2012-05-04 04:00:00
La batalla del Puente de
“Los Molinos”
Las fuerzas del general Antonio Carbajal estaban dispuestas, como se dijo, en las inmediaciones del puente de “Los Molinos”, porque estaba inmediato a una serie de molinos de trigo, que era la principal producción de Atlixco. Convenientemente dispuestas estaban las dos piezas de artillería, con suficiente dotación de granadas, emplazadas del lado del río que dan hacia Puebla, igualmente los cazadores y fusileros, separados convenientemente para no dejarse ver con facilidad. Cada oficial sabía con exactitud lo que tenía que cumplir. La consigna era dejarlos creer que estaba libre el terreno para que cruzaran el puente con confianza, cuando hubiera pasado más o menos la mitad de la columna, empezarían el fuego de los cañones, en el entendido que los “imperiales” podrían desplazarse en abanico para no dar un solo frente a los republicanos.
Exactamente así ocurrió, había una gran prisa por cruzar el puente y acelerar el paso hacia Puebla, de la mayor parte del contingente, dejando una retaguardia fuerte, para evitar que el general O’Horán los pudiera detener. Estaba ya amaneciendo cuando los primeros jinetes del ejército “imperial”, sigilosamente se acercaron por el camino en pendiente, hacia el puente, aparentemente no había nadie custodiándolo, así que después de otear el horizonte con mucho cuidado, empezó a cruzar la caballería y estaba inmediata la infantería, quedando atrás las carretas que eran muchas. Con toda paciencia los republicanos miraban todo ese movimiento, sin moverse siquiera; los únicos gritos eran de los oficiales enemigos que azuzaban a las bestias e increpaban a las tropas para que aceleraran la marcha. Había ya cruzado un poco menos de la mitad de la columna, cuando Carbajal dio la orden de fuego a los artilleros, que hicieron blanco en el puente, echando abajo a los que cruzaban. Como era lógico, los atacados se desplegaron por toda la orilla de la barranca y pecho a tierra disparaban con rumbo a las baterías contrarias, pero en ese momento los fusileros patriotas comenzaron su tiroteo con gran éxito. De los convoyes, los “imperiales” pudieron bajar algunos cañones y desde lejos disparar a los republicanos, haciendo algunos blancos.
Pasaban de las 7 de la mañana y había una tenue bruma acentuada por el humo de la pólvora. Los “imperiales” resistían y eran reforzados por el grueso del contingente que venía a la retaguardia, parecía que lograrían echar a los patriotas, pues inclusive uno de los cañones quedó fuera de combate. En esos precisos momentos, atacó la caballería y la infantería del general O’Horán, que retornaba de perseguir a los que se refugiaron en Atlixco, el enemigo quedó a dos fuegos, desconcertándose y sin esperar las órdenes respectivas, empezó a correr y buscar la protección, ya en el riachuelo, ya en las lomas cercanas o de plano corriendo desaforados para buscar una salida. Al notar esto la retaguardia de Márquez, ordenó la retirada de los contingentes que estaban un tanto lejos del campo de batalla, y partir hacia Izúcar, no obstante muchos, en lugar de seguir por el camino, se desviaban hacia los pueblos cercanos, buscando quedar lejos de quienes estaban diezmando a la avanzada.
Era media mañana cuando el campo de batalla de “Los Molinos”, quedó en relativo silencio, aunque se escuchaban los gritos de los heridos y las voces de los oficiales que ordenaban recoger a los muertos y apilarlos. Hubo varios prisioneros que fueron tratados con mucho comedimiento. Los oficiales capturados se llevaron aparte, para que, cumpliendo con las reglas de honor, juraran no volver a tomar las armas contra la República, registrar sus nombres y juramentos, y luego, después de darles algunos alimentos, los llevaron escoltados hasta las inmediaciones de Cholula, para evitar que se unieran a los que huyeron a Izúcar.
Una buena parte de las tropas persiguieron a quienes corrieron a Tochimilco, Yancuitlalpan, Cuaco, Tochimizolco y otras comunidades de las estribaciones del volcán Popocatépetl. Aunque buena parte del ejército imperialista se había dispersado, fue nutrido el número de los que disciplinadamente retornaron a Izúcar.
Cabe decir que alrededor de las 9 de la mañana, cuando la batalla estaba finalizando y claramente de veía el triunfo republicano, el general Carbajal mandó varios mensajeros a Puebla, para que reventando sus cabalgaduras, avisaran al general Zaragoza de la contundente victoria. Leonardo Márquez sufrió una de sus más grandes derrotas, quedando en vergüenza ante los franceses y decepcionando al “jefe supremo” que era el general Miguel Miramón.
Para las seis de la tarde de ese glorioso 4 de mayo de 1862, ambos generales republicanos, entraron a la ciudad de Atlixco, revisando todos los rincones en busca de enemigos, los cuales brillaban por su ausencia. Los habitantes de la ciudad empezaron a asomarse tímidamente, para luego salir a vitorear a los soldados republicanos.
Los patriotas, a pesar de su triunfo, tenían que quedarse a resguardar la plaza, para evitar que Márquez y sus compinches, se rehicieran e intentaran una marcha para atacar Puebla, lo que por supuesto no sucedió, ya que los “imperiales” estaban completamente apabullados. Fue una batalla fundamental para la historia nacional y un apoyo moral para los defensores de Puebla.
Las armas nacionales también se cubrieron de gloria en Atlixco
La derrota contundente de un ejército, respetable por el número de efectivos, por un cuerpo militar con la tercera parte de soldados, fue el antecedente patriótico de lo que ocurriría al día siguiente en Puebla. Las acciones estratégicas de los generales Carbajal y O’Horan, así como la entrega, sacrificio y disciplina de los soldados que los siguieron, son también un ejemplo para las futuras generaciones. La patria entera debe un reconocimiento a todos estos hombres, cuyo recuerdo no ha sido imperecedero, dado que su esfuerzo ha sido opacado por la victoria nacional contra los invasores extranjeros.
Cada uno de los oficiales mencionados por los partes militares y por los cronistas e historiadores, debe ser conocido y reconocido. La batalla de Atlixco debe constar en todos los tratados de historia nacional y colocarse con letras de oro en un monumento digno.
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