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Para normalizar las normales

Por: Juvenal González González

2012-11-01 04:00:00

 

La civilización no suprimió la

barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara.

Voltaire

 

El apretado repaso histórico de la semana pasada tuvo la finalidad de exponer los genes que corren por las venas del sistema de normales rurales del país, sin cuyo conocimiento y comprensión es imposible intentar siquiera una solución justa y duradera de los conflictos que se arrastran desde el siglo pasado.

Aquí vale puntualizar que al través del largo y sinuoso camino transitado por los normalistas rurales las mujeres han jugado un papel fundamental. Urge una investigación que rescate su heroica participación en las luchas del normalismo y el magisterio mexicanos.

La gran crisis en la que se encuentra hundida la educación nacional, que incluye la crisis de las normales, podrá resolverse si, y solo sí, se rescata y revalora el papel del maestro como agente del cambio social; leal y profesionalmente comprometido con sus alumnos, los padres de familia, la comunidad y el país. El éxito de tal empresa exige definiciones claras y precisas del Estado mexicano respecto a su filosofía y su política educativas, de cara al proyecto del México del Siglo XXI.

El galimatías ideológico en que hoy navega la educación mexicana, otrora ejemplo y orgullo nacional, no puede sino producir corrupción, dispendio, confusión y lástima. Parches sobre parches surgidos del pragmatismo ignorante de los tecnócratas que se agandayaron el país en las últimas décadas. Enciclomedia es sólo un botón de muestra.

La Secretaría de Educación Pública debe dejar de ser un botín y un premio de consolación para políticos marginales. Urge ponerla en manos de auténticos educadores, capaces de deslindar los campos académico, administrativo y sindical; de profesionalizar la docencia y sanear la vida en las escuelas, a partir de una correcta relación entre autoridades, padres, maestros y alumnos.

Para dar ese salto de calidad se requiere mucho más que “voluntad política”, “echarle ganas” o “ponerse las pilas”. Expresiones de moda, muy propias de la tecnocracia neoliberal, tras de las cuales pretenden ocultar su ignorancia, ineptitud e incapacidad para desarrollar y ofrecer soluciones reales y de fondo a los problemas que enfrentan.

Por eso es imperiosa la necesidad de resolver desde sus raíces el cíclico conflicto de las normales rurales. La infraestructura normalista instalada en el país, sus alumnos, trabajadores y maestros, han sido dejados en el abandono desde hace muchos años, como esperando que se los lleve el viento.

Ya son varios los sexenios en que los normalistas son vistos como enemigos y tratados como delincuentes. Contando siempre con el lamentable apoyo mediático oficialista. Pero ni los altos funcionarios, ni las voces y plumas que los solapan, han pisado jamás un aula o un dormitorio de normal alguna, mucho menos en alguna de las “escuelas” perdidas en la selva o la montaña donde los egresados imparten sus clases.

Dos mundos, dos visiones de la realidad. Los del bando “modernizador” ansiosos por integrarse e integrar al país a la economía globalizada, en la que ser competitivo y sumiso es básico; por abrir las puertas al capital especulador y las grandes empresas extranjeras para que vengan a crear empleos (mal pagados para ser competitivos, claro) y privatizar las empresas del Estado y los recursos naturales en aras de la libre competencia, el libre mercado y demás baratijas y espejitos colonizadores.

Y en el otro bando los hijos de la escuela rural mexicana, “trasnochados” herederos de reivindicaciones, antes revolucionarias hoy populistas, como la educación, la salud y el bienestar de los jodidos y marginados; aferrados a viejos conceptos, “ya superados”, que se refieren a la soberanía e identidad nacionales; las culturas y tradiciones indígenas y populares; el antiimperialismo, anticolonialismo, autodeterminación y otras entelequias.

Ese es el conflicto de fondo. Unos rindiendo pleitesía al dinero como el gran tótem de la modernidad y otros dispuestos al sacrificio en aras de la justicia social. Posiciones tan ajenas y distantes que parecen no tener punto de encuentro.

Como ninguno de los bandos está en condiciones de aniquilar al adversario, para encontrar una salida digna es necesario que las partes negocien en condiciones de equidad y reconocimiento mutuo. Las imposiciones autoritarias no tienen cabida.

A final de cuentas todos debiéramos estar de acuerdo en que los maestros pusilánimes, sometidos al cacicazgo del gremio, enajenados por la televisión, alejados de la lectura, la ciencia y la cultura, que llegan desganados a sus clases y sólo están pendientes del timbrazo de salida y los días de quincena, son un lastre para cualquier intento de avance educativo.

La coyuntura del cambio gubernamental es una oportunidad formidable para renovar el pacto con el normalismo histórico. Un acercamiento es absolutamente posible si el nuevo gobierno reconoce a los normalistas como interlocutores y actúa en consecuencia.

Los futuros maestros tienen que ser tratados con cariño desde la cuna. Contar con instalaciones y equipamiento de primer nivel. Tener mano y no cola a la hora de asignar presupuestos; y voz y voto en las decisiones que les atañen. Amor con amor se paga y ellos sabrán responder y cumplir con creces la parte que les corresponde, no tengo la menor duda.

Cheiser: El anuncio del coordinador de la bancada del Partido Revolucionario Institucional en el Senado, Emilio Gamboa, en el sentido de que Peña Nieto hará propuestas de cambios a la Ley Federal de Trabajo, significa la defunción de la iniciativa patronal que Calderón intentó sacar con fórceps la víspera de su propia defunción. Se confirma una vez más, es el sexenio de la muerte.

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