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La despedida de Rodolfo Gaona

Por: Alcalino

2012-04-09 04:00:00

 

En estos días se cumplirán 87 años, tantos como vivió Rodolfo Gaona Jiménez (León, 1888–DF, 1975). Aquel 12 de abril de 1925, mientras las campanas de León tocaban a rebato, el Petronio de los Ruedos, quien según Pepe Alameda universalizó lo que los españoles habían considerado hasta entonces su fiesta nacional, mató en el viejo Toreo de la capital mexicana el último toro de su vida, un berrendo alto de agujas y de cuerna procedente de San Diego de los Padres que se llamó “Azucarero” y realmente lo fue, dada su dulce embestida. Alternando con el español Rafael Rubio “Rodalito”, el diestro nacido un 22 de enero, en el bajío, había lidiado sin demasiado lucimiento tres poco propicios astados de Piedras Negras, lo que le movió a anunciar un sobrero que, para honra de la toluqueña divisa, iba a permitirle al Califa de León irse de los ruedos en un clima de apoteosis, a tono con la trascendencia de su figura y trayectoria.

 

De León a Puebla y

de Puebla al cielo

 

Entre los muchos sobrenombres admirativos que se le adjudicaron, Rodolfo prefirió siempre el de Indio Grande, por ser el que mejor sintetizaba su nacionalidad y magnitud torera. Discípulo de la escuela de tauromaquia fundada en León por Saturnino Frutos “Ojitos” –antiguo banderillero de Frascuelo que, incorporado a la cuadrilla de Ponciano Díaz, se quedó en nuestro país–, fue el único de la Cuadrilla Juvenil Mexicana que permaneció al lado de su maestro cuando el resto abandonó subrepticiamente la vecindad poblana donde Ojitos se había instalado con ellos en 1907, instigados por las intrigas de Enrique Merino “El Sordo”, aventurero español residente en el DF que urdió la manera de explotar cómodamente el producto de la docencia ajena.

En Puebla, la veintena de adolescentes que integraban la cuadrilla de Ojitos –perfectamente dividida en matadores, banderilleros, picadores y hasta puntilleros, muchos de los cuales destacarían profesionalmente en el futuro– habitaron con su mentor una amplia vivienda ubicada en el número 19 de la calle Juan Mújica, hoy 7 Poniente a las altura de los 700. La cuadrilla se había presentado en público en León (01.10.05) y para la fecha de su exitoso debut capitalino (06.10.07) contaba ya con un rodaje considerable, la mayor parte realizado precisamente en Puebla, en cuya plaza El Paseo habían sumado unas veinte actuaciones, entre ellas la que el propio Gaona llamaría la tarde en que se le reveló el lucero, en tres tercios de mágica redondez con un bravísimo utrero de La Trasquila (13.01.07).

 

La conquista al revés

 

Roto el grupo, Ojitos decidió presentar en España a su discípulo predilecto y ambos arribaron a Madrid en marzo de 1908. Desambientado y sin influencias tras su prolongada ausencia, decidió jugarse el albur de una encerrona de prueba, para la cual compró dos toros de Bañuelos, alquiló la placita de Puerta de Hierro y contrató un tranvía que llevase hasta el modesto coso periférico a la flor y nata de la crítica taurina madrileña. El visto bueno de los expertos lo animó a organizar la alternativa del mocito mexicano en Tetuán de las Victorias, otra barriada madrileña, donde “Jerezano” cedió a Rodolfo el toro “Rabanero”, de Basilio Peñalver el 31 de mayo de ese año. El refrendo en la plaza grande llegó el 5 de julio con “Gordito” de González Nandín bajo padrinazgo de Juan Sal “Saleri”; y causó el mexicano tal sensación que una semana después partía pla­za para alternar mano a mano con Vicente Pastor, todo un ídolo en la capital española.

A lo largo de sus 14 temporadas allá, Rodolfo Gaona iba a hacer 81 paseíllos en la plaza grande de Madrid, alternando en plan estelar con tres generaciones de emblemáticas figuras: la de Bombita y Machaquito que reinó en la primera década del siglo, la intermedia de Rafael El Gallo y Vicente Pastor, y la revolucionaria de Joselito y Belmonte, que terminaría definiendo el futuro del toreo ya no como simple destreza de valerosos estoqueadores sino como un arte en toda regla. Rodolfo vivió a plenitud ese parteaguas, oponiendo a tales monstruos su sello de elegancia y despaciosidad incopiables. Y de vuelta al país, aun se midió con la generación de Lalanda, Chicuelo y Antonio Márquez.

 

Las claves del Indio

 

Rodolfo Gaona fue una pieza torera fundamental a ambos lados del Atlántico. Evidencia viva de que el arte de torear no podía limitarse al estrecho coto español, encarnó un manejo del tiempo y el espacio íntimamente ligados a la sensibilidad mexicana, en tanto moldeaba, como mandón de la fiesta en México, los rasgos más acusados de la afición de nuestro país, especialmente la capitalina.

Habituado por razones de su aprendizaje decimonónico a alternar ambos pitones en lances y muletazos sucesivos, durante sus últimas temporadas en México –1920–1925, tras la prohibición carrancista del año 16– ensayó el toreo en redondo, notoriamente en sus faenas a “Sangre Azul” de San Diego (14.01.22) y a los sanmateos “Quitasol” y “Cocinero” (24.03.24). Dichosamente, el pase natural predominaba entonces sobre el derechazo, expresión actual casi exclusiva del toreo circular.

 

Mucho más gestas

que contratiempos

 

Poco castigado por los toros, Gaona sufrió en Puebla y por un toro de La Trasquila la cornada más grave de su vida (13.12.08), mayor incluso que la de Córdoba en España (27.05.12); y cuando, entre broncas, se dejó vivo en Madrid a “Barrenero” de Albaserrada (29.05.19) y luego, en México, a “Charolito” y “Cubeto”, lo hizo para desafiar provocativamente a públicos manifiestamente adversos.

Pero supo respaldar tales demostraciones de soberbia con triunfos de apoteosis. La faena de su vida, según él mismo, se la cuajó a “Desesperado” de Gregorio Campos en plena feria de Sevilla (21.04–12), aunque su plaza española favorita fue la de San Sebastián, su par más recordado lo colgó en Pamplona (08.07.15) y en Madrid salió en hombros media docena de tardes. Con todo, su obra mayor en la península tal vez fuese la última, al cuajarle al colorado “Beato” de Arribas, en la antigua Barceloneta (02.07.23), una faena de plástica mucho más evolucionada con respecto a la de Sevilla, de clásico corte decimonónico.

A su vuelta a México, más maduro que nunca, la lista de toros inmortalizados por el Califa en El Toreo se vuelve caudalosa, con el faenón a “Revenido” de Piedras Negras (17.02.23) como ejemplo paradigmático. “Faisán”, “Pavo”, “Huasteco”, “Tintorero”, “Jorobado”, “Brillantino”, ”Revenido II” hacen referencia a algunas de esas faenas que el gaonismo guardaría como polvo de oro en su memoria.

 

La gaonera

 

El lance con el capote a la espalda que lleva su nombre lo dio a conocer primero en México –con “Pinolito” de Saltillo, en 1910– y posteriormente en Madrid –con “Sardinito” de Benjumea (28.03.10)–; se dice, sin embargo, que lo había estrenado de novillero en 1906, en Monterrey. El bautizo correría a cargo de Don Pío, uno de los pilares de la crítica hispana, y sirvió para zanjar las interminables discusiones a que dieran lugar las primicias del majestuoso lance ante la cátedra madrileña.

 

Final poético

 

...El  nuevo Martín Lutero / ya se estira y se apersona / y se estiliza, altanero / Qué elegancia de torero / La de Rodolfo Gaona // Pues su quiebro de rodillas / y su larga y su verónica / su tercio de banderillas / merecen no estas quintillas / Otro Bernal y otra Crónica //Lámina pura de oro / flexible, sonora, huera / riza y desriza ante el toro / el azteca meteoro / de la sagrada gaonera //...

Gerardo Diego

“Torero mexicano” 1951

(fragmento) 

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