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Reacciona Checo Pérez

Por: Horacio Reiba

2013-04-22 04:00:00

Bastaba un simple vistazo a la prensa europea luego del GP de China, corrido el fin de semana anterior, para confirmar lo que ya temíamos después de la carrera: el poco afortunado desempeño de los dos pilotos mexicanos en F–1 –Pérez en McLaren, Gutiérrez en Sauber– levantó muchas ámpulas en el medio. Con notorio sobredimensionamiento de los errores de ambos pilotos para concluir con que no debiera haber tanto novato sin méritos en la pista, críticas a McLaren por haber llamado a Pérez en reemplazo de Hamilton y pestes contra el predominio del dinero sobre el talento a la hora de firmar pilotos nuevos (clara alusión a los millones de Carlos Slim detrás del ingreso a la F–1 de nuestros dos paisanos). Como si tal cosa fuera la gran novedad.

Ciertamente, en Shangai el Checo se le cruzó mal a Raikkönen y éste tuvo que continuar con la trompa averiada el resto de la carrera (aun así finalizó 2º); y Esteban, en otro error de cálculo, sacó de la prueba a Adrián Sutil, ganándose la sanción que lo hizo partir último en el GP de Bahréin este fin de semana. Por eso era la de ayer una fecha clave. No tanto para el regiomontano Gutiérrez –que no logró superar los inconvenientes ligados al castigo y terminó en el lugar 18–, como para el tapatío  Pérez, una apuesta fuerte de McLaren que amenazaba terminar en decepción. Ese era el panorama entre bambalinas antes de la largada. Y eso que sigue bullendo con fuerza el tema de los pilotos de Red Bull, con la escudería bajo sospecha de estar maniobrando contra el australiano Webber para beneficiar a Sebastian Vettel, su diamante más preciado.

Carrerón. El acostumbrado resumen de una línea no sirve para explicar lo que fue el GP de Bahréin 2013. Reduciría a una verdad evidente –el triunfo de punta a punta de Vettel, al mando de un Red Bull de nuevo infalible–, lo que tuvo caracteres de drama mayor, con varios autos disputándose los puntos dentro del mismo segundo hasta la última vuelta del circuito. Además, dejaría a la sombra el gran desempeño de Sergio Pérez para llevar su McLaren al sexto lugar final, cuatro por delante de su coequipero Jeson Button, todo un campeón del mundo, tras librar varias batallas memorables sobre el atractivo trazado oriental. Y no con cualquier adversario, sino con tipos como Rosberg –que había arrancado en punta–, Grosjean –tercero en el podio de ayer–, y otros ases tan contrastados como Hamilton –que llegó quinto–, Alonso –séptimo, detrás del Checo– o el propio Button (décimo), con quien allá por la vuelta 35 se enfrascó en un zigzagueo trepidante que a punto estuvo de terminar con los dos McLaren fuera de pista. Y que se resolvió, como quedó dicho, en favor del tapatío.

Las posiciones finales –Vettel, Raikkönen, Grosjean, Di Resta, Hamilton, Pérez– hablan a las claras de quién se impuso a quién en la disputa entre pilotos de la misma escudería. Y el desempeño del tapatío da fe de su capacidad al volante. Y también de la casta brava que lo alienta.

Ambos rasgos –con alguno más– son los que definen a los campeones.

De chicos gigantes, de mayores enanos. Lo que ya había ocurrido aquí en Puebla durante el premundial Sub 20 se reprodujo en Panamá en la justa clasificatoria para el mundial Sub 17: México ganó con autoridad ambos torneos, y como sucediera ya con el oro olímpico de Londres, se pueden utilizar para hablar de la radiante salud del futbol azteca, al menos en lo que a categorías juveniles compete. Porque de lo que sucede después, nadie parece querer hacerse responsable.

Lo que sucede después con nuestros novatos más prometedores quedó nítidamente ilustrado por el insulso empate a cero con Perú al final del partidito molero de turno, jugado esta vez en San Francisco. Ni de penal ha sido capaz el Tri mayor de romper su racha empatadora de 2013. Y sería lo de menos si mostrara a cambio ciertos atisbos de estilo propio, de buen criterio para moverse y mover el balón, de proyecto futbolero en suma. Nada de eso ha podido observarse, y está claro que nuestro balompié navega sin rumbo. Bailando al son que le marca Televisa, y ofreciendo a los pacientes espectadores del torneo local magras y mediocres exhibiciones.

Clásicos. Ejemplo al calce: el sábado se jugaban dos clásicos, llamados así venga o no a cuento. El tapatío cuenta con prosapia e historial, localmente aún levanta pasiones, pero hace mucho tiempo que dejó de iluminar encuentros de real calidad y atractivo. Esta vez, Atlas y Guadalajara trotaron y forcejearon a medio gas, sin más consecuencias que el gol del chileno Millar que definió la contienda en favor de los rojinegros. Tampoco es noticia, dada la pronunciada cuesta debajo de las Chivas, abandonadas a su suerte por una directiva veleidosa y nefasta, e inclusive por los silbantes: el del sábado echó sin mucho motivo a Márquez Lugo –que pecó de irresponsable, eso sí– y terminó ignorando una posible mano dentro del área propia de Rodrigo Millar, el mismo que en el primer tiempo había clavado el único gol en el arco de Talavera.

América y Pumas, que disputaban un partido de hueso contra hueso, con ventaja mínima para el local en lucha contra contra 10 universitarios desde que Bravo fue expulsado por rudo en la primera mitad, ofrecieron emocionante toma y daca en el cuarto de hora final, ya en igualdad numérica tras la roja mostrada al americanista Molina a los 70’. Allí, en ese partido roto en que cada ataque encontraba respuesta casi inmediata, pudo ocurrir cualquier cosa. Hubo emoción, pero la cantidad de goles perdidos por ambas delanteras, entre gruesos errores defensivos combinados con aciertosin extremis de los porteros, exhibió también la precaria calidad y la notoria incapacidad goleadora de los contendientes, y ninguna personalidad descollante sobre la cancha. Como que el único tanto del partido –frentazo a bocajarro de Benítez (’22)– lo propició más la pasividad y descolocación de arquero y defensores pumas que un destello deslumbrante del moreno ecuatoriano, quien se limitó a aprovechar la ocasión para pescar los tres puntos.

Aun sin la denominación de clásicos –bautismo sacralizado más por los telemerolicos que por la realidad–, los duelos Cruz Azul–Toluca tienen también lo suyo. No desde luego el de ayer, que aunque jugado en la Bombonera fue todo para el visitante, que continúa su ascenso anímico en sentido inverso al de unos Diablos empeñados en repartir devotas estampas a sus fieles y hundir la ya escasa credibilidad del Ojitos Meza. Inclusive el 0–2 resultó corto en relación con los méritos de uno y otro, al grado que el mejor del once choricero fue su arquero Talavera, en tanto mostraban los de Memo Vázquez una elogiable homogeneidad en su accionar, con notas altas para la recuperación del Cacho Giménez y la madurez actual de Gerardo Torrado.

Y conste que ese Toluca es el actual subcampeón de México; y no pregunte usted por el campeón, pues los Xoloscuintles de Mohamed también perdieron en casa, 1–2 ante el Morelia.

Ramírez Vázquez. Si la humanidad, según observara José Vasconcelos, podría dividir entre quienes construyen y quienes destruyen, Pedro Ramírez Vázquez perteneció sin duda al primer grupo. Lo atestiguan una serie tan heterogénea como representativa de sus concepciones arquitectónicas, del Museo de Antropología e Historia al Museo Amparo (el original, no la remodelación reciente), de la Nueva Basílica de Guadalupe al Palacio Legislativo de San Lázaro, del Museo de Arte Moderno al del Templo Mayor. Entre tantas obras más, con la firma del hombre fallecido el martes pasado, el mismo día en que cumplía 94 años.

En materia de recintos deportivos, causó sensación en su momento el diseño isóptico del Estadio Azteca –tal vocablo indica que la visibilidad es la misma desde cualquier punto del graderío–, que se repetiría, incluso mejorado, en el Cuauhtémoc de Puebla (de nuevo, hablamos del original de 1968, no de las rampas añadidas en el año 85). Es innecesario agregar que el Azteca, algo desvencijado y vetusto a estas alturas, tuvo el raro privilegio de acoger las apoteosis de Pelé en el mundial de 1970 y de Diego Maradona en el de 1986. Actos jugados también en el Cuauhtémoc.

Más allá de su indudable habilidad para relacionarse con el poder, los diversas construcciones diseñadas por Pedro Ramírez Vázquez (México Distrito Federal, 1919–2013) revelan imaginación, creatividad y sentido funcional a partes iguales. El suyo, que duda cabe, cuenta ya entre los nombres señeros del siglo XX mexicano.

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