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Wembley bañó de oro al Tri

Por: Horacio Reiba

2012-08-13 04:00:00

Exorcizados los fantasmas de Wembley a lo largo de una semana rotunda, el equipo de Tena se plantó ante los brasileños como si tal cosa. Y no había transcurrido medio minuto de juego cuando la sentencia se empezó a dictar: tras el saque desde el centro, el Tri retrocedió hasta Corona y el arquero despejó largo en dirección de la banda izquierda, Fabián apretó  a Rafael contra la raya y, presionado, el lateral del ManU tocó de media vuelta para Sandro, pero Aquino, como una sombra, se interpuso y punteó hacia Oribe que, sin marca, preparó la escopeta y detonó un disparo bajo al rincón derecho de Gabriel, imposible de atajar. 1–0 a los 29 segundos. Demasiado bello, pero tan sólido como el Big Ben. Entonces, ante el estupor brasileño, que les duró un buen rato, México prosiguió imperturbable la asfixiante tarea de hacerle no ya el 2–1 sino hasta el 3–1 a cuanto amazónico recibía el balón. Y conseguido éste, a tocar sin prisa ni pausa, con buen criterio y letra clara. La acción se concentraba lejos de las áreas, buena señal después de todo, porque Brasil es Brasil y tenía gracia mantener a sus tigres de asalto bien atados.

Después, la memoria se sumerge en una nebulosa de 90 minutos. Cabían allí Sófocles y el acertijo de la Esfinge de Tebas –representada con toda propiedad por Neymar– o, como en cualquier cuento fantástico que se respete, la amenaza de un ogro como Hulk o, aprovechando la relativa vecindad con Wimbledon, la caprichosa danza de la juguetona esfera sobre el horizontal que termina negándote el tanto a favor –chilena de Marco Fabián devuelta por el travesaño–. E incluso la ilusión óptica del abanderado británico –falta de Marcelo sobre Herrera, difícilmente perceptible–; de cuyo lanzamiento de Fabián sobre el área –acababa de errar por poco un frentazo muy similar al del gol del empate a Japón, con peinada del Chatón incluida– nace el decisivo frentazo de Oribe que, como su nombre lo indica, valió oro. Iban 74 minutos y Brasil acusó el golpe, hasta el punto de aflorar una visible disputa entre Juan y Rafael por una falta de éste sobre Salcido en las cercanías del área verdeamarilla.

Del sofocón al éxtasis. Los llaman los minutos basura, son aquellos en que todo partido parece ya decidido pero tienen que cubrirse, de una u otra manera. Y allí, México casi se pierde y pierde la corona. Más que las modificaciones introducidas por Mano Meneses –un DT, cuyo mérito principal consiste en haberle dicho sí a la CBF cuando ya los candidatos lógicos habían desaparecido del escenario, ahuyentados por los fantasmas de un segundo maracanazo–; al trastabilleo ayudó un cambio de Tena aparentemente banal –Alonso por Peralta, que salió ovacionado–, pues fue precisamente el recién llegado, cuya convocatoria es y será insondable misterio, quien perdió torpemente el balón que Marcelo tocaría en larguísima diagonal para dejar a Hulk solo ante Corona. Pero afloró además esa parálisis antiquísima que infaltablemente ataca al mexicano a punto de coronar una aspiración de toda la vida. El parpadeo de rigor alcanzó también a Darwin Chávez, que en última instancia midió mal el pelotazo de Marcelo que había colado una a una a todas las líneas verdes, abriendo el camino al gol de Hulk; y si el fusilamiento impune entre las piernas de Corona llegó en tiempo de descuento, no evitaría que, segundos después, el mismo robusto atacante se disfrazara de ogro una vez más, para colocarle a óscar un bombón a bocajarro –la puerta bien abierta a metro y medio de su frentazo– milagrosamente enviado encima del arco por el presunto goleador.

