Logo de La Jornada de Oriente
Cargando...

La Plaza México y sus temporadas bajas

Por: Alcalino

2012-07-09 04:00:00

 

Nuevamente una pareja, Miguel Villanueva y Raúl Ponce de León, acapara domingos y llenos en el verano de 1969, año en que “Nicanor”, de La Punta, le rompió la femoral a Alfredo Alonso, a quien hubo que amputarle la pierna derecha. A la larga, Miguel y Raúl tuvieron poca fortuna, pues de matadores les tocó la época en que monopolizaba ferias y carteles la trinca infernale Martínez–Cavazos–Rivera. Quien sí consiguió colarse entre los mandones fue Mariano Ramos, magistral desde sus inicios, cuando en 1971 compartía cartel y triunfos con Rafaelillo y Curro Leal, a los que pronto dejó atrás. Como Adrián Romero, El Voluntario y Cruz Flores resultaron flor de un día, sería Mariano la última gran figura surgida en el primer lustro de los 70s. Casi de puntitas, David Silveti presenta sus primeras e incipientes armas en la Monumental, cuya arena Manolo Arruza y Miguel Armilla no pisaron nunca de novilleros. Sí lo hicieron Humberto Moro y Fermín Espinosa.

En 1977 se presentaron y despertaron ilusión los hijos de Capetillo, Manolo y Guillermo, llamado éste a mayores empresas si bien no al nivel de Jorge Gutiérrez, futura figura de la Fiesta y el más consistente triunfador aquel año. Aunque la acaso mejor faena en la historia de la México la bordara el 9 de octubre El Capitán –José Antonio Ramírez, hijo de El Calesero– al indultado “Pelotero”, de San Martín.

El verano siguiente reservaba una aparición cuasi fantasmagórica. Ya habían triunfado dos magníficos exponentes del toreo clásico –César Pastor y Ángel Majano, primer español con alternativa en la México– cuando llegó otro, inclasificable y personalísimo, que venía de correr largamente la legua desde su natal Apizaco: Rodolfo Rodríguez El Pana. Fueron tres grandes animadores de aquel verano, a plaza llena y ante un público que, por última vez, tomaba partido y se apasionaba hasta los golpes por su torero. Si no por la estructura y limpieza de sus faenas, Rodolfo conmocionaba por la fuerza de una arrolladora personalidad, indultó a “Cariñoso” de Begoña y no tardó en tomar la alternativa, no sin sufrir un cornadón que le seccionó la femoral y refrenó sus ímpetus. Se trató, empero, de una generación desafortunada, pues como matadores ni Pastor ni Majano lograron sacar cabeza; y El Pana, en permanente pleito con las figuras, a las que no sin cierta razón acusaba de vetarlo, vio cómo se le iban cerrando puertas y oportunidades al paso de los años.  Lo ocurrido con él en tiempos recientes no compete ya a este sumario repaso.  

 

Los 80’s: Valente

renueva afición

 

Iniciada la década, despertó cierto interés la apariciónde una  nueva generación de novilleros de dinastía –Felipe González, Curro Calesero, José Lorenzo Garza, David Liceaga hijo. Con ellos conquistaron también pronta alternativa el tozudo Antonio Urrutia y un efímero Pepe Alonso. Hasta que, procedente de Torreón y tras su paso triunfal por la Florecita y plazas de provincia, hizo su presentación Valente Arellano, último novillero con sello grande encumbrado en la Monumental.

Aunque la temporada chica había caído ya en un desbarajuste estacional, motivado por la caótica administración del anciano y cada vez más lioso Alfonso Gaona, que lo mismo contraía deudas impagables que programaba sus corridas en el verano y las novilladas en invierno, Valente supuso oxígeno puro para la plaza y su fiel afición, con un toreo impetuoso que hermanaba vestigios clásicos con audaces golpes de vanguardismo; al filo siempre del percance, llegó a pasear cuatro orejas una tarde de febrero del 82, precedidas por el corte del rabo de un novillo de Rodrigo Tapia. Lamentablemente murió joven, en agosto del 84, en absurdo accidente de moto. Pero antes de irse había encontrado réplica en Manolo Mejía y Ernesto Belmont, un maestrito precoz el de Tacuba y arrebatado y pinturero el sobrino de Procuna. La trilogía se puso de moda, abarrotó de nuevo el coso y, en realidad, le vino grande al decadente empresario.

 

Declinación de Gaona

y cierre de plaza

 

Sin mayor relieve transcurrieron las últimas temporadaschicas –que no veraniegas– organizadas por Alfonso Gaona. Tanto que, para mover algo la taquilla, hubo que recurrir a un veterano que rebasaba la cincuentena, Corralito, al que una grave cornada retiró, o al exótico Glison, que captaba mucho más atención que los ortodoxos Hernán Ondarza, Alfredo Ferriño o Teodoro Gómez. Entre éstos y Alejandro del Olivar, el caso más notable lo constituyó el mexiquense Manolo Sánchez, surgido de la nada para asombrar y triunfar fugazmente con la naturalidad y pureza de su toreo, aunque al final lo traicionó su cortedad anímica. En cambio, al valeroso Curro Cruz lo frenaron las cornadas.

En plena debacle de la empresa Gaona vino a asestarle la puntilla el acoso de Ramón Aguirre, regente del DF, cuyo hijo Rodrigo, ganadero al vapor, quería quedarse con la plaza. Abortada la última y mal armada temporada grande del optometrista en abril de 1988, la México cerró sus puertas. Y tuvo que ser otro regente, Camacho Solías, quien promoviera, para mayo del 89, su aparatosa reapertura, poniendo la administración del coso en manos de una comisión encabezada por Joselito Huerta y el restaurantero Chucho Arroyo.

 

Domingos y jueves taurinos

 

Dispuestos a recobrar coso y afición y sin compromisosmayores con los taurinos, Huerta y sobre todo Arroyo organizaron una temporada chica memorable, en la cual resucitaron los añejos Jueves Taurinos, en horario nocturno y con gran éxito de público; de ahí surgieron con fuerza Alfredo Lomelí y Enrique Garza, pero la Comisión estaba destinada a durar poco y, al año siguiente, la plaza pasó a manos de Televisa con Curro Leal como gerente bajo asesoría de Aurelio Pérez. En su primer año surgió otra dupla de contrastado interés –Arturo Gilio y Mario del Olmo–, y en temporadas posteriores triunfarían también Federico Pizarro, Rogelio Treviño, Adrián Flores y El Conde. Cuando Aurelio Pérez reculó y los Miguel Alemán se quedaron con la plaza, lo primero que hicieron fue ofrecerla la gerencia a Manolo Martínez, pero éste prefirió proponer a un antiguo guarura suyo, Rafael Herrerías, como el empresario idóneo para la Monumental. Nunca lo hubiera hecho.

 

El ocaso

 

Lo gestión de Herrerías fue, desde sus inicios, un continuogolpeteo contra la plaza, las tradiciones y la afición. Como abrigaba pretensiones mo–nopólicas, procuró meter en un puño a todos los factores de la fiesta, acabar con la crítica y desplazar a la autoridad. Y todo fue cumpliéndose puntualmente. Cuando declaró insolventes las novilladas e incompetentes a los novilleros, fue el principio del fin.

Bajo tales conceptos y tan tiránica conducción han transcurrido casi 20 años, los más raquíticos de la historia en cuanto a número de novilladas (no más de 10–12, y eso cuando hay temporada), público presente (a plaza vacía la mayor parte de los festejos) y cultivo de hallazgos taurinos (bajo su conducción prácticamente todos terminan por difuminarse).

No obstante, no pudo impedir que sobrevinieran fenómenos tan interesantes como las tempranas campañas novilleriles de José Tomás y El Juli, el surgimiento de otros valores muy positivos y la reactivación del toreo femenil. A todo lo cual estará dedicado el último capítulo de esta serie.

Share
La Jornada
Nacional Michoacan
Aguascalientes Guerrero
San Luis Veracruz
Jalisco Morelos
Zacatecas  
Tematicas
Defraudados Izquierda
AMLO Precandidatos 2012
Servicios Generales
Publicidad
Contacto
© Derechos Reservados, 2013. Sierra Nevada Comunicaciones S.A. de C.V.