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No soy un demócrata

Por: Óscar Zoletto

2012-07-05 09:52:14

ÓSCAR ZOLETTO*

Espero escuchar, cada vez más y con más ahínco durante los próximos días decir “en la democracia se gana o se pierde”. Las exigencias que se hicieron a López Obrador de reconocer una derrota apenas comenzando las encuestas de salida en nombre de la democracia es el comienzo de esa perorata oficial. En las redes sociales he visto a muchos compañeros y amigos decir que no reconocen a Peña Nieto como presidente. Ya escucho los gritos idiotas de los opinólogos televisivos acusando al movimiento #YoSoy132 de ser inconsistente por no respetar la democracia, cuando lo que se había exigido era eso mismo.

Hace tiempo que dudo que la palabra democracia difícilmente pueda implicar un programa político igualitario y emancipatorio. En medio de la última coyuntura electoral, llegué a suspender esta convicción hasta cierto punto.

Apoyé y procuré difundir el proyecto de López Obrador, como muchos otros compañeros de mi edad, y tuve la esperanza de que triunfara en las urnas. No hay aún resultados definitivos, le elección dista de haber sido por completo transparente y ajustada a lo que la ley marca; aún quedan impugnaciones por resolver. 

No obstante, no puedo presumir con seguridad que hubo un fraude si entendemos por fraude la violación de los resultados de una elección como fueron expresados en las urnas. Yo podría estar dispuesto a aceptar que al IFE (con la salvedad de que haya evidencia contundente de lo contrario), aunque ha sido realmente timorato en muchos casos, no se le puede acusar de fraudulento, aún con las irregularidades. 

Podría ser que no tuviéramos razones contundentes para contrariar a los que dicen que, por lo menos en su formalidad legal, el IFE es una institución democrática ejemplar.

Pero yo no soy un demócrata. 

En el siglo IV a.C. la democracia ateniense condenó a muerte a uno de sus ciudadanos más ejemplares. Su nombre era Sócrates y tiempo después sería considerado uno de los pilares de la filosofía griega, aun cuando no existe ningún registro textual directo de sus doctrinas. Su alumno Platón hizo de toda su obra un largo homenaje a su maestro y, en muchos sentidos, una condena a la democracia que le dio muerte. En la crítica platónica a la democracia hay una idea que me parece que en este gris día poselectoral es más actual que nunca: la política debe estar ligada a la verdad. Hoy en mi país, al igual que en la Atenas de Platón, el lugar de la verdad no es la democracia.

La verdad de la que hablo no es, por supuesto, quién haya ganado las elecciones. Aceptaría, de confirmarse el resultado dando respuesta adecuada a las irregularidades, que Peña Nieto ganó las elecciones. Pero la verdad de este país son los 60 mil muertos del último sexenio, junto con todos sus padres, sus huérfanos y sus viudas. La verdad es Atenco, Acteal, Aguas Blancas y tantas matanzas más, en este siglo y en los anteriores. Es la miseria, ignorancia, infantilización y manipulación de su gente pobre. Es una cultura política de chantaje y corrupción. Es el abandono de los pueblos indios. Es la ruina económica de este país, sobre todo para los más pobres, pero también para una clase media sin poder adquisitivo, endeudada e ideológicamente enajenada.

Es el imperio de la estupidez y la mediocridad donde una industria del entretenimiento chatarra multimillonaria tiene todo el poder. Es un Estado fallido que no puede controlar las fuerzas que desatado. La victoria de Peña Nieto representa todas estas cosas. En mi país, la democracia que ha dado la presidencia de la República a Enrique Peña Nieto no es el lugar de la verdad. Por eso no soy un demócrata.

No es imposible, y mucho menos está fuera de duda que el IFE pudiera haber operado un fraude electoral. Lo trágico, doloroso, es que tengamos que nuestros escenarios son: tenemos instituciones que pueden hacer elecciones fraudulentas o tuvimos elecciones limpias en las que legítimamente ganó Enrique Peña Nieto. Cualquiera de los dos escenarios son horrendos. Por eso, entre elegir salvar la democracia, “su” democracia (en cualquiera de los dos casos, la democracia sólo puede ser la suya) y salvar la verdad, elijo siempre lo segundo. Algún  ingenuo me querrá preguntar “Pero entonces, ¿tú qué forma de gobierno propones?” Lo único que sé es que sólo a partir de la verdad podremos restiturirnos el futuro.

*Poblano, egresado del Centro Freinet Prometeo y de la preparatoria Lázaro Cárdenas de la UAP y actualmente Estudiante de Filosofía y Letras de la UNAM.

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