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Puebla-Chivas, más pasado que presente

Por: Horacio Reiba

2013-02-18 04:00:00

La rivalidad Puebla–Chivas existe desde muy antes de la recordada final de liga de 1982–83 que llevó a la franja por primera vez a la cúspide del futbol nacional. 30 años antes hubo ya una semifinal de Copa que levantó ámpula y quedó fijada en los anales por su agudo dramatismo, pues Lupe Velázquez la resolvió de último minuto en partido de desempate, disputado en la Ciudad de los Deportes –hoy estadio Azul. La acción decisiva llegó precedida, segundos antes, por un paradón descomunal de Vicente González a disparo de la Pina Arellano. Irónicamente, el guardavallas del Puebla era originario, como el mismo Lupe, de la ciudad de Guadalajara. Y no era la primera travesura de Vicente y Lupe a sus paisanos, pues un año atrás, casi al cierre de un torneo de liga que los rojiblancos parecían tener a su alcance, el primero le había detenido en El Mirador un penal decisivo a Javier de la Torre, y marcaba Velázquez el único gol del partido, permitiendo así que fuese el León, y no las Chivas, el ganador del título de 1951–52.

Muchos años y encuentros han disputado desde entonces camoteros y rayados. No es por tanto extraño que, en ese largo avatar –que incluye la trágica muerte, un sábado 14 de febrero de 1981, en la México–Puebla, del muy fino mediocampista Pepe Martínez, al accidentarse el autobús en que se trasladaba el Guadalajara a nuestra ciudad, víspera de un encuentro de liga que hubo de ser pospuesto– haya tenido ocasión el Rebaño de tomar desquite, como cuando el Puebla de Pedro García había redondeado su mejor temporada –superlíder del torneo regular 1988–89– y arribado a la liguilla como favorito al título, solo para verse desbordado por unas Chivas inspiradas que nos derrotaron dos veces, con Antonio El Cadáver Valdés como verdugo mayor. Y fue una pena que no coincidiera la franja con los tiempos gloriosos del campeonísimo. O quizás una suerte, pues en esa época nadie se atrevía a toserle a aquel Guadalajara histórico.

En el partido de ayer, la buena nueva era el retorno a la cíclica disputa de Manolo Lapuente, vencedor de las Chivas en la recordada final del 29 de mayo de 1983, en el Cuauhtémoc.

Desde luego, el partido de ayer por la tarde, que el Puebla debió ganar pero no supo cómo hacerlo, no pasará a la historia de este clásico provinciano.

Repunte rojo. Buena semana para el Toluca, que supo reaccionar a la goleada ante Tigres en el momento y el lugar indicados: la otra Bombonera –la grande, la del Boca Juniors– y aprovechando su estreno en la Libertadores. Por esta vez, el Ojitos Meza se llevó de calle el duelo con Carlos Bianchi, que regresa a la banca xeneize con la aureola de máximo ganador de títulos para el célebre club porteño.

Sin embargo, dura tarea le espera si de recuperar al Boca legendario se trata. Pues en cuanto se asentó en la cancha, el Toluca asumió el mando del choque con entera comodidad, sin importar que haya estado en desventaja por un gol de penal y fallara el que tuvo al principio del segundo tiempo.  Simplemente, no hay el Boca actual ningún jugador del nivel de Talavera, Sinha o Benítez, las figuras de la noche. El arquero acalló la artillería boquense cuando se requierió, el brasileño marcó el ritmo del partido y el Pájaro volvió loco a Caruzzo, provocó un penal –malogrado por Rodríguez– y marcó el 2–1 definitivo con un toque maestro por encima del portero Orión, para asegurar el segundo triunfo mexicano en la Bombonera. El otro fue del Cruz Azul, en la final de 2001, y precedió a un desenlace adverso en el desempate desde los once pasos.

Ya encarrerado, el cuadro rojo fue el sábado al Azteca y le arrancó un empate de último minuto al América cuando el Piojo Herrera ya festejaba los tres puntos con habitual teatralidad.

De poder a poder. Así fue el cotejo entre Real Madrid y Manchester United en el Bernabéu, un retorno a todo tren de la Liga de Campeones, detenida y en suspenso durante los meses más gélidos del invierno europeo y  ahora de vuelta.

No es lo usual que los octavos de final programen duelos de tal calibre, pero así se dieron las cosas (ahí viene, mañana mismo, un Milán–Barcelona que también echa chispas). Mientras el ManU viaja en caballo de hacienda hacia el título de la Liga Premier, al Madrid hace mucho que se le escapó el Barça, con el que, por cierto, tiene pendiente un duelo decisivo por las semifinales de Copa. Ese estado de ansiedad de los de Mourinho se reflejó en un arranque relampagueante, con tres disparos amenazantes contra el portal de De Gea antes del minuto cinco –el de Coentrao dio de lleno en la base del poste–, lo que parecía anunciar una de las arrasadoras noches europeas del Real. Sin embargo, fue el Manchester quien primero marcó, recalcando la vulnerabilidad que esta temporada está teniendo ante los tiros de esquina la gente de Mou: ciertamente, no era córner –primero de los yerros arbitrales del alemán Brych–, pero igual se elevó Welbeck, ante la pasividad de arquero y defensas merengues, para cabecear sin problemas a un rincón (’20).

También de cabeza, 10 minutos después, llegaría el tanto de Ronaldo, muy estético por el salto de bailarín del Bolshoi del portugués, que dejó muy abajo al azorado e impotente Evra. Y en lo que a goles se refiere, eso fue todo. Pero no en cuanto a emociones, aproximaciones y salvamentos in extremis. El Madrid ya no predominó como al principio pero mantuvo siempre la iniciativa. Ferguson optó en la segunda mitad por un repliegue cauto y una estricta marcación zonal con el equipo plantado en su mitad de cancha y todos, incluido el ubicuo Rooney, en labores de zapa contra un adversario sumamente activo pero con pocas luces para romper el cerco.

Aun así, Cristiano amagó de nuevo, con dos remates –uno en tiro libre– que rozaron por fuera la red inglesa. Y también su paisano Coentrao, que remató a bocajarro un centro de Di María solo para encontrarse con una defensa mayúscula de De Gea, que en la emergencia utilizó el pie para repeler el fusilamiento. Y, paradojas del futbol, un Van Persie prácticamente ausente, dentro de un Manchester al que los cambios no le funcionaban –no entró el Chicharito pero sí Valencia, Anderson y Giggs, que tuvo el gol y lo dejó ir–, a punto estuvo de desnivelar la contienda: primero lo evitó Alonso, rechazando en la raya un tiro mordido del holandés, solo ante Diego López, suplente del lesionado Casillas, y poco antes y poco después el propio arquero blanco, que primero desvió su cañonazo para hacerla rebotar en el larfuero, y en la última jugada del choque se zambulló ágilmente para ceder un córner que ya no llegó a cobrarse por decisión del tal Félix Brych, que en la primera parte había ignorado un claro empujón a Di María en el área inglesa.

Espadas en alto. En la historia de las eliminatorias por la Copa de Europa, el Madrid y el Manchester se habían medido antes en cuatro ocasiones. Un clásico en toda forma, del que la sacan los hispanos la mejor parte, pues solamente una vez consiguió eliminarlos el equipo rojo, por cierto con un gol antológico de George Best (semifinales de 1967–68, 1–0 en Old Trafford y 3–3 en Chamartín). Se habían encontrado por vez primera en el lejano año 57, en plena eclosión del Madrid de Di Stéfano, que no tuvo mayor problema para resolver la eliminatoria (3–1 y 2–2); las otras dos aún estarán en el recuerdo del aficionado: la de 1999–2000 por el taconazo de fantasía con el que Fernando Redondo preparó, contra la raya, el gol ganador de Raúl, enmudeciendo al Teatro de los Sueños (2–3, luego del 0–0 del Bernabeu), y dos años después, allí mismo, por el terceto de golazos del gran Ronaldo Nazario de Lima, que si bien no evitó una derrota por 4–3, sí resolvió la eliminatoria a favor del Madrid, que había ganado 3–1 en casa.

El observador acucioso habrá notado que, en dichos duelos, siempre se impuso quien visitaba en la vuelta. Y por otro lado, está muy viva la necesidad madridista de rescatar su temporada e incluso justificar la carísima contratación de Mourinho, cuya salida todos juzgan inminente, empezando por él mismo. De modo que la aparente ventaja del United puede resultar al fin y al cabo engañosa. Aunque sin duda existe: por lo pronto, el 0–0 no les serviría a los merengues.

Caso Pistorius. Otro drama, pasional éste, golpea de lleno al deporte de alta competencia. Oscar Pistorius, célebre al convertirse en 2012 en el primer atleta olímpico con prótesis en ambas piernas, está acusado de dar muerte a su novia, una modelo natural, como él, de Sudáfrica.

Ante la frecuencia de casos en que la agresividad extrema de ciertos deportistas desemboca en episodios de violencia incontrolada, no nos queda otro remedio que suponer que el carácter crecientemente agresivo de los eventos, los desbocados intereses en juego y la exigencia de un plus competitivo cada día mayor –verdadera causa de fondo del abuso de fármacos y anabolizantes en búsqueda de maximizar rendimientos por vía errónea– están creando una raza aparte de seres humanos desnaturalizados por la locura competitiva.  

En espera del desenlace judicial del deplorable asunto, quede esto para meditar. Convencidos siempre de que la limpieza y probidad del deporte son inseparables de la decencia esencial de quienes lo organizan, practican y disfrutan. Lo contrario significa deshumanizarlo y destruirlo.

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