Con el despeje de Corona llegó al fin el silbatazo liberador. Y nunca mejor dicho, pues no sólo nos liberaba del ataque de nervios en que estábamos a punto de caer, sino de más de medio siglo oficiando de acólitos de los grandes, con su cauda de burlones “ya meritos” y “lástima Margaritos” a cuestas.

Lo único de lo que no alcanza a liberarnos la venturosa conquista del oro olímpico es de las nefastas dirigencias que ahora mismo estarán sacando pecho para lucir esa medalla virtual que ya se han apresurado a colgarles parvadas de telelocutores, fieles a su condición de paleros e incensadores. Lo que no resta un ápice de emotividad a una ceremonia de premiación con el himno mexicano vibrando en el aire catedralicio de Wembley, y la bandera tricolor, con su águila azteca enmedio, flotando por encima de las otras dos.       

 

Paternidad confirmada. Para Brasil, nada hay peor que México como contendiente de una final. Cinco veces se encontraron con la verde y nunca pudieron vencerla. Por principio, en el encuentro por el oro de los Panamericanos de 1975 hubo un apagón irreparable en el Azteca con el marcador en ceros y varios minutos por jugar; apremiada por la clausura, la organización decidió entregarles a ambos medallas de oro. Alineaban futuras estrellas de la talla de Hugol, Junior y Edinho.

Más acá en el tiempo, México y Brasil jugaron en Los Ángeles la final de la Copa de Oro de 1996 y Luis García hizo los goles del 2–0 sobre un Brasil juvenil –reforzado por Bebeto–, que se alistaba, precisamente, para participar en los Olímpicos de Atlanta. Tres años después, en la final de la Copa Confederaciones y ante un repleto Azteca, el Tri repetía el truco con música de 4–3 (Pardo, Cuauhtémoc y dos de Miguel Zepeda). Y ya con La Volpe al timón, la misma final cerraba la Copa de Oro de 2004, que otro atlista, Osorno, resolvió con fulminante gol de ídem.

Más acíbar para los amazónicos: en la final Sub 17 de 2005, en el estadio Nacional de Lima, un 3–0 rotundo catapultaba a la generación de los Giovani, Vela y Araujo. Por diversas circunstancias, ninguno de ellos pudo participar en el histórico encuentro del sábado, aunque Dos Santos, antes de lesionarse, había marcado tres de los 12 tantos sumados por México en su carrera hacia el oro de Wembley.

 

7 medallas 7. Nunca, fuera de México 68, una delegación olímpica del país obtuvo tantas preseas como ahora en Londres. En orden cronológico fueron éstas: Germán Sánchez e Iván García, bronce en clavados sincronizados, plataforma de 10 metros; Paola Espinosa y Alejandra Orozco, plata en la misma especialidad, versión femenil; plata para Aída Román y bronce para Mariana Avitia en tiro con arco individual; otra clavadista, Laura Sánchez, bronce en trampolín individual; oro en futbol para el Tri y, unas horas después, bronce para la taekwandoí sinaloense Rosario Espinoza, segunda mexicana en obtener medalla en dos distintos Juegos Olímpicos. Toda una hazaña, que merece airar a toda voz.

 

Ya son historia. Londres 2012 serán por siempre los Juegos de Michael Phelps –con su imposible suma de 22 medallas en tres participaciones (¡18 de oro!)– y Usain Bolt, el plusmarquista mundial que nuevamente arrasó en todas las pruebas de velocidad, incluidos los relevos de 4x100, que la cuarteta de Jamaica corrió en increíbles 36.84 segundos. Detrás de los dos colosos –a una distancia irremediable sideral– todo lo que usted guste y disponga.

 

Clausura desigual. La ceremonia de cierre no tuvo, ni de lejos, la grandiosidad creativa de la de apertura. Momentos felices claro que los hubo –el homenaje a Lennon y suImagine, las intervención, breve también, de The Who, la danza final del Ave Fénix, enmarcado todo en deslumbrantes y polícromos juegos de luces. Pero predominó la monotonía, con excesivo pop de baja estofa –por ahí hasta la Spice Girls– dentro de un programa monótono y exhaustivo.

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