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Ideologías incongruentes

Por: Carlos Meza Viveros

2013-03-18 04:00:00

Para: Fernando Crisanto Campos. Enhorabuena Fraternalmente.

 

Apartir del arribo de Miguel de la Madrid a la presidencia de la República en 1982 y ante el fracaso mundial de los modelos que se pretendían alternativos al capitalismo, marcado por el desmoronamiento de los regímenes de Europa oriental, México ha sido arrastrado inexorablemente hacia un patrón unipolar, dominado por una visión neoconservadora al servicio de los amos del mercado, oculta bajo el ropaje del neoliberalismo y ajena al verdadero interés social.

Después de que el conservadurismo mexicano, apoyado por las potencias extranjeras hasta su clímax con la imposición imperialista de Maximiliano de Habsburgo, había sido por fin derrotado y relegado históricamente a enfrentar los fantasmas de sus propias limitaciones y debilidades ideológicas, tras un siglo de lucha interna en pos de la libertad, la igualdad y la justicia social, hoy ha vuelto y se yergue triunfante, ante la vergonzosa retirada de quienes en algún momento se sintieron orgullosos de ser “revolucionarios” y hoy no son capaces de defender siquiera por congruencia política los principios básicos de su partido.

Es el fin de la historia, el mismo que explicó Francis Fukuyama como el fin de las ideologías y la aceptación por parte de todas las sociedades de que en un mundo liberal y globalizado, no tiene caso seguir cultivando pretensiones ideológicas para alcanzar formas sociales más altas. Los principios políticos sustituidos por los fines económicos... de unos cuantos.

Los últimos estertores idealistas, como el del Frente Democrático Nacional de Cuauhtémoc Cárdenas, la revolución zapatista del subcomandante Marcos, el intento de democratizar internamente el PRI durante la sucesión de Zedillo o la opción por los pobres y la regeneración nacional de López Obrador, a nada condujeron finalmente y terminaron aplastados por el tren de la historia.

Los doce años de alternancia panista fueron sólo eso: un cambio superficial de colores, pero con una visión de continuidad en el fondo, que anuló la transición como idea motriz que había hecho posible la derrota del PRI, sirviendo sólo para consolidar de manera formal y hasta espuria a los neoconservadores, apologistas de la ineficacia y la violencia, incordiando a quienes ingenuamente creyeron en el “cambio”.

Hoy ha regresado el PRI con una gran capacidad concertadora, pero más allá del asombro que esto ha causado a muchos, en particular por facilitar la aprobación casi inmediata de tres grandes reformas estructurales (la laboral, la educativa y la de telecomunicaciones), no debemos perder de vista que los cambios habidos han sido para que todo pueda seguir igual, gatopardismo puro como en la novela de Lampedusa.

En buena parte, el éxito alcanzado se debe sobre todo al “pragmatismo” presidencial y la aparente neutralidad ideológica de su gobierno, con lo cual han podido obtener el apoyo de grupos diversos e incluso colocar al priismo original, la izquierda perredista y otros movimientos progresistas o al menos contrarios al neoliberalismo rampante, en un estado abyecto de pasividad y genuflexión, prontos al aplauso y a esconder la cabeza como el avestruz, mientras la soberanía económica se nos deshace entre las manos.

Hace más de un año escribí un artículo sobre la pretendida neutralidad ideológica del “nuevo” PRI, del cual hoy quiero retomar algunas ideas. El desdén por las ideologías guarda una íntima relación con los postulados neoliberales sobre el fin de la historia y los movimientos idealistas, como estrategia para evitar la concepción, surgimiento y desarrollo de modelos alternativos. La “neutralidad ideológica” representa en sí misma una forma ideológica del capitalismo monopolista imperante, que pretende promover la pasividad social y el distanciamiento de los movimientos progresistas, que tienen en Brasil su principal referente, para mantener la hegemonía neoliberal e imponer los dictados del Banco Mundial y el FMI en los estados emergentes, a partir de un mero sofisma. Pretender que el Estado sea “neutral” o “desideologizado” para supuestamente liberar la ciencia, la economía y la acción sociales de la influencia perturbadora de las ideologías, es lógica y políticamente imposible, por lo que al final los Estados que han seguido este camino devienen en fallidos y contribuyen a incrementar de una manera inmoral las desigualdades.

En nuestro caso, la contradicción se acentúa cuando se pretende imponer dicha neutralidad a un partido político como el PRI, surgido de un movimiento contrario al conservadurismo vigente, encubriendo la modificación pendular de su ideario para acomodarlo a los más aviesos designios y propósitos cupulares. De un partido que se postulaba por la justicia social, pasamos abiertamente hoy a ser un partido que apuesta por la “justicia” del mercado. Impulsar el crecimiento económico a cualquier precio, para que los mecanismos del mercado se encarguen por sí solos de repartir la riqueza generada, sin importar que la mayor parte emigre al extranjero, cuna de quienes están ávidos por explotar los recursos naturales y los sectores estratégicos de nuestro país.

¿Qué sigue entonces? La aprobación de una reforma hacendaria regresiva que grave con IVA los alimentos y medicinas, junto con la apertura del sector energético para permitir una mayor inversión extranjera, sin importar que en el pasado reciente los priistas nos hayamos opuesto de manera firme y fundada a ambas reformas, por ser contrarias al verdadero interés nacional. Al respecto, hay que reconocer que el otro partido de derecha, el PAN, al menos intenta ser congruente y mantener una misma línea, en vez de andar cambiándola de acuerdo al calendario electoral.

Reitero que lo más preocupante es que en el PRI nadie se atreve a alzar la voz en defensa de la ideología que nos ubicaba en el centro del espectro político y nos distinguía del PAN. Y lo mismo sucede con el PRD y otros grupos igualmente cooptados o en manos de políticos bisoños o advenedizos, interesados únicamente en salir en la foto y erigirse como falsos redentores de la patria, olvidándose de la ideología y principios que decían defender.

Ya sé que muchos correligionarios cutres, agachones profesionales e igualmente carentes de visión ideológica, prestos a la abyección por un hueso, se prestarán servicialmente para linchar o tratar de acallar las voces críticas, sin importarles que así estén contribuyendo a la formación de un partido vacío, sumiso, sin ideología ni directriz social alguna, un mero armazón electoral al servicio de una oligarquía entreguista y dizque desideologizada, libre de tener que dar la cara y responder por sus acciones.

Alguien debe advertirles entonces que en un contexto unipolar no puede haber equilibrio entre el poder político y el poder económico, que las traídas reformas estructurales serían finalmente impuestas para beneplácito únicamente del Banco Mundial y el FMI, que el país se constituiría en un mero proveedor de materias primas con el petróleo incluido, que la sangría de divisas provocada por la privatización energética se cubriría con mayores cargas impositivas a los mexicanos, que desaparecerían los últimos contrapesos sociales y con ello, las clases dominantes se consolidarían incrementando la desigualdad creciente, derrumbando los ingresos reales en perjuicio del mercado interno y la paz social.

La política express no es sinónimo de gobernabilidad ni de eficiencia. Los mexicanos tenemos derecho de conocer y debatir a fondo los alcances de las pretendidas reformas, para hallar una salida justa y eficaz. La reconciliación nacional requiere dar espacio a la disidencia y escuchar todas las voces, antes que ignorarlas o, peor aún, perseguirlas. Lo contrario confirmaría que quienes hoy mandan, tienen miedo a las ideologías por todo lo que pueden provocar en perjuicio de ciertos intereses y prefieren hacer todo lo necesario para neutralizarlas con las ventajas que da el poder, olvidando que este les ha sido delegado.

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