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El teleférico y la mega rueda, mega dolores de cabeza

Por: Ramón Beltrán López

2013-03-26 04:00:00

 

Todo parecía miel sobre hojuelas. La mayoría de los capitalinos estábamos muy contentos con las obras emprendidas por el gobierno del estado. La avenida Ignacio Zaragoza lucía hermosa con su puente “atirantado”. Poco tiempo después se terminaría el otro puente “atirantado” que une a la central de abastos con el norte de la ciudad,  un nuevo puente  que mucha falta hacía. Y aunque no se concluía, ni se iniciaba –y ni siquiera se anunciaba– la ampliación de la 11 Norte, desde la 18 Poniente hasta la Diagonal Defensores de la República, con la cual se podría unir la vía corta a Santa Ana con una avenida que recorre la ciudad de norte a sur a lo largo de 10 kilómetros; y además, avanzaba la pavimentación con concreto de avenidas como el bulevar 5 de Mayo y la Hermanos Serdán; ya se festejaba el Tianguis Turístico 2013; la remodelación de la zona histórica de las Fuertes de Loreto y Guadalupe lucía hermosa, aunque saltaban las primeras críticas como consecuencia del maquillaje “hollywoodesco” efectuado a esos edificios, maquillaje que había borrado para siempre las huellas dejadas por el tiempo y las batallas. La pátina del tiempo simplemente desapareció.

La Delegación del INAH en Puebla, encabezada no por un historiador, ni por un antropólogo, tampoco por un arqueólogo, sino por un contador público de dudosa reputación, dudosa reputación cosechada gracias a su paso por la delegación Tlaxcala de esa misma dependencia, parecía permanecer muda y sorda ante las inconformidades manifestadas por los defensores del patrimonio histórico de Puebla, quienes manifestaban su inconformidad por las obras del teleférico que partiría del Barrio del Artista para concluir su trayecto en el Centro Expositor de Los Fuertes.

Pero no era esto lo único que suscitaba críticas: la colocación de una enorme rueda de la fortuna o de observación, de 80 metros de altura, en la Zona del Paseo Bravo, parque ubicado también de la Zona de Monumentos, y con un gran valor histórico para la Angelópolis. Rueda construida en Alemania, con 20 metros más de altura que las torres de la Catedral, y además con una nueva “ocurrencia parediana” (remember a Luis Eduardo del Sagrado Corazón, virrey de Puebla de los Ángeles y sus “catacumbas ubicadas por debajo del zócalo y de la Catedral), ahora con un estacionamiento subterráneo para ser construido por debajo de este parque público y obviamente concesionado a “¿quién sabe quién?”. O a ya sabemos quién.

Pero súbitamente el romance se terminó y la miel sobre hojuelas se llenó de hormigas. Un amparo en contra del teleférico nos volvió a la realidad. La obra fue suspendida y la novela romántica empezó a transformarse en una tragicomedia.

¿Había permisos del ayuntamiento y del INAH o no los había?

Antonio Gali Fayad, titular de la Secretaría de Infraestructura, aseguraba que sí, que de ambas instancias, y que esta era una obra conjunta de su Secretaría y de la del Transporte, encabezada por Bernardo Huerta Couttolenc. Huerta confirmaba esta aseveración. El rector de la UPAEP le entraba al quite y tildaba de “mentes grises” a los opositores. La Cámara de la Industria de la Construcción (Cmic) celebraba la obra. 

El respetable, enterado de la existencia de un amparo ante el Juzgado Cuarto de Distrito, observaba con atención, interesado en saber si el poder político pasaba y pesaba más que la Unesco, el INAH, el Plan de Desarrollo, el INAY y el ayuntamiento de Puebla.

El siguiente tropezón fue la declaración de Eduardo Rivera, alcalde de Puebla, en el sentido de que la Comuna no había autorizado ninguna de estas obras, es decir, nunca se le había pedido permiso para construirlas, requisito indispensable para cualquier mortal y, por supuesto, para cualquier dependencia estatal o federal. Porque la autoridad debe ser la más obligada (aunque esto rara vez sucede) en cumplir y hacer cumplir (tal y como lo juran al tomar posesión de sus cargos) todo lo establecido, desde la Constitución hasta el último de los reglamentos.

Pero no fue así. Porque hubo muchos actos autoritarios, que no actos de autoridad.

Hubo, hay,  muchas, demasiadas mentiras. Llámase a esto, dicen,  ejercicio indebido de la función pública.

Y la primera consecuencia fue el cambio de delegado del INAH, el señor contador se fue a contar cuentos a otra parte.

Y la autoridad judicial federal suspendió la construcción.

Y mientras tanto, Gali Fayad nuevamente aseguró que ya cuenta con todos los permisos para la obra del Paseo Bravo, aunque “existe la posibilidad de que la mega rueda se vaya para Angelópolis”. 

Y de no tenerlos, de no contar realmente con ellos, el funcionario y aspirante muy pronto se vería en nuevos aprietos legales que pondrían en riesgo sus aspiraciones políticas. Y ya en pleno año electoral.

¿Otorgaría, o ya habrá otorgado, este ayuntamiento permisos para construcciones y desarrollo de proyectos en el Centro Histórico, que violan disposiciones legales federales, estatales y municipales, cuando ya hay un presidente priísta y se empieza a calentar el ambiente político en el Estado?

Por lo pronto, el aspirante panista más cercano a la candidatura a la presidencia municipal, se encuentra ya en problemas. Y es actualmente un blanco fácil para cualquier guerra sucia. Aunque trate de desviar los proyectiles hacia el secretario de Transporte.

Y mientras tanto, el adefesio iniciado sobre las ruinas de la Casa del Torno, en pleno Barrio del Artista, luce triste y abandonado, cubierto con unas mamparas de triplay a las que se le han pintado unas puertas ridículas.

Desde cualquier sitio de la 6 Oriente, desde el Mercado de La Victoria hasta el Teatro Principal, es posible observar los restos, lo que queda de algo que pudo haber sido la más espantosa deformación para este barrio y para el Centro Histórico de Puebla en muchos años. Y eso que ya hay muchas.

Decía algún maestro mío que los tlacuaches, al caminar, van creando hermosísimas figuras con sus patas, mismas que van borrando con la cola. 

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