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Monumentos

Por: Israel León O’farrill

2012-10-18 04:00:00

 

Durante una reciente estancia en las ciudades de Campeche y Yucatán con el objeto de obtener insumos para mi investigación doctoral platiqué con un líder indígena maya, el maestro Nehemías Chi Canche. La conversación giró en torno a una ceremonia que el maestro promovió el año pasado para recordar la muerte de Jacinto Canek, indígena maya que encabezó una rebelión en el pueblo de Cisteil en Yucatán en 1761, que nació en Campeche y vivió unos pocos años en la parroquia de San Román bajo la tutela del párroco del lugar. Jacinto Canek fue ejecutado de manera terrible el 14 de diciembre de ese mismo año en la ciudad de Mérida. El año pasado se cumplieron 250 años de la rebelión y de su muerte por lo que el homenaje se justificaba realmente; lo interesante del caso, es que hubo poco o nulo interés por parte de las autoridades del gobierno de Campeche y en Yucatán, apenas unos cuantos contactos con Reynaldo Bolio, artista plástico que se haría cargo de la elaboración de una estatua conmemorativa de varios metros de dimensión y que, según él, Ivonne Ortega Pacheco –que dejó el cargo recientemente– se habría comprometido a realizar el homenaje. A la fecha, nada se hizo. Lo que verdaderamente motivó a Chi Canche –y a muchos otros– fue el hecho de ver que en 2009 el gobernador campechano Fernando Ortega Bernés, recién asumido el cargo, develó junto con Margarita Zavala un busto a Juan Camilo Mouriño, el otrora secretario de Gobernación del gobierno calderonista y que falleciera un año atrás en un trágico y sospechoso accidente aéreo en la Ciudad de México. La molestia: se trata de un español –Mouriño nació en España y se nacionalizó mexicano–, y que, a ojos de las comunidades indígenas de la región, representa siglos y siglos de abusos, represión y explotación por parte de encomenderos, hacendados y empresarios. El busto, hay que aclarar, fue colocado en el Paseo de los Héroes, justo en la entrada al barrio de San Román. Las comunidades mayas de la región, representadas por Chi, no ven lo heroico en Mouriño; en Canek sí, por supuesto.

De acuerdo con Fernando Hernández Urias, en un artículo publicado en el periódico Sin Embargo, el 11 de noviembre de 2011, el gobernador dijo de Mouriño que “Fue ejemplo del valor que la juventud le imprime a la política cuando participa activamente en ella con decisión, inteligencia y tenacidad (…) el valor de la lealtad a los principios democráticos”. Lo relevante, como se menciona en el mismo artículo, es que la familia Mouriño se vería beneficiada por un permiso otorgado por el gobernador para la construcción de un complejo turístico llamado Campeche Country Club; lo irónico, que en 2003 Mouriño y Ortega contendieron por la presidencia municipal de Campeche y este último le ganó con un margen de 10 mil votos, ahí el inicio de su particular relación. A las protestas con respecto a dicho monumento se ha sumado un líder campesino indígena bastante controversial por sus consignas y su manera de actuar –vinculado lo mismo con el gobierno que con las organizaciones campesinas– llamado Luis Antonio Che Cu que incluso ha encabezado acciones de repudio donde se ha pintado con aerosol la base del monumento con consignas de “Pinches gachupines, ¡Viva Zapata!”. Quizá sus medios no son los más apropiados, pero llevan el sentir de muchos pobladores de la entidad, opina Cessia Chuc, maestra universitaria.

La pregunta que me surge después de esta pugna de identidades –claramente representadas entre ladinos y pueblos indígenas, sin exagerar– es ¿qué se requiere para que una sociedad erija un monumento a uno de sus próceres? Por lo que veo, tiene que ver con que el personaje haya estado vinculado con el sistema imperante o que al menos resulte tan ajeno a las comunidades de base y su identidad, que provoque el desconocimiento y la inacción posterior. Es decir que si se estuviera haciendo un homenaje a un rebelde indígena, de acuerdo con los que detentan el poder, se estaría avivando una llama que ha estado apagada –pero latente– en la región desde hace tiempo. En la ciudad de Campeche hay una colección de estatuas en bronce que dan cuenta de la “campechanidad” a partir de personajes de la vida cotidiana del lugar: el aguador, el pescador, el vendedor de tamales… incluso se les coló un pirata por ahí… sin embargo, según me comentan mis informantes, nada tiene que ver con la identidad indígena. En Mérida, un grupo de ciudadanos que permanecieron en el anonimato, decidieron pagar para que se hiciera un monumento en el Paseo Montejo a los Montejo –padre e hijo–, conquistadores de Yucatán y que han sido ubicados por la historia dentro de los  más sanguinarios que tuvo América. Lo hacen porque evidentemente se sienten herederos de esos “grandes” conquistadores; imagino lo que sucedería en el centro del país si se le hiciera un homenaje así a Hernán Cortés. Se requiere dinero y poder político para erigir esos monumentos, elementos que los indígenas no tienen. La obra vasconcelista que veía en el arte público –como el muralismo y la escultura– una manera de transmisión cultural que afianzara los preceptos más claros de la Revolución ha sido utilizada desde esos primeros momentos para hacer cantidad de homenajes espurios con oscuros intereses. No nos extrañe que pronto veamos bustos de la “teacher” en diversas entidades –y seguro en Los Pinos– gobernadas por personajes que se la deben. 

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