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Mal empieza junio en materia de seguridad

Por: Ramón Beltrán López

2012-06-12 04:00:00

 

Desde hace cuanto tiempo se inició la espiral de violencia que azota a nuestro país? Obviamente ya tiene más de dos sexenios, aunque ha ido creciendo, año tras año, habida cuenta de que fue durante el sexenio de Vicente Fox cuando se fugó, tranquilamente, el famosísimo inquilino de la cárcel de Puente Grande, y visitante asiduo de las páginas de Forbes, “el Chapo” Guzmán Loera. El cártel de Sinaloa ya era famoso desde antes. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces. 70 mil muertos y quien sabe cuantos más, desaparecidos, han enlutado el panorama nacional. Millones de pesos se han dedicado al Ejército, a la Marina, a la Policía Federal y a capacitar a las policías municipales desde entonces. El Subsemun (Subsidio para las policías municipales) fluye hacia los 2 mil 500 municipios del país, abundante como nunca, pero condicionado a que se demuestre la capacitación y el control de confianza de los elementos de estas policías.

Sin embargo, y aunque nuestro estado parezca un oasis en comparación con aquellos de la frontera, hay ocasiones –cada vez más frecuentes– que nos hacen dudar acerca de las causas verdaderas de esta seguridad aparente que todavía disfrutamos.

Y es que un mecanismo psicológico, de esos que forman parte natural de la defensa de los seres humanos en contra del riesgo, de todos los riesgos mismos de la existencia humana, consiste en negar que lo que acontece a otros, nos pueda suceder tambien. Pensamos que lo que le sucedió al hijo de Sicilia, al de Isabel Miranda de Wallace, al de Alejandro Martí, y a muchos otros, les pasó por alguna razón que ignoramos pero que seguramente condicionó ese resultado. Esa es una forma natural de evasión. De alguna manera tentaron a la delincuencia, podríamos pensar.  Cuando nos enteramos de casos como aquel de los estudiantes asesinados afuera  del Tecnológico de Monterrey, o de alguien que murió en un retén policiaco o militar, o de un pastorcito al que le explotó una granada olvidada por el ejército y quedó inválido, entonces ya se nos dificulta un poco más encontrar esa cómoda explicación, aunque, sin embargo, tendemos a pensar que eso únicamente les sucede a “los otros”, nunca a nosotros.  Hasta que nos sucede.

Y así sufrimos resignadamente el hurto constante de autopartes, o de objetos dejados dentro, de carteras, cadenas, pulseras, relojes, etcétera. Habitualmente el monto de lo perdido, aunado a la absoluta seguridad de que todo quedará en la impunidad, nos disuade de presentar la denuncia respectiva. Y así la incidencia de delitos que no son de reporte obligatorio se mantiene muy, pero muy debajo de lo real. Sin embargo, las pérdidas de tiempo en el Ministerio Público, el burocratismo y los maltratos, se tienen que soportar estoicamente en los casos en que es indispensable que intervenga la autoridad, como son los choques, sobre todo si hay lesiones, robo de automóvil, pérdida de documentos importantes, homicidios, robo con violencia, algunos robos a casa habitación, etcétera. En estos casos no existe  alternativa, y son los únicos que finalmente se contabilizan.

En ocasiones, como ha sucedido recientemente, se encienden los focos rojos. Cuando suceden algunos hechos que se apartan mucho de lo habitual, o de lo esperado, se ponen en funcionamiento los mecanismos de comparación entre aquel andamiaje que hemos construido en nuestra imaginación para garantizar, real o supuestamente, nuestra seguridad. Ahora,  nuestra natural aversión al riesgo pone en marcha todos los sistemas de alerta.

En esta semana, o en estos últimos días, se han activado estos mecanismos.

Y es que no es indispensable ser muy suspicaz, o en extremo susceptible, para preguntarnos qué es lo que está sucediendo dentro del cuerpo policiaco municipal, y/o estatal inclusive, cuando nos enteramos de que los tripulantes de una patrulla son llamados para investigar a un grupo de cuatro sospechosos en calles de la Colonia Anzures y, cuando estos llegan al lugar, uno de ellos es acribillado a balazos. Precisamente porque no portaba el chaleco anti–balas, su pistola carecía de cargador y de proyectiles, y como si esto no fuera suficiente, según testigos, el radio de su compañero no funcionaba. ¿Y todas las declaraciones oficiales respecto a la capacitación y el equipamiento proporcionado, en donde quedaron?

El siguiente capítulo es una persecución en la cual participan policías ministeriales, municipales y, dicen, que hasta soldados destacamentados en la Zona Militar, cercana a donde suceden los hechos.  Finalmente los detenidos suman casi el doble de aquellos inicialmente investigados. Uno de éstos es herido de bala durante el enfrentamiento. 

Y antes de 72 horas son dejados en libertad con el consabido: “usted perdone”. Inclusive el herido. No tuvieron ninguna participación en los hechos iniciales; la paranoia se había apoderado de los miembros de las fuerzas de seguridad.

Cuidado. En poco tiempo se demostró impreparación, falta de equipamiento y carencia de protocolos (o falta de apego a estos), para enfrentar situaciones críticas.

A los pocos días un grupo de policías municipales, a bordo de motocicletas, abre fuego sobre una camioneta de publicidad que, supuestamente, circulaba en sentido contrario.

Éstos hieren de muerte a un joven de 26 años y abandonan de inmediato el lugar de los hechos. Si perseguían a un grupo de sospechosos, que abrió fuego contra ellos,  resulta absurda su conducta. Si no solicitaron refuerzos ni la presencia del Ministerio Público, esto resulta aun más extraño. Si estos “sospechosos” –suponiendo que lo fueran– no fueron sorprendidos en flagrancia cometiendo un delito, ni opusieron resistencia alguna, ¿por qué razón se abrió fuego contra ellos? ¿Y si lo hicieron, por qué razón se retiraron los policías municipales sin concluir su labor, sin detenerlos, sin remitirlos al Ministerio Público?

Demasiadas preguntas sin respuesta. Un policía y un ciudadano muertos violentamente, y lo que es peor, sin razón suficiente; de manera totalmente absurda. Siete detenidos, inocentes, que aseguran haber sido golpeados y torturados. Uno de ellos herido de bala.

¿Ante estos hechos podemos seguir pensando, cómodamente, que esto solamente le sucede a los demás, o acaso ya llegó la hora de empezar a preocuparse, de exigir respuestas y de no quedar satisfechos con evasivas? 

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