2012-10-04 04:00:00
Acá hay tres clases de gente: la que se mata trabajando, las que deberían trabajar y las que tendrían que matarse.
Mario Benedetti
El nuevo PRIAN hizo su presentación con más sombras que luces al aprobar una “ley laboral” que orillará a las jóvenes generaciones, presentes y futuras, a optar por la informalidad, la emigración o la delincuencia, antes que esclavizarse de a grapa y sin futuro cierto. Ni modo que qué.
Rechazados o excluidos por el sistema educativo y frente a la imposibilidad de obtener un trabajo decente, nuestros jóvenes no tienen otras alternativas. Es por ello que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha puesto especial atención y desarrollado un concepto de trabajo decente, basado en el reconocimiento de que el trabajo es fuente de dignidad personal, estabilidad familiar y paz social.
El trabajo decente, afirma la OIT, “refleja las prioridades de la agenda social, económica y política de los países… el empleo productivo y el trabajo decente son elementos fundamentales para alcanzar una globalización justa, reducir de la pobreza y obtener desarrollo equitativo, inclusivo y sostenible”.
Para lograrlo, la OIT establece la aplicación de cuatro objetivos estratégicos y uno transversal (la igualdad de género) a saber: Crear trabajo con puestos y salarios que aseguren un modo de vida digno a los trabajadores. Garantizar los derechos de los trabajadores con “leyes adecuadas que se cumplan y estén a favor, y no en contra, de sus intereses”. Extender la protección social para promover tanto la inclusión social como la productividad al garantizar que mujeres y hombres disfruten de condiciones de trabajo seguras, que les proporcionen tiempo libre y descanso adecuados. Promover el diálogo social entre las organizaciones de trabajadores y de empleadores, sólidas e independientes, para elevar la productividad, evitar los conflictos laborales y crear sociedades cohesionadas.
Estas definiciones están contenidas en documentos y resoluciones que han sido suscritas por el gobierno mexicano, aunque, como tantos otros, no tenga la menor intención de cumplirlas. Y al parecer los legisladores ni siquiera las han leído ni tienen ganas de hacerlo, porque aprobaron una ley exactamente al revés.
No sé si Peña Nieto mató a la vaca o nomás le agarró la pata, pero al no deslindarse claramente de la sinrazón de los legisladores de su partido, su responsabilidad es innegable. Y conste que se trata de una ley que solo pretende regular la explotación de los trabajadores, sin llegar al meollo bien recordado por mi sempiterno carnal Marcelino Perelló, quien en una discusión cibernética relativa a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, planteó, con malévolo candor, que como era posible que tan brillantes partícipes (aludiendo a la pléyade de personajes que redactaron la universal Declaración) hubieran “olvidado” incluir un derecho fundamental: Ninguna persona tiene el derecho de vivir y aprovecharse de los frutos del trabajo de otra persona.
Muy utópica, muy idealista y muy lo que quieran, pero esa sigue siendo la línea histórica que divide a la sociedad y establece la diferencia ideológica fundamental entre la izquierda de la derecha. Por eso es pertinente la postura de quienes afirmamos que, entre las opciones partidistas actuales, ninguna es realmente de izquierda. Y mucho menos aquellas que bajo la máscara de “modernos” o “demócratas” se conducen como comparsas de un sistema que no solo se niega a avanzar, sino que se empeña en retroceder.
Porque décadas de lucha de los trabajadores por conquistar y ampliar sus derechos frente al patrón, fueron tiradas a la basura por quienes supuestamente representan sus intereses. Calderón se salió con la suya y logró congraciarse con los poderes fácticos que lo sentaron en la silla presidencial, haiga sido como haiga sido. A cambio, los charros podrán seguir siendo “líderes” vitalicios, chantajear a los patrones, padrotear a los trabajadores, meterle mano al erario y pasear a sus perros en avión.
Nos catafixiaron el futuro por el pasado. Mi sesentera generación no olvida el 2 de octubre, pero parece haber olvidado que nuestra lucha se inspiraba en ideas e ideales que tenían que ver con la igualdad, la fraternidad y la libertad. Con el amor y la paz.
Por eso, al abandonar su ideología, la izquierda se extravió en los laberintos de la burocracia y la corrupción, pisoteando su propia historia y perdiendo hasta el nombre. Eso ha permitido que el capitalismo se haya desbocado sin freno y el neoliberalismo se apuntale con leyes como la “laboral” y ahora irán sobre el petróleo. Hay un empeño irracional por reforzar la concentración del poder y la riqueza. Voy derecho y no me quito. Ya vas.
Los jóvenes tendrán que inventar (de hecho ya lo están haciendo) nuevas formas de lucha y abrir sus propios caminos para evitar convertirse en los esclavos del siglo XXI. Como dijo el poeta: Se hace camino al andar. Pero hay que andar.
Cheiser: Para enfrentar la crisis provocada por la usura internacional, algunos países han optado por reducir derechos laborales y beneficios sociales. España y Grecia son claros ejemplos y enfrentan una feroz resistencia y agitación social. Francia, en cambio, ha establecido un impuesto especial de 75 por ciento por dos años a los capitales superiores al millón de euros y navega en aguas más tranquilas. Esa es otra diferencia entre la izquierda y la derecha.
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