2012-01-26 04:00:00
Las instituciones en general se encuentran en una crisis terrible de credibilidad y confianza; lo anterior, fuera de ser un lugar común, describe la realidad. Ni las instituciones gubernamentales, ni las iglesias, ni las empresas y mucho menos los partidos políticos, se han escapado de caer presas de la corrupción y el abuso generalizado que vive el país. Desafortunadamente, incluso instituciones cuyo origen ciudadano las blindaba contra los embates de tales comportamientos, han sucumbido a los vicios terribles de la incipiente democracia en que vivimos: en los últimos tiempos, tanto el Instituto Federal Electoral como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos han visto mermada su credibilidad producto de haber generado sus titulares y sus representantes agendas específicas con respecto a lo político, cosa que innegablemente hace que ante la ciudadanía empiecen a echar agua. Pese a que vivimos en un país en apariencia adormilado, he de decir que han sucedido ciertas cosas que me hacen pensar que no todo está perdido, sobre todo en lo referente a nuestros ciudadanos.
Hace unas semanas, la comunidad de la junta auxiliar de San Bernardino Tlaxcalancingo perteneciente al municipio de San Andrés Cholula impidió la construcción de un polideportivo con el argumento de que no quedaba clara la negociación con la compañía constructora –española, por cierto– que operaría durante varios años el establecimiento. De acuerdo con los pobladores, ellos tendrían que pagar más de 300 pesos al mes para poder tener uso de las instalaciones que estarían en un predio que les pertenece. El edil de San Andrés argumentó que se trata de un movimiento político que busca evitar que el “progreso” llegue al municipio e incluso amenazó con proceder legalmente contra el presidente de la junta auxiliar y su cabildo. El acuerdo era que el gobierno del estado proporcionaría 90 millones de pesos –que por cierto, vienen de la Federación–, la constructora 25 millones, y el municipio pondría el terreno, que según versiones de la junta, tiene un costo de 80 millones de pesos. Los embates contra el movimiento no se hicieron esperar y se ha calificado en medios electrónicos e impresos a los manifestantes de ignorantes y revoltosos. Nada extraño, por cierto, cuando un movimiento surge de la propia ciudadanía.
El segundo caso se suscitó el domingo pasado en que cientos de personas se manifestaron en el Parque Juárez de Puebla en contra de la reforma al Artículo 24 Constitucional del que hemos hablado en entregas anteriores. Era visible en los rostros de la gran mayoría de los asistentes su rechazo a la mentada reforma, y que no hubo acarreo vil como suele suceder con eventos de campaña del candidato que se trate. Niños, ancianos, hombres y mujeres –y muchísimos jóvenes, cosa sumamente agradable–, todos estaban ahí para protestar por una reforma que no tiene nada que ver con ellos, que fue pactada por Enrique Peña Nieto con la cúpula de la Iglesia Católica –como fue reportado en este mismo diario el pasado día 23 del presente– y que podría afectar a muchos otros artículos constitucionales. La manifestación recibió poco eco por parte de los medios masivos de comunicación y en muchos, apenas mereció una pequeña nota.
Como se pude observar, ambas expresiones demandan respeto, concepto que se diluye entre lo que se considera “pertinente” o “urgente”; entre lo que es “moralmente aceptable” y lo que dicta un supuesto “progreso” que huele más bien a negocio turbio, a “transformaciones” que en nada benefician a la ciudadanía. Ambas circunstancias no responden a cosas de primer orden, necesidades que bien merecerían tanto inversión de capitales, como de trabajo legislativo. En un país que permite que mueran personas de hambre –ya no digamos como resultado de las consecuencias de la guerra contra el narco– y que a la par inaugura monumentos que más que celebrar la Independencia, festinan la corrupción y el dispendio rapaz, es alentador ver que la ciudadanía no se traga cualquier cosa, que puede levantar la voz. Es muy probable que un personaje como Enrique Peña Nieto –arriba en las encuestas– llegue a la presidencia pese a la pútrida y sórdida atmósfera que le rodea, lo mismo que pueda existir un fenómeno como Elba Esther Gordillo y que haya medrado hasta convertirse en el quiste que representa… y es perfectamente creíble que nuestra sociedad permita que ambos fenómenos existan por desidia e indolencia bruta… el futuro, reconozco, me tenía sumido en el desánimo más burdo y en un cinismo que linda con la aceptación de lo que ya no tiene remedio. Ahora, gracias a los oriundos de Tlaxcalancingo y a los manifestantes en contra de la reforma al 24, puedo pensar que el país tiene posibilidades; celebro estas expresiones pues son la muestra de contrapesos tan necesarios en una democracia tan endeble como la que vivimos. La crisis institucional produjo el despertar de la voz ciudadana, tan afónica últimamente; aunque dudo que las instituciones escuchen, sus líderes están tan llenos de sí mismos y de sus paupérrimos logros, que tienen taponados los oídos y vendados los ojos. Esperemos que los demás ciudadanos sí atiendan al llamado y que su voz se escuche en las urnas en una de las elecciones más determinantes que ha vivido el país… esperemos.
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