar el juego de partidos acepta a “la mafia del poder”. En fin.