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Nuestra historia versus historia de nosotros

Por: Juan Aurelio Fermandeza

2012-05-07 04:00:00

¿Se aceptaría México a sí mismo en el triunfo? Saboreamos y tomamos en serio nuestras derrotas. Los éxitos tienden a convertirse en aniversarios huecos: el 5 de mayo.

Carlos Fuentes,

La región más transparente

 

Las guerras de principios del si-glo XX, habitualmente englobadas en la categoría “Revolu-ción Mexicana”, inauguraron en este país un proceso intestino de reflexión con respecto a qué significaba ser mexicano o, lo que no es igual, qué significaba México. Podríamos enlistar nom-bres como Alfonso Reyes, José Vascon-celos, Edmundo O’Gorman, Octavio Paz, Carlos Fuentes o Juan Rulfo para citar algunos de los rótulos bibliográficos que circundaron la pregunta por la definición de lo mexicano, evidentemente cada quien desde su trinchera intelectual y desde sus necesidades políticas.

La afirmación no debería extrañar por-que se recuerda con facilidad la conversión institucional de la “revolución de 1910” en un partido único y, como consecuencia, la disolución de las revoluciones en La Revolución, lo cual afectó di-rectamente el plano sociocultural del país. México era una palabra, cuyo contenido sólo sabía explicarse mediante la agrupación de una letra M, una e tildada, una x, una i, una c y una o. Fuera de ella mis-ma, su capacidad representativa sólo al-canzaba vaguedades, pasados compuestos y futuros inciertos. Decir México era, a fin de cuentas, un acto de fe.

La pregunta de que en el año 2012 ca-bría formularse es si aquellos quienes dispusieron esta interrogación, por el ser mexicanos y el ser de México, supieron contestarla. Supongo que la respuesta es para muchos una obviedad, pero en lo personal no encuentro fácilmente la so-lución. Entonces, me surge la necesidad de hacer una historia de esa palabra, Mé-xico, pensándola como concepto, como dispositivo discursivo, como acto enunciativo que nos ha asociado y de qué for-ma a lo largo de dos siglos. Se trata de una historia que piense y recuente todo eso que ha rellenado la palabra México y, en sentido inverso (mas no contrario), que ha buscado agruparnos identitariamente.

El procedimiento de esta investigación, que debería iniciar por preguntarse en qué lugar de la extensión territorial cercada con el título República Mexica-na es donde se empezó a construir, y lue-go a difundir, el concepto México, no de-be retomar ideológicamente la simbología fatua de la historiografía nacionalista y oficial, pues su discurso despliega un velo brilloso encima de aquello que pue-de hablarnos de manera efectiva de có-mo hemos llegado a encontrarnos entre mexicanos. Esa historiografía simbologista ha organizado un compendio de fe-chas, figuras, nombres, colores y cantos sobre los cuales fue erecta esa estructura tan endeble de identidad que sólo ha pretendido la operación de un poder, de una dominación, de un triunfo político.

En eso consiste, por poner un ejemplo, lo que ha ocurrido este sábado 5 de mayo en Puebla. No se trata de hacer un análisis que abogue por una victoria contundente o que desvirtúe la misma recordando la derrota posterior, sino de ver cómo el discurso del emblema nacionalista funciona para que un grupo en el poder opere políticamente en el presente. El gobernador y el presidente, con sus minúsculas bien puestas, no generan una reflexión histórica que problematice la identidad y nuestra comunión política, sino que lanzan cuetes, cuelgan adornos y despilfarran cantidades obscenas de di-nero en una celebración de algo que se asume comprendido históricamente, cuan-do la pregunta por nuestra historia no es-tá resuelta, pues el nosotros de lo mexicano sigue indeterminado.

Estamos en una situación nacional que hace insultante el celebrar, en primer lugar por los gastos de dinero “público” y, en segundo, por la irreflexibilidad que la ceremonia provoca, por todo lo que no colabora con una historia radical que nos ayude a comprendernos más allá de las estampas y las banderas, porque cancela la posibilidad de una historia que nos asu-ma en la contingencia del tiempo y nos libere de la estatización memorial. Por más que se necesite negar, puesto que se trata de un conflicto existenciario para nada sencillo, decirse mexicana y/o me-xicano sigue siendo un acto de fe, un con-trato, un crédito. México todavía es una enciclopedia; urge que sea comunidad.

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