2012-02-22 04:00:00
Tuvo razón Tere Bracho en la presentación que se hizo de la película ¡De panzazo! ante el gremio de investigadores educativos organizados en el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (Comie) al sugerir a Mexicanos Primero que estudiara la opinión del público asistente para conocer los mensajes que serán recibidos. Me atrevo, sin embargo, a adelantarme un poco, en razón de mi propia lectura y de los comentarios que otros colegas han externado en Educación a Debate.
Nadie podría negar la necesidad de hacer públicos los problemas educativos. Es un acierto hacerlo con diversos lenguajes, en este caso el cinematográfico, a través de un documental eficazmente armado, fluido, con personajes bien definidos (como el entrañable Giovanni y su familia), y con sentido de la tragedia y del humor, tanto el sarcástico como el involuntario de algunos personajes, Gordillo incluida (aunque el tieso humor de Loret sale sobrando). Lo que es innecesario es aplicar un enfoque de “culpables” en vez de uno analítico que aborde la naturaleza estructural de los problemas y del entramado de intereses que todos los agentes involucrados ponen en juego. Buscar culpables empobrece el análisis y es antipedagógico.
Pero en las películas debe haber malos y buenos. Rulfo, Loret y mexicanos primero los encontraron muy fácil, a través de un mensaje que se resume así: los secretarios de Educación no tienen cojones, dicho por una acartonada e inverosímil Dresser desde su púlpito, y repetido machaconamente en los spots publicitarios; que el sindicato y su dirigencia se quedan con el dinero y la información, y solapan a directores y malos profesores; que la CNTE hace paros y marchas; que los maestros son faltistas y emplean pésimos métodos de enseñanza y que los chavos prefieren el desmadre a pensar.
Me temo que eso será lo que quede en la mente del público, junto con algunos datos equivocados que abonan al prejuicio y a la ignorancia que, se supone, la película intenta atacar, como la información respecto al nivel educativo de los estadounidenses, al salario que aparentemente reciben los que poseen posgrado en México, o a la pretendida abundancia de recursos financieros que se desprende de un uso descontextualizado del indicador “porcentaje del gasto educativo como porcentaje del gasto social”. Éstos y más errores han sido criticados por Pedro Flores Crespo y Alma Maldonado, entre otros colegas.
Lo que no quedará en el público es que la SEP y el SNTE, particularmente la camarilla que lo dirige, constituyen un entramado político burocrático con fronteras interdependientes. La película, con razón, deja mal parados a Lujambio y a Gordillo, pero los coloca separados, como si se trataran de personajes opuestos, cuando es sabido que el SNTE ha colonizado la estructura administrativa de la SEP, desde los niveles más bajos, como la dirección de escuelas, la supervisión escolar y las asesorías técnico pedagógicas, hasta el nivel de subsecretarías y direcciones generales, y que eso, si bien es una deplorable herencia histórica, ha sido posible por la alianza política que el grupo que gobierna al país y la camarilla sindical establecieron desde la campaña electoral de Calderón hace seis años.
Tampoco quedará la idea de que en México existe una enorme desigualdad educativa que expresa la desigualdad social y económica, y que esa desigualdad se manifiesta entre los estados del país, entre las ciudades y el campo, y entre los diversos tipos de escuelas. La oportunidad de introducir una discusión sobre los maestros se perdió: nada o casi nada hay sobre los problemas de su formación (como la reforma aplazada para la posteridad de las normales); las condiciones laborales (canonjías en unos casos, pobres condiciones en otros); los usos y efectos perversos de una evaluación mal concebida y ejecutada, y la escasa valoración profesional que la sociedad tiene del magisterio
La película falla en discutir la política educativa como producto de esas relaciones y condiciones imperantes en el aparato educativo. Por eso, no se observa una buena crítica al uso de las pruebas ENLACE, que tienden a sustituir al currículo, orientan la práctica docente e impactan sobre las condiciones de trabajo y salario en la medida en que los resultados de los alumnos son incorporados a la evaluación del magisterio. La pésima reforma curricular de la educación básica, improvisada, recargada y técnicamente mal hecha en este sexenio, ni siquiera fue objeto de alguna mención, a pesar de que tendrá consecuencias duraderas sobre varias generaciones de alumnos.
Pese a sus enormes problemas, por otra parte, existen zonas luminosas en el sistema que es necesario documentar y comprender, más allá de simples catálogos de buenas prácticas. En esas zonas se encuentra lo mejor de nuestra educación y de nuestros maestros y, por lo tanto, la materia prima para reformar el sistema, cambiar las prácticas y elevar la calidad educativa. Pero de eso casi no se habla en ¡De panzazo!: algunas imágenes finales sobre un buen maestro impulsando una huerta escolar y un mensaje positivo, pero descontextualizado sobre la vida comunitaria y la escuela son insuficientes, pues funcionan más como relleno para cubrir la fórmula sensiblera de un final (algo) feliz y de un mensaje esperanzador, que un compromiso con el desarrollo de lo mejor que el sistema y los maestros tienen.
Me temo entonces que una versión simplificada de los problemas educativos, donde los maestros son los principales culpables, quedará como mensaje principal de ¡De panzazo! En favor de la película se dirá que es apenas el comienzo de otros documentales que denunciarán el estado de la educación o que es importante colocar bajo la lupa en este momento al sindicato y a los maestros para presionar por reformas en esos ámbitos. Sin embargo, el efecto puede ser contrario, pues en lugar de generar una comprensión algo más compleja sobre la naturaleza estructural de los problemas y sobre la necesidad de desarticular los entramados de los principales agentes políticos en la educación quedará la idea de que los maestros simplemente son malos.
Pero la película tiene méritos y conviene verla. Es importante denunciar ciertos problemas educativos y generar discusiones al respecto. Deseo que a la película le vaya bien en términos de taquilla, pero, sobre todo, que el público salga de las salas de exhibición no sólo con una visión crítica sobre nuestra educación, sino también sobre la forma en que ¡De panzazo! la mira.
*Investigador del DIE–Cinvestav
Publicado en la revista electrónica: Educación a Debate.
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