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A propósito del oficio de periodista*

Por: Yassir Zárate Méndez

2012-07-20 04:00:00

Para Héctor Párker y Fabián Robles

“¿En qué consiste ser periodista?”, preguntó Mark Twain, el autor de Tom Sawyer, a su primer director. “¿Qué necesito saber?”. El director le respondió: “Salga a la calle, mire lo que pasa y cuéntelo con el menor número de palabras”.

La anécdota sintetiza las exigencias demandadas al periodista: la capacidad de observación, el poder de la síntesis, el manejo del lenguaje, la obligación de dar testimonio.  La palabra es la raíz del periodismo. Su materia prima, la savia que lo nutre. A través de ella retrata, reproduce, tamiza la realidad.

El periodismo es un territorio irredento de la literatura. Espacio híbrido, que comparte con la narrativa, la poesía, la dramaturgia y el ensayo, el uso creativo de las palabras. En su proceso de gestación, el texto periodístico se ancla en la realidad para ofrecernos un retrato de ella. Se vuelve crudo, directo, punzante, busca la reflexión, y, paradójicamente, el movimiento. Es vida atrapada y resuelta en palabras. Otra vez, es testimonio.

Como en otras actividades humanas, el periodismo sigue un imperativo categórico. Se revuelve entre el ser y el deber ser, si me permiten la digresión kantiana. La práctica del periodismo debe ser imparcial, objetiva, veraz. Aunque a veces es todo lo contrario, pero ese más bien es un problema de quienes dan vida a este oficio. No es un problema ontológico, sino pragmático.

Y más allá de esa condición viva, hay una dimensión histórica. Quienes estamos aquí convocados y reunidos somos apenas un eslabón de una larguísima cadena que se hunde en las aguas del tiempo. Aquí nos mantenemos a hombros de gigantes; desde Heródoto, nos asomamos a una práctica que exige una entrega constante, casi devocional.

No sé si ustedes estén de acuerdo conmigo en aceptar que este oficio de tinieblas tiene más de 2 mil 500 años de practicarse, los mismos desde que Heródoto se echó a andar para visitar sitios ajenos a su propia experiencia vital. Desde entonces esta práctica se ha consagrado a ver, a verificar, a preguntar, a aprovechar todo lo que los otros tienen que decir.

Nosotros capitalizamos la memoria de los otros. El periodista es el cronista de su época, por eso el énfasis que pongo en la obra y sobre todo en el espíritu de Heródoto, a quien debemos el empleo de la palabra historia –que en griego significa investigación. El periodismo es una tupida red de historias, que se crecen, se enredan, se ahogan y vuelven a brotar. Es el reflejo sobre expuesto del tráfago cotidiano.

Al inicio de su obra, el escritor-periodista-historiador nacido en Halicarnaso, indica que ha escrito todas esas palabras “para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido”. La suya es una obra que habla al oído de la eternidad; nosotros debemos aspirar a esa misma trascendencia: a dejar huella, a marcar nuestro tiempo.

El periodismo también debe ser sinónimo de libertad. En la difícil y espinosa relación con el poder, sea éste político o económico, los periodistas deben tener en claro el deber ser de su tarea, aunque no podemos cerrar los ojos ante las malas prácticas que se han dado y se dan en este ámbito profesional. Muchos compañeros no se han colocado cera en los oídos para no escuchar el tentador canto de las sirenas. Lástima por ellos.

Nunca olvidemos que el periodismo es una forma de compromiso. No obviemos que nuestro trabajo también es un factor que incide en el ánimo de la gente, a la que nos debemos por completo. Creo, sinceramente, que debemos ser la voz de quienes han sido acallados o amordazados. Debemos arrojar luz donde quieren sembrar las tinieblas.

Actividad compleja, que anuda y desamarra. Paradójica a veces, pero siempre enriquecedora. De agobios cotidianos cuando se asume plenamente. Es, a final de cuentas, una suerte de apostolado, cuando se asume con todos sus riesgos y demandas. Al respecto, traigo a colación las palabras de Alex Grijelmo, quien afirma que: “El periodista debe buscar la verdad a pesar de que la noticia duela; y no debe buscar que la noticia duela a pesar de la verdad”.

Ya lo remarcaba Voltaire hace más de dos siglos a propósito de la divergencia de opiniones: “Podré no estar de acuerdo con lo que piensas, pero daría la vida para defender tu derecho a que lo digas”.

Para concluir, quiero agradecer, a nombre de todos los compañeros, el otorgamiento de este galardón. Entendemos que más que un aliciente o un reconocimiento, se trata de un compromiso a seguir trabajando en esta hermosa profesión que si bien puede tener una base académica, es en la trinchera diaria de la vida donde realmente acaba de aprenderse y de realizarse.

De manera particular quiero dedicar y agradecer estos reconocimientos a quienes han estado siempre conmigo, a Ximena Ariana, luz de luz, y a mi familia; también aprovecho para agradecer al ingeniero Héctor Párker, por el apoyo que me ha brindado en numerosas oportunidades. Gratitud eterna, ingeniero.

Pero sobre todo, rememoro aquí a mi maestro Fabián Robles, un periodista de línea y con quien es un verdadero privilegio trabajar y aprender todos los días. Y a quien ofrezco estas palabras como un gesto reivindicatorio, aunque él no lo necesita, ya que su trayectoria avala el compromiso que tiene hacia estos menesteres. Gracias, Fabián, gracias maestro.

 Muchas gracias a todos ustedes.

 *Texto leído durante la entrega de los Premios Estatales de Periodismo, el pasado viernes 13 de julio de 2012.

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