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Globalización y reforma laboral: la estrategia mexicana

Por: Samuel Porras Rugerio

2012-10-10 04:00:00

Por qué decimos que la globalización incide en los contenidos normativos del proyecto de reforma laboral que ahora se discute? Diremos, primero, que por ‘globalización’, se entiende al: “proceso de internacionalización de la política, las relaciones económicas y financieras y el comercio.” Existen, por supuesto, diversas caracterizaciones histórico–políticas acerca del fenómeno; hemos elegido aquí la versión enciclopédica.1 Como se advierte, en ésta aparece indicado en primer lugar el proceso de internacionalización ‘de la política’ y, luego, los de relaciones económico–financieras y comercio.

Pareciera sugerirse un orden de importancia para considerar a la globalización, predominantemente, como un fenómeno político; consistente en una expansión de este poder que permite a los países más poderosos, militar, económica y tecnológicamente hablando, imponer a los demás del orbe sus relaciones económico–financieras y su comercio. Es pertinente recordar aquella advertencia que, allá por 1996 en el Informe de la Sección Mexicana del Club de Roma, se avizoraba como un elemento de incertidumbre para caracterizar a la globalización: “la posible congruencia de los agrupamientos económicos regionales con las políticas de globalización inspiradas en el pensamiento económico y los intereses comerciales y financieros de los Estados Unidos, algunos países de Europa y, hasta cierto punto, Japón (miembros del G–7).”2

El ingreso formal de México a la globalización se había dado el primero de enero de 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En la presentación que la presidencia de la República hacía del tratado –8 de diciembre de 1993–, sostuvo: “hoy, el Tratado proporciona seguridad y confianza a inversionistas y exportadores sobre los intercambios que pueden realizar, ya que se detallan los plazos y modalidades de desgravación; se establecen reglas para determinar el origen de los productos y, así, privilegiar los intercambios entre los tres signatarios del Tratado. (…) Todo este conjunto de reglas nos permitirá exportar más, atraer inversiones y crear más empleos mejor remunerados…el Tratado no constituirá una panacea que resolverá nuestros problemas ni nos dispensará de continuar con el esfuerzo…para abatir la inflación, sanear las finanzas públicas y aumentar nuestra capacidad de competir en los mercados mundiales con base en calidad y precio. (…) Hoy existen razones adicionales para mantener el ritmo de trabajo, aumentar nuestra competitividad y, con ello, ampliar nuestra participación en los mercados internacionales… México podrá exportar, de inmediato, sin cuotas y sin impuestos, textiles, automóviles, estufas de gas, ganado, fresas y otros productos… México, a su vez, abrirá sus fronteras, de inmediato, a solamente 40 por ciento de los productos que importamos, la mayoría de los cuales no se producen en México, como son fotocopiadoras, videocaseteras, maquinaria, equipo electrónico e instrumentos de precisión. Este Tratado forma parte de otros que hemos suscrito con diversos países y regiones… Todos ellos integran la estrategia mexicana para ampliar y diversificar sus vínculos comerciales y económicos. Con ello perfeccionamos el proceso de apertura de la economía y preparamos el ingreso de México al siglo XXI sobre bases sólidas que nos permitirán un mejor crecimiento con justicia social.”3

En esta exposición se encuentran destacados los conceptos que orientan la apertura de la economía mexicana, que son, al mismo tiempo, los que dan directriz al proyecto de reforma laboral en tanto toda economía descansa, en lo esencial, en su aparato productivo: a) proporcionar seguridad y confianza a inversionistas y exportadores; b) exportar, atraer inversiones y crear más empleos mejor remunerados; c) competir en mercados mundiales con base en calidad y precio; d) ritmo de trabajo, aumentar competitividad y ampliar participación en mercados internacionales. Todos, en su sentido laboral, pueden ser resumidos en dos palabras: productividad y competitividad, que constituyen la piedra angular sobre la cual han sido diseñados y construidos los contenidos de las modificaciones a la ley, así como elegidos los que se preservan en ella.

Puede observarse la diversa naturaleza de los productos intercambiables. Mientras México exporta textiles, automóviles, estufas de gas, ganado, fresas y ‘otros’ productos; a cambio importa fotocopