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Loops

Por: Yassir Zárate Méndez

2013-03-29 04:00:00

Para Marifer Flores

(All apologies: everything is my fault.

Tinker Bell Missing You)

El remordimiento acrecenta la culpabilidad. Hay quienes se obsesionan, entran en un loop de vida, pensando en episodios de su existencia, particularmente en aquellos en los que advierten o reconocen que han cometido un error.

La teoría literaria ha demostrado que los personajes siempre tienen la posibilidad de escoger el rumbo de su narración. El mejor ejemplo lo representa el Heracles descrito por Hesíodo.

El héroe llega a una bifurcación del camino y se encuentra con las diosas del Deber y del Placer. Desoyendo las tentaciones de esta última, opta por seguir la ruta de la primera, quien le advierte que pasará muchas penurias, pero al final tendrá a la eternidad como recompensa. Y henos aquí, hablando de Heracles, muchos siglos después.

Otro tanto ocurre con todos los personajes de ficción. El dilema de la bifurcación es una constante. Y la caída en los loops de vida, algo recurrente.

¿Cuántas veces se han hecho la siguiente pregunta?: ¿qué hubiera pasado si…? A veces ni el arrepentimiento ni los remordimientos son suficientes para darnos alivio y tranquilidad por las tonterías que hemos cometido. A veces la culpabilidad es demasiado grande, como para desear que el tiempo marche hacia atrás. A veces quisiéramos romper un círculo invisible pero resistente.

¿Cuántas veces han deseado una segunda oportunidad para hacer las cosas de manera diferente a como las han hecho?

Se nos ha enseñado que el tiempo marcha hacia “adelante”, como una flecha implacable, que hace del presente un instante fugaz, apenas perceptible y consciente. El pasado es una masa sin forma de acontecimientos que se acumulan en nuestra memoria, y el futuro es algo incierto, del que no tenemos ninguna certeza. Nadie tiene comprada la vida. Nunca sabremos cuál será el segundo fatal o decisivo, por más seguros de vida que compremos.

Hasta donde sabemos, nunca se inventó la máquina para viajar en el tiempo. Porque piensen en esto: si alguien, antes, ahora o mañana ya hubiera desarrollado este dispositivo, ¿no tendríamos a oleadas de turistas de cualquier época visitando el “pasado”? Y hasta ahora eso no ha ocurrido.

Cuando algo no nos ha salido bien, cuando sabemos que hemos cometido un error, no dejan de pasar por nuestra memoria esas mismas imágenes, una y otra vez, como una película que se repite sin fin. Pensamos y repensamos lo que ocurrió. Y nos dan ganas de regresar en el tiempo para corregir nuestros errores. O peor todavía: nos da por pensar –una y otra vez de nuevo– qué hubiera pasado si hubiéramos hecho aquello o esto otro. Entonces empieza a correr una película distinta, completamente diferente.

La vida parece tener dos respuestas últimas al río de acontecimientos que la forman. Por una parte hay quienes creen fervientemente en el destino, es decir, que cada uno de los pasos que han dado en la vida ha estado rigurosamente marcado por alguien o por algo –algunos lo llaman dios–, de poder sobrenatural y que dicta los sucesos como si se tratara de un guionista de nuestras vidas, siendo nosotros simples títeres de su imaginación desbordada.

En la otra esquina se ubican los creyentes en el azar, en aquellos que suponen que su existencia no es otra cosa que una infinita cadena de pequeñas coincidencias, que los han llevado hasta el lugar en el que se encuentran, pero en el que tienen la posibilidad de decidir. La suerte la forjan ellos mismos, porque tienen la opción de escoger entre la pastilla roja y la azul –a veces hay más opciones, pero me gusta pensar que nada más tenemos de dos sopas. Acuérdense de los personajes de Matrix, que tenían la  opción de seguir enganchados a sus sueños, para acabar ser devorados por las máquinas, o la oferta de desengancharse y llevar una vida libre aunque algo miserable, comiendo bazofia.

A mí me gusta más esta opción: la del azar. Tal vez sólo estoy cambiando a un pequeño dios por el otro, pero al menos a uno lo puedo ver todas las mañanas cuando miro el espejo, mientras que del Otro no he tenido noticias hasta ahora, por más que le llamo a su teléfono celular. Además, si creo en el azar tengo la posibilidad de creer que mi vida puso haber sido distinta –no sé si mejor, pero al menos sí distinta–, porque me da la libertad de la imaginación, del “qué hubiera pasado si…”.

Y entonces así tengo para atormentarme por el resto de mis días en imaginarme qué hubiera pasado si aquel último viernes de julio de 2010 hubiera estado en un lugar distinto.

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