» Puebla » Semanálisis
2013-03-04 04:00:00
Pilar de la pasión futbolística son los partidos llamados clásicos, cíclica repetición de un choque entre idénticos rivales que, sin embargo, nunca es el mismo. Ahí van por el mundo, levantando oleadas de apuestas y discusiones, soliviantando ánimos, quebrantando lealtades y dividiendo familias –en determinados países, no hay encono peor que el suscitado por un clásico entre equipos de la misma ciudad. Un clásico remueve cenizas, resucita muertos y renueva devociones por el balompié que, de otro modo, difícilmente existirían.
Por desgracia, esta fiesta emocional es también reflejo de lo que ocurre con las sociedades cuando se pierde el autocontrol, y nuestro tiempo no es precisamente ejemplar en este sentido: de ahí la cada vez mayor frecuencia de disturbios y salvajadas, emanadas de barras de fanáticos dispuestos a matar por una ilusoria hegemonía de su equipo sobre el contrario. Esta actitud, primitiva y tribal, tiene expresiones aparentemente más civilizadas en los medios: van desde la descalificación sistemática del contrario hasta la proliferación de sesudos análisis, de corte cuasi académico, con que agudos comentaristas adoban hasta el empalago el antes y el después de cada clásico.
Se trata, en cualquier forma, de un fenómeno único, cuya actual magnitud nunca habrían imaginado nuestros abuelos.
Capricho español. De unos años a la fecha, el mundo global del futbol viene girando en torno al clásico ibero: Real Madrid–Barcelona / Barcelona–Real Madrid. Es comprensible, pues no se recuerda la concurrencia de dos clubes tan cotizados y espectaculares como merengues y culés. Pero hemos dedicado tanta tinta y saliva, tanta atención y pasión a sus reiteradas confrontaciones, que el exceso ha terminado por socavar el contenido. Esta semana, por ejemplo, el doblete del clásico por excelencia sólo sirvió para confirmar que la época de oro del Barça toca a su fin. Y que si en el pasado reciente su superioridad sobre el Madrid fue sangrante, la hora del desquite ha llegado con trompetas y fanfarrias, según demuestran el par de victorias blancas de esta semana: el 1–3 de la semifinal copera del martes, en el Camp Nou, y el 2–1 del sábado en el Bernabéu en partido de liga.
De los dos, el partido grande fue el primero, una abrumadora demostración de autoridad merengue en defensa y en ataque, por tierra y por aire, en lo táctico y en lo anímico, coronado por los goles de Cristiano (2) y Varane, la gran revelación de este y de muchos años, un francés recomendado por Zidane que, con apenas 19, es ya uno de los mejores centrales del globo. Desmotivados y sin su entrenador titular, los catalanes se extraviaron en su propio laberinto, que esta vez no condujo a ninguna parte, con Messi parado y cercado de fieras e Iniesta y Xavi incapaces de evitar un desastre que alcanzó proporciones críticas en la zona defensiva de los culés, donde Puyol y Piqué, a merced del letal contragolpe madridista, fueron superados una y otra vez por Cristiano y Di María, mientras a medio campo Alonso y Pepe campeaban por sus respetos.
Lo del sábado, en cambio, fue de una vulgaridad aplastante. Mourinho, pensando en Manchester, sacó una alineación de circunstancias que le permitió al Barça reponerse mal que bien de temprano gol de Benzemá con una fuga de Messi, que trasteó a Ramos y batió a Diego López en su único destello de gran futbolista en 180 minutos de suplicio. Pero en cuanto, a la hora de partido, ingresaron Khedira y Cristiano, el azulgrana entró en pánico, y su repliegue se resolvió en una andanada de golpes, reales o fingidos y por ambos lados, que enconó todavía más el cabezazo de Ramos rematando un corner al ’82 para decretar la nueva derrota de un rival que dejó el campo como fiera herida, con roja para Valdés por pasarse en sus protestas al colegiado –un tal Lasa– que ciertamente había dejado sin marcar un clamoroso penal sobre Adriano en el último minuto.
Vaya duelo. Tonificado y listo ha quedado el Madrid para su desafío del martes en Old Trafford, resolución de uno de los octavos de final de la Champions luego del empate a uno del encuentro de ida. Ante semejante duelo –verdadero clásico de clásicos entre dos gigantes de Europa– palidecen los otros tres choques, asimismo decisivos, previstos para esta semana: la Juve recibirá al débil Celtic tras apalearlo 0–3 en su propia casa, al Valencia le costará un mundo levantarse en París tras el 1–2 encajado en Mestalla ante el PSG, y de mucho habrá de servirle al Borussia en Dormund el 2–2 obtenido en terrenos del Shakhtar Donetsk.
