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Las (nuevas) ilusiones rotas

Por: Yassir Zárate Méndez

2012-07-06 04:00:00

Hace ocho años tuve la oportunidad de tomar un curso de posgrado en Madrid, en la Universidad Carlos III, en su campus de Getafe. El curso se llamaba “Literatura y Poder” y formaba parte de la currícula de varias licenciaturas de la Universidad.

El plato fuerte lo representaba la lección inaugural, que estaría a cargo de José Saramago.

Aquel frío lunes invernal madrileño se me quedó guardado en la memoria por las palabras del Nobel portugués: “La democracia, tal y como la tenemos hoy, no funciona. Está supeditada al poder del dinero”. ¡Sock! Verdad innegable, como se demostró el pasado domingo.

El proceso democrático se ha pervertido por la intrusión del dinero, soltado a raudales por quienes confían que el candidato que impulsan, cuando llegue al cargo al que aspira, se convierta en un fiel sirviente, un defensor de los intereses de sus patrocinadores.

Así no sirve la democracia, porque es una impostura. La grosera y aberrante manera en que se encumbró al Golden Boy para que llegara a la Presidencia de la República habla mal de un sistema corrompido, pero también de una sociedad que si bien se encuentra sometida a una teledictadura, tampoco parece mostrar muchas ganas de salir de su letargo.

El nuevo Dino es más que una reedición del partido represor de antaño, encubierto por una figura pasteurizada y hueca, que más de una vez demostró su vacuidad. Las palizas que golpeadores propinaron a jóvenes del movimiento #YoSoy132 y a otros manifestantes que expresaban su repudio al ungido candidato de Televisa son una muestra de la simulación y el fingimiento que caracteriza al discurso y a la praxis de este grupo de políticos, surgido al calor de uno de los clanes más aberrantes de la política nacional: el Grupo Atlacomulco, amo y señor del Estado de México desde hace décadas.

El triunfo de Peña Nieto anula la historia, aunque no debería de sorprendernos en un país que toleró 11 veces en la Presidencia a Antonio López de Santa Anna.

Lo ocurrido el domingo demuestra que una parte de México es profundamente masoquista, en la peor acepción del término.

Causa pena ajena y una profunda lástima ver a todas esas mujeres de mandil, visiblemente pobres y necesitadas, que el lunes y el martes abarrotaron las tiendas Soriana para hacer válida la tarjeta con la que compraron su voto. Lástima por ellas, que hipotecaron su futuro por un rollo de papel higiénico. Supongo que pensarán que siempre hay una elección por venir, que ya habrá algún candidato que les venga a otorgar una limosna, que ni siquiera fue financiada por su bolsillo, sino por las arcas públicas.

En la dinámica del clientelismo que ha marcado a la política mexicana, que encuentra su matriz en el Panem et circensesde los tiempos romanos, es inconcebible acabar con la pobreza y la desigualdad que han flagelado al país desde el periodo colonial.

En la singular democracia mexicana, los pobres son más que una estadística: son votos fáciles de obtener. Apenas cuestan unos cuantos millones de pesos, una inversión que vale la pena, sobre todo si se toma en cuenta que sus compradores no gastan nada.

El asalto al poder desde la pantalla del televisor no se hubiera completado sin la ingeniería electoral que los ha caracterizado desde que son lo que son. Ahora se ve que la costosísima campaña mediática que desplegó Peña Nieto en Televisa no le iba a alcanzar para treparse a la silla presidencial.

Tuvo que recurrir a las viejas tácticas para garantizar el retorno a Los Pinos... y al presupuesto. Por eso su interés en mantener abierta la fábrica de pobres: cada uno es un voto potencial, que se compra lo mismo en 100 pesos que en 7 mil, pero que ayuda.

La jornada del domingo deja varias lecciones y numerosas advertencias. La primera  advertencia tiene que ver con la falacia que representaron las encuestas, esas que Leo Zuckermann llamaba “serias”. Ni una sola de las que ponían al mexiquense con más de 15 puntos de ventaja le atinó… simplemente porque estaban copeteadas, usadas como herramienta propagandística para apuntalar la campaña de la criatura a la que estaban por dar a luz.

Otra advertencia tiene que ver con la inequidad y debilidad del IFE, un árbitro que nuevamente se vio superado por el empuje del dinero. A pesar de que la noche del domingo se trató de demostrar que fue un proceso terso y tranquilo, sin mayores problemas, la realidad se ha mostrado brutal: más de la mitad de las casillas tiene que ser abierta. Si eso es tersura, no quiero pensar si se hubieran detectado conflictos.

También ahí están los números de Nueva Alianza: la diferencia entre los votos obtenidos por Quadri y los que consiguieron los diputados del rebaño de Elba Esther Gordillo sólo se explica de una forma: el pacto que estableció la profesora con el flamante telepresidente para auparlo al poder… a cambio de las canonjías de las que ya disfruta… más lo que se acumule en el sexenio. A ver qué tal luce como secretaria de (des)Educación Pública.

La pesadilla de 2006 se reedita, con varios de los mismos personajes.

La principal lección que deja el 1 de julio tiene que ver con la gente que desoyó el canto de las sirenas televisivas, esa que decidió razonar su voto (por quien fuera, pero que lo hiciera guiado por razones y no por spots).

Otra lección tiene que ver con los candidatos que se pusieron las botas e hicieron una campaña a ras de suelo, casi sin recursos, pero que lograron convencer a sus eventuales electores.

La ilusión podría volver a tejerse, y así contrarrestar el pesimismo realista de Saramago: hacer que el dinero no decida a nuestros gobernantes, sino las propuestas y la integridad de los candidatos.

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