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Oscuridad

Por: Israel León O’farrill

2012-09-20 04:00:00

Hurgando en unas cajas repletas de papeles, fotocopias y libros viejos, encontré una novela fenomenal que había olvidado con el paso del tiempo y que ahora retomo con renovado interés, no sólo por su interesante factura, sino por la pertinencia que el día de hoy comporta. Me refiero a Cagliostro, novela “filme” del talentoso escritor chileno Vicente Huidobro. Hace años, mientras estudiaba en Salamanca, España, tuve un acercamiento a la novela como parte de un curso sobre Literatura de Vanguardia impartido por la doctora Francisca Noguerol. En él, exploramos las múltiples e interesantes vertientes que la vanguardia literaria desarrolló en lengua hispana, especialmente en nuestro continente, con un marcado sentido de experimentación rallante en lo lúdico y extravagante, con rebeldía, pero concomitantemente con calidad y seriedad. La vida se le iba literalmente a los escritores de la época en una frase o en un verso… y sin embargo, también los hizo quedar impresos en la historia por su inusitada madurez y sentido de la oportunidad.

Curiosamente, la novela de Huidobro se ubica en la Vanguardia por su elaboración –pensada como filme novelado: “Suponga el lector que no ha comprado este libro en una librería, sino que ha comprado un billete para entrar al cinematógrafo”,– y su técnica más que por su temática, que no necesariamente se centraba en la experimentación o el canto a los avances tecnológicos y el cosmopolitismo traído por la modernidad, como sí sucedía con el Futurismo de Marinetti o el Estridentismo de un Maples Arce; por el contrario, su temática se centraba más en el rescate de un personaje que de origen era totalmente romántico:Cagliostro, taumaturgo cercano a la última monarquía francesa y, dicen algunos, encargado de precipitarla al vacío de la Revolución. Hombre similar al Rasputín de los Romanov, fue una suerte de brujo con dotes de adivino y conocedor de alquimias y pociones. Nada más alejado de la racionalidad imperante desde la Ilustración y del pensamiento cartesiano; personaje oscuro que se yergue frente a las personas del común interponiéndose para que no les llegue la modernidad y todos sus frutos como el progreso, la ciencia, la democracia y toda esa racionalidad que supuestamente habría de convertirnos en seres mucho mejores. Ya desde finales del XVIII, los representantes de la novela gótica habrían de aprovechar los espacios góticos como representación de los recovecos de la mente humana, de las oscuridades que poco o nada habían podido explicar la razón y la incipiente ciencia que apenas oteaba el mundo para comprenderlo. Oscuridad de lo oculto, de la locura, de lo ominoso y sobrenatural, en extremo deseable pues explica con convicción y vehemencia lo que la tenue luz de la academia apenas distingue. Para Huidobro, lo anterior no podía ser pasado por alto, lo mismo que un personaje tan sugerente. Quizá el taumaturgo, con dotes hipnóticas, bien podía explicar cómo la modernidad no había cumplido con la promesa de desarrollo y bienestar del ser humano, y simplemente lo había esclavizado. La premisa anterior fue ampliamente desarrollada por el Expresionismo Alemán, especialmente en el cine. El Gabinete del Dr. Caligari, de Robert Wiene (1920) –personaje muy similar al mismo Cagliostro–, Nosferatu de Murnau (1922) y Metropolis de Fritz Lang (1927) son excelentes ejemplos.

Cuando estudiaba esta novela vino a mi mente la trilogía de Matrix de los hermanos Wachowski (1999–2003); El Piso 13 (1999) de Josef Rusnak; la joya Dark City, de Alex Proyas (1998) –precedida por El Cuervo (1994)–… inclusive Abre los Ojos de Amenábar (1997). En todas ellas, se explota la idea de que el individuo no posee control sobre su vida pues alguien la maneja; o que vive en una realidad virtual artificial que tampoco controla. No puede haber mayor paralelismo con la cualidad de Caligari o del mismo Cagliostro: controlan mentes, cuerpos y almas por medios oscuros, inverosímiles para la razón… Hoy, la temática continúa. No es de extrañar que la saga –bastante mala, por cierto– de Crepúsculo tenga tanto éxito; que haya series de vampiros, hombres lobos y aquelarres en la televisión; que las posesiones satánicas y manifestaciones fantasmagóricas se sigan instalando en las preferencias de espectadores y lectores; que zombies y cataclismos producto de la experimentación genética se encuentren a la orden del día. Es muy probable que el hombre de hoy siga sufriendo la decepción terrible que vivió el de finales del XVIII y la del de principios del XX: una que se da porque la modernidad nos ha resultado más onerosa –en términos de vidas humanas sacrificadas en guerras, suicidios y accidentes, productos innegables de ésta– y más absurda que el oscurantismo total en que supuestamente vivíamos antes de la llegada de la luz de la razón. Sin duda, como pasó con Huidobro y su Cagliostro, hoy un vanguardista y rebelde, pugna por una vuelta al pasado, por explicarse a través de lo más oculto y oscuro de su propio ser. Los caminos trazados por el hombre durante el siglo XX ni fueron los únicos, ni los más pertinentes. Hoy las redes sociales nos acercan; pero en ellas se manifiesta esa oscuridad atrayente de la que hablamos: brujería, cadenas de conjuros y rezos, discriminación, intolerancia, anarquía… oscuridad premoderna mimetizada con la luz de la modernidad… ¡fascinante!

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