¿Clásico joven? Así bautizó el inefable Ángel Fernández a la naciente rivalidad entre América y cruz Azul que le puso sabor al caldo allá por los primeros setentas, cuando las cementeras huestes de Raúl Cárdenas –Marín, Quintano, Bustos, Horacio...– les tenían pisada la sombra a las Águilas televisivas de Roca, Reinoso y el Loco Valdés. De eso ha pasado tiempo y no son muchos, desde entonces, los desafíos realmente memorables entre ambos cuadros del Distrito Federal.
Tampoco el del sábado lo fue. Para el América, un paseo. Para el Cruz Azul, un suplicio. Para la estadística, un 3–0 tan rotundo como el triplete de Chucho Benítez, que, toda proporción guardada, hizo de Cristiano ante un rival mediocre e inoperante. La cosa terminó en golpes y agresiones allá arriba, donde desahogaba agresivamente su frustración la barra cementera.
A propósito de barras. Se trata, ya, de algo más que un simple dolor de cabeza, y se han enquistado en la entraña del futbol nacional. A media semana, los barristas del América dieron su espectáculo en Neza, riñendo entre ellos al final de un partido de Copa (y seguramente de copas) que el conjunto de Coapa, embalado, ganó fácil al segundadivisionista local. Y en general, están multiplicándose los problemas, dentro y fuera de los estadios, causados por seudoaficionados convertidos en tribu o manada por las propias directivas, responsables de la incentivación de la formación y mantenimiento de esta clase de vandálicas agrupaciones.
Si fue en Pachuca donde se dio el banderazo de salida a esta indeseable mutación d ela porra tradicional en agresivos y bien pertrechados enjambres –se trajo, incluso, a barristas argentinos, especilizados lo mismo en la composición de letras para apoyar coralmente al equipo propio o insultar al rival, a la larga han resultado más temibles las formaciones preparadas con presupuestos de clubes como el América o la UNAM. Pero la epidemia cunde, y ya hasta equipos de Segunda o Tercera División cuentan con un puñado de rufianes cortados con la misma tijera.
¿Que cómo responde a todo esto la Femexfut? Pues mirando hacia otro lado. Y repitiendo hasta la saciedad eso de que nuestro futbol está en auge como espectáculo familiar de altísima calidad.
Aúpa, Puebla. Fue la victoria del orden táctico. Como 15 días atrás, visitaba la franja uno de los campos que peor se le dan, históricamente hablando –al Tec y León súmele usted CU, Torreón y Toluca–, pese a lo cual, y mediante un gol de bandera, culminación de un contragolpe (De Buen, 55’), cobra tres puntos que huelen ya a salvación definitiva y, además, sitúan al equipo en posiciones de liguilla.
Solamente se puede reprochar el exceso de conservadurismo que le dio cuerda al local en el último cuarto de hora. Pero anda el León de tal manera sumido en tinieblas que ese arreón final no le alcanzó siquiera para el empate. Sobresaliente actuación de Víctor Hugo y Baesley y gran gol de De Buen, pero sobre todo, encomiable la disciplina y el esfuerzo de todos, lo que en el Puebla se ha echado tanto de menos en los últimos años.
Por cierto, de los últimos lugares en la tabla de cocientes, todos vencieron por 1–0 (Atlas recibiendo a Xolos y Querétaro a Monterrey), excepto el San Luís –hermano remoto del Puebla en virtud del grotesco asunto de la multipropiedad–, que tras nueve jornadas sigue sin ganar y al perder con Pachuca (1–2) pinta para colero de coleros en la truculenta historia de los minitorneos.
México, campeón. Aunque escribo estas líneas antes del partido, supongo que los chicos de Sergio Alamaguer no tendrán problemas en coronar con el título su participación en la eliminatoria Sub 20 de la Concacaf, torneo en el cual han arrasado sin contemplaciones a los muy flojitos elencos concurrentes. Y esto incluye al de Estados Unidos, finalista sólo porque alguno tenía que serlo, no por las bondades de su juego.
El tema de fondo, por supuesto, está en el millonario, ostensible y ostentoso gasto en que ha incurrido el gobierno estatal so pretexto de regalar al pueblo con una justa internacional entre profesionales del balón (¿?). Lo del regalo es literal: los boletos no se expendían sino se obsequiaban, demasiado lujo para un estado endeudado a tope y lleno de carencias más acuciantes que otro poco de circo a falta de pan.
¿Habrá en el Congreso local alguna voz sensata capaz de oponerse a esta clase de improcedentes despilfarros? ¿Usted qué cree?
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