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Geopolítica alimentaria

Por: Guillermo Aragón Loranca

2013-02-19 04:00:00

El asalto final del capitalismo neoliberal va sobre los alimentos, el último bien necesario e indispensable para la vida de todos los seres vivos del planeta, el más codiciado y que permitiría el control total del capital, al estilo de los peores horrores contenidos en novelas de ciencia ficción, como 1984 de George Orwell. Si consideramos esto por un momento, podemos llegar a la conclusión de que finalmente apoderarse de los minerales, de los recursos energéticos, de los recursos paisajísticos, de los recursos culturales de los pueblos, de la mano de obra barata por parte de los consorcios internacionales, es un mal menor y hasta un mero distractor, ya que el objetivo final son los alimentos, es decir, el agua, la tierra y las semillas, usando diferentes mentiras disfrazadas de “progreso”, “modernización” o “desarrollo”, que van desde el engaño de los transgénicos hasta la invención de la gripe aviar, pasando por las “cruzadas contra el hambre”.

El verdadero futuro de la vida en el mundo se está jugando en un escenario menos llamativo que el que los medios nos ponen a la vista; se está jugando en el campo, en donde millones de familias campesinas siguen subsistiendo alimentariamente de su trabajo cotidiano y relativamente armonioso con la madre tierra, tal vez alejados de las ilusorias comodidades modernas de los hacinamientos urbanos que se llaman “ciudades”, pero disfrutando finalmente de una vida más humana. Esos pobladores rurales son el gran obstáculo para el capital; por ello, hay que engañarlos con los espejitos de la “modernidad”, hay que boicotear sus productos para demostrarles que ya no son rentables, que más vale que malbaraten su parcela y se vayan a las urbes, donde los esperan miles de empleos informales o semiinformales con salarios de miseria y condiciones de trabajo de esclavitud similares a las de los siglos XVIII–XIX, en maquiladoras clandestinas o en barcos–fábricas anclados en aguas internacionales.

Esta invasión expropiadora de la vida es real; tan real como el millón de hectáreas de cultivo comercial de maíz transgénico que Monsanto y Pioneer pretenden sembrar en Sinaloa y Tamaulipas, y cuyas solicitudes están siendo valoradas por Semarnat y Sagarpa, cuyo veredicto final será un mero formalismo, pues con permiso o sin él, las transnacionales seguirán contaminando oculta o abiertamente la rica biodiversidad de  los maíces criollos de México, de Tlaxcala y de Latinoamérica. No hay que olvidar los permisos otorgados en los últimos minutos del último día del sexenio calderonista, ni las modificaciones subrepticias a los reglamentos de la Ley de Bioseguridad para evitar considerar las opiniones científicas, artimañas todas aplicadas con la complicidad y apoyo de funcionarios corruptos. En la actualidad los grandes proyectos de minería a cielo abierto, las grandes presas hidroeléctricas o los parques eólicos, están generando una fuerte resistencia de las comunidades rurales, no sólo por mantener su sistema de vida alternativo y defender sus recursos, sino por mantener su derecho a una vida humana, no mercantilizada; sin embargo, el frente de los alimentos se está descuidando y como consumidores seguimos permitiendo que los alimentos industrializados a base de transgénicos no se etiqueten, y seguimos comprando tortillas industrializadas de maíz transgénico importado. De nosotros depende.

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