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¿Lo que sucede ahora se parece en algo al 68?

Por: Ramón Beltrán López

2012-07-31 04:00:00

 

El periódico El Financiero llevó a cabo un ejercicio singular este 30 de julio al invitar a una serie de académicos a reflexionar en sus paginas sobre los acontecimientos político–electorales que han atraído la atención de los medios y de una buena parte de la población, principalmente de la denominada “izquierda”, así como de grupos de estudiantes de diversas instituciones de educación superior, autodenominados #YoSoy132.

Así desfilaron ayer por sus páginas: Lorenzo Meyer (profesor emérito del Colegio de México); Raúl Trejo Delarbre, (Instituto de Investigaciones Sociales UNAM); Roger Bartra (idem), Enrique Pieck, (Instituto de Investigación para el Desarrollo de la Educación, U. Iberoamericana); Manuel Gil Antón, (prof. investigador de El Colegio de México); Jorge Vázquez Piñón, (prof. Investigador de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo); Alfredo Nateras, (prof. Depto. Sicología, Coordinación de Psicología Social UAM Iztapalapa), y varios más que por razones de espacio omitiré en esta ocasión. 14 artículos a los que, aparentemente, seguirán otros más.

Llama la atención la mención, reiterada por varios de ellos, del movimiento del 68 como un referente obligado para comprender lo que acontece actualmente.

Y llama mi atención, porque encuentro muy pocas semejanzas y muchas diferencias, sobre todo, y la más importante de todas, el olvido –voluntario o involuntario– de la llamada “Guerra Fría”, esa guerra que en esa década ya no era tan fría y que envolvía al mundo debido a la polarización extrema de dos ideologías y dos movimientos políticos tan antagonistas como hegemónicos que se disputaban cada centímetro, cada gobierno, cada conciencia, cada inestabilidad social, intentando canalizarla hacia sus muy particulares intereses geopolíticos, intentando usarla para llevar agua a su molino.

Así, mientras en Vietnam un puñado de guerrilleros aguerridos y de una valentía a toda prueba ponía en jaque al imperio estadounidense, los colonialistas europeos intentaban retener sus posesiones africanas y no dudaban en asesinar a Patricio Lumumba y, tal vez también, al secretario general de la ONU, Dag Hammarskjold. Mientras tanto, Martin Luther King cimbraba a la unión americana con su lucha antirracista; Jan Palach se incineraba vivo en la plaza Wenceslao de Praga en protesta contra la invasión soviética a su país durante la denominada “Primavera de Praga”; La Sorbona ardía, el ejército republicano irlandés desafiaba a los ingleses, en fin, y parafraseando una frase muy conocida: dos fantasmas recorrían el mundo intentando aniquilarse mutuamente y destruyendo todo aquello que se les opusiera. Y México, con los juegos olímpicos a punto de empezar, era uno de sus escenarios favoritos, o por lo menos su arena temporal.

Ahora se insiste, con frecuencia contumaz, en que sufríamos una “dictadura perfecta”, un “presidencialismo absolutista”, un régimen autoritario, etc., pero como participante activo que fui en movimientos estudiantiles de la época me atrevo a preguntar, ¿en verdad era esa nuestra realidad?

Porque, a diferencia de los 70, cuando muchos de los protagonistas –de ambos bandos– se decidieron por la vía armada, en la década anterior los desafíos al régimen se resolvían, cuando mucho, con la cárcel. Es cierto que existía, como en muchas otras partes del orbe el delito de “disolución social” para quienes rebasaban ciertos límites “permitidos” para las protestas y la oposición al régimen, pero al mismo tiempo se mantenían relaciones con Cuba a pesar de todas las presiones de Washington, a pesar de la crisis de los cohetes, a pesar de los desafíos de Fidel, a pesar de la fracasada aventura del Che Guevara por llevar la Revolución Cubana a Sudamérica y a pesar del envío de tropas cubanas a distintos países. El gobierno mexicano resistía los embates y toleraba, o incluso fomentaba, movimientos sociales de corte “izquierdista”. Ya sea por convicción o por conveniencias de la geopolítica. 

México disfrutaba o padecía –a un régimen priista supuesta o aparentemente democrático que llegaba, incluso, a manifestarse públicamente como de “extrema izquierda” dentro de la Constitución con el presidente López Mateos, mientras que los gobiernos de Sudamérica eran tomados por asalto por medio de generalotes preparados en la Escuela Militar de EU en Panamá. Y todos los gobiernos se teñían de color verde militar. Y quienes se oponían, allá sí, eran brutalmente reprimidos y frecuentemente fusilados o desaparecidos.

¿Se parece esa realidad a la actual? Por supuesto que no.

Creo que pocos recuerdan esa época porque desde el 68 han transcurrido 44 años.  Quienes lo vivieron tienen por lo menos 62 años de edad y aún más.

Y es frecuente padecer de aquello que se ha llamado miopía mental, principalmente por lo que respecta a la memoria, y concentrar entonces toda la atención en una zona muy pequeña, diminuta, de nuestro interés... olvidando el entorno, principalmente lo lejano. Como si la viéramos en un microscopio.

Aquellos jóvenes de hace 44 años pedían, exigían, dicen los autores, libertad, democracia, “quitarnos la opresión de un régimen autoritario”...

¿Se parece en algo todo eso a la situación actual? ¿Después de 30 años del derrumbe del “socialismo real” y de 12 años, dos sexenios, de que el PRI perdió el poder? 

¿Acaso los gobiernos que sufren actualmente la crisis económica más severa en décadas la pueden atribuir al “imperialismo yanqui”, a la brutal explotación capitalista o esto se debe más bien a los llamados “estados de bienestar o de bienestar social”, los que obligan a gastar más de lo que se produce, en un intento de garantizar condiciones de vida “aceptables” para la población, incluida una pensión –muy frecuentemente abusada por los vivales de siempre– en edades muy tempranas, mientras que crece la longevidad y se pierde aquel “bono demográfico” de la posguerra.

Yo pienso, sinceramente que intentar comparar a ese PRI con el actual es un ejercicio absurdo; considerar que los mexicanos podemos vender el voto, por millones, pero honrar nuestra palabra ya en el secreto de la urna, es un insulto; hacernos creer que se pueden manipular todas las encuestas, de todas las empresas encuestadoras, para convencernos de antemano de que votemos por el “ganador”, o de que las dos cadenas televisoras pueden convencernos de que nuestra realidad no es como la vemos todos los días, de que son capaces de crear una realidad nacional de ficción, y convencernos –otra vez más– de cambiar nuestro oro por espejitos, es considerar que somos muy pen... o retrasados mentales, y que no nos merecemos esa democracia tan anhelada, donde cada voto vale lo mismo.  

Sólo los iluminados, los de pensamiento e inteligencia esclarecida, los que no se dejan engañar, esos, creen, están convencidos de que ellos, y nadie más tiene derecho a votar.

Porque antes aseguraban que sólo se podía ganar con las urnas embarazadas, los mapaches, la operación “carrusel”, etc. sin embargo, y como realidad incontestable, los estados donde el PRD perdió más votos proporcionalmente, comparado con la elección de 2006 fue en Zacatecas y en Michoacán. Estados en los cuales gobernaba. Y ya no.

¿Y en el Defe, acaso las encuestas amañadas hicieron que más de 60% de los votantes se inclinaran por Mancera, pero que medio millón de estos no lo hiciera por AMLO?

Creo que se hacen demasiadas comparaciones extralógicas en un intento absurdo, con fines que nada tienen que ver con la democracia, y sí mucho con las ambiciones de poder.

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