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¡Eso es futbol! España, tricampeona

Por: Horacio Reiba

2012-07-02 04:00:00

Eso es futbol y lo demás aproximaciones más o menos burdas. O en eso dejó España, ayer en Kiev, todo lo que otros puedan ofrecer hoy en una cancha futbolística. Su juego, un canto coral a la ética y la estética de este deporte, elevando a la altura del arte. Y el pagano resultó ser Italia,  que está renovando trabajosamente los fundamentos de su anquilosado esquema –escapar de la caverna del catenaccio, la hercúlea misión que Prandelli se impuso– y que no venía sonando mal antes de esta desafinada noche kievita. Un 40 que jamás se había presentado en el último partido de una Eurocopa, y que pudo ser más escandaloso de habérselo propuesto los de Del Bosque.

 

¡Torero! ¡Torero!

 

A años luz de la disyuntiva alguna vez planteada por Menotti (“España tiene que decidirse entre ser toro o torero”), la Roja ha captado lo mejor del sistema barcelandés –la saga Michels–Cruyff–Rijkaard–Guardiola, con La Masía y Camp Nou como áulico paisaje: el futbol total devenido indescifrable red de toques cortos salpicados de picardía a golpes de cerebro y cintura– y lo ha utilizado para torear rivales en todos los tercios y todos los terrenos de ese coso rectangular que es cualquier campo de futbol. Así lo venían haciendo desde 2008, pero en esta final, continente y contenido adquirieron dimensiones soñadas. Al fin, Xavi soltó amarras y dio su partido, suyos los medidos servicios previos al segundo y tercer goles, suya la batuta que graduaba los movimientos del equipo, la capacidad para esperar y acelerar de improviso, para regular la transición de la pausa al relámpago. Con Iniesta para lanzar a Cesc en medio de la maraña italiana en la jugada del primer gol, concretado por Silva con golpe de cabeza (’14), y con Jordi Alba –la gran revelación del torneo– mostrándole a Xavi la rendija por donde coló el quirúrgico servicio que el flamante lateral azulgrana convertiría fusilando por bajo a Buffon (40’).

Todo esto, otra vez, a años luz de los pesados intentos de un equipo italiano condenado a la inexistencia durante la mayor parte del encuentro. Y al azoro contemplativo cuando perdió por lesión a Motta y se quedó con diez hombres.

 

Del Bosque, talismán

 

Para un equipo que profesa la armonía dentro del campo no podía haber guía mejor que Vicente del Bosque, ese padre suavemente impasible para imponerla desde fuera. Un hombre cuya buena estrella le permite incluso volver de decisiones discutibles –como la contraproducente alineación de Negredo contra Portugal– a través de detalles que denotan un especial estado de gracia, digamos, la inclusión ayer durante unos minutos de Torres y más tarde Mata, autores, precisamente, de los goles tercero y cuarto (minutos 83 y 87) de algo que de partido originalmente dispar se había trocado decididamente en pasarela de lujo para que desfilara despreocupadamente por ella el campeón más indiscutible en la historia de la Euro.

 

Alineación para la historia

 

Dadas las dimensiones de la gesta, vale la pena asentar la formación española de esta antológica final: Iker Casillas; Álvaro Arbeloa–Gerard Piqué–Sergio Ramos–Jordi Alba; Xabi Alonso–Sergio Busquets (Pedro Rodríguez); Xavi Hernández–Andrés Iniesta (Juan Mata)–Cesc Fábregas (Fernando Torres).   

 

Las semifinales

 

El miércoles, en Donetsk, España, como se esperaba, se movió con más soltura que Portugal, tuvo más tiempo la pelota y dispuso de las mejores ocasiones de gol. Pero no fue el equipo mareante de siempre, en parte porque Del Bosque cambió la formación al incrustar un 9 fijo, el novato Negredo. Cambio poco afortunado que afectó el funcionamiento de toda la delantera, mientras los portugueses intentaban hacerse del balón en el medio campo: cuando lo consiguieron, no lograban inquietar mayormente a Casillas. Por eso –y porque Rui Patricio se agigantó durante la prórroga–, el 0–0 final forzó los penaltis, en los que la Roja volvió por sus fueros, con Ramos imitando a Panenka (y a Pirlo) y Fábregas como autor del decisivo 4–2, que dejó a Cristiano sin ocasión de probar fortuna, pues Bento lo había relegado a quinto tirador.

Al día siguiente, en Varsovia, batacazo teutón. Peleada con el gol el día de los ingleses, Italia encontró en el imprevisible Balotelli la encarnación del eterno verdugo italiano en la cíclica batalla tantas veces ganada a los alemanes desde que, en México 70, protagonizaron ambos el llamado “partido del siglo”. Esta vez no hubo gesta sino una mezcla de buena fortuna inicial –el gol que Pirlo salvó en la raya, el rechace de Buffon que Chiellini se llevó por delante y de milagro no entró– con férreo control azzurro bajo la sabia batuta de Pirlo. Eso y el extemporáneo penal anotado por Özil en tiempo de descuento del encuentro resumen un partido que, por una vez acertado, Ballotelli había resuelto en la primera media hora. Aunque la segunda parte daba para goleada escandalosa si los inocuos Marchisio, Diamanti y Di Natale hubiesen atinado en cualquiera de las muchas ocasiones de que dispusieron, adelantados como estaban los teutones en su desesperación por descontar.

Todo lo cual queda en anécdota mínima, visto lo visto en la final.

 

Copa Libertadores:

final abierta

 

La versión número 53 del torneo  desdeñado por los Decios vivió el miércoles en Buenos Aires el encuentro de ida de una final que para el Corinthians paulista es la primera. Tal vez por eso presentó en La Bombonera una formación muy precavida, aunque terminara sacando valioso empate que, sin embargo, dista mucho de ser un cheque al portador, dada la reconocida capacidad remontadora del Boca, zorro viejo y curtido en esta clase de lides.

De hecho, los brasileños aprovecharon su única ocasión gracias a la habilidad y frescura de un suplente muy joven, Romarinho, para encarar a Orión y picar suavemente el balón por encima de su cuerpo (’85). Un  gol de crack, bueno para igualar el corajudo remate a bocajarro de Roncaglia (’72), lateral diestro del cuadro xeneize, que a esas alturas permanecía en el campo por galantería de un árbitro que le perdonó la segunda amarilla sobradamente. Por cierto que en esta acción un defensa evitó que el cabezazo de Silva se colara en primera instancia al desviarlo claramente con la mano, sin que el propio juez, un señor Osés, se diera por enterado.

El decisivo se jugará el miércoles en Pacaembú, sin que aplique la regla que revalúa los goles del visitante. Así que alguno tiene que vencer, sea jugando o mediante lanzamientos de desempate, tan de moda últimamente.

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