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Más cruzadas da el hambre

Por: Juvenal González González

2013-04-18 04:00:00

Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si no se está muriendo de hambre.

Leon Tolstoi

 

El flagelo de la pobreza es tan antiguo que se le considera un mal congénito a toda forma de organización humana. Dolorosa pero necesaria, diría la monserga política. Y es tan incómoda e injustificable que, desde siempre, ha provocado constantes y reiterados compromisos para abatirla. El milenario cristianismo, por ejemplo, hace de la pobreza su centro de gravedad. Bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos.

Para eludir la culpa, los señoritingos suelen asociar pobreza y pereza. Están pobres porque quieren, porque son flojos. Dicen tratando de olvidar aquello del camello, el ojo de la aguja y el cielo.

Los grandes teóricos del socialismo, con Carlos Marx a la cabeza, al encontrar que detrás de la pobreza está la desigualdad, dedicaron sus mayores esfuerzos para identificar sus causas (la lucha de clases) y ofrecer soluciones de fondo (la abolición de la apropiación del producto del trabajo ajeno).

Con tal inspiración, la Revolución bolchevique de 1917 en Rusia se convirtió en el mayor experimento conocido hasta hoy, para crear una sociedad igualitaria, sin explotación clasista. Por una serie de razones que aún se discuten, el experimento no solo fracasó, sino que postró a las fuerzas revolucionarias sobrevivientes.

Pero la influencia del pensamiento socialista, se había expandido a otras formaciones políticas reformistas, particularmente a la socialdemocracia que llegó a gobernar el norte de Europa, alentando diversas formas de distribución de la riqueza (impuestos progresivos y mejores salarios) y otorgando mayores facultades de regulación económica y más responsabilidades sociales al Estado. Su impacto benefactor perdura hasta nuestros días, haciendo de países como Noruega, Finlandia, Suecia, Holanda, Dinamarca y otros, envidiables ejemplos en educación, salud, vivienda, recaudación, transparencia y esas cosas.

Sin embargo, en el resto del mundo la nueva correlación de fuerzas atizó la desmesura de los explotadores. Con la bendición del Consenso de Washington, auspiciado por Reagan y Thatcher, se desató la especulación financiera y la acumulación sin límites aumentando la desigualdad y, con ella, los índices de pobreza, marginación, injusticia y exclusión.

Esta realidad, otrora exclusiva de los países del Tercer Mundo, se ha extendido a Europa y las grandes potencias, generando oleadas cada vez más violentas de indignación contra el desbocado régimen de capitalismo salvaje.

Algunos países se han revelado contra esas políticas y optado por vías propias de desarrollo, basadas en la defensa de sus recursos naturales y la soberanía nacional. No es el caso de México, que sigue sometido a los dictados de la usura internacional.

Frente a esa encrucijada se encuentra el flamante gobierno de Enrique Peña Nieto; seguir por el mismo camino de sus antecesores, que hundieron al país en el profundo hoyo negro en que se encuentra, o seguir el ejemplo de países como los del sur del continente, liberando sus propias fuerzas productivas.

Pero mientras tanto las carencias educativas y de salud, la falta de vivienda digna, el desempleo, los bajos ingresos y la violencia criminal, aprietan a la gran mayoría de mexicanos que se han visto obligados a emigrar, a vivir en la economía informal, la delincuencia, la prostitución y, en casos extremos, al suicidio. Porque como dijo aquel pintoresco escritor: más cornadas da el hambre.

Más allá de las estadísticas y más acá en la vida cotidiana, no hay nada tan inhumano como el hacinamiento en viviendas miserables de millones de mexicanos, que mal duermen con el estómago vacío. Y luego se les exige productividad laboral y rendimiento escolar, no pos sí.

Es por ello que la llamada “Cruzada contra el Hambre” es vista con suspicacia; la focalización (400 municipios) resulta insuficiente cuando la pobreza y el hambre se enseñorean por todo el país. A la vista salta que es un programa muy chiquito para el tamaño del problema que pretende resolver. Más bien parece el tradicional programa sexenal contra la pobreza que, al final, resulta más efectivo a la hora de contar votos que contar pobres. La mula no era arisca, dijo el ranchero.

Y si además el programa en comento, en lugar de acompañarse con un aumento generalizado de salarios y mayores gravámenes para los ricos, viene acompañado y patrocinado por las aguas negras del imperialismo, en este caso la Pecsi, pues estamos lucidos. Si precisamente las trasnacionales de los alimentos chatarra (refrescos, papitas, pastelitos) han sido claramente identificadas como parte del problema alimentario en México y, además, como grandes evasoras de impuestos ¿a quién se le ocurrió tan brillante idea?

Igual ocurre con la campaña contra la obesidad emprendida por la industria futbolera del país. Al principio de cada partido se tiran un choro mareador sobre la nosciva gordura y sus graves consecuencias, como la diabetes. Pero cada futbolista trae sendos anuncios de Bimbo y Corona en pecho y espalda. Esos y otros productos similares también aparecen en la propaganda estática de los estadios y en los anuncios que patrocinan el espectáculo en la tele y la radio. Y cuando para rematar enfocan la voluminosa y cachetona figura del entrenador del América, Miguel Herrera, pues todo resulta una cosa entre ridícula y esquizofrénica.

Como chistoretes son magníficos pero ¿le parece que el país está para bromas?

 

Cheiser: La pataleta empresarial ante el anuncio de eventuales aumentos a sus cuotas en el IMSS y las desesperadas maniobras de los concesionarios de la industria de radio y televisión por mantener intocables sus privilegios pintan de cuerpo entero a la burguesía mexicana; comodina, transa e improductiva.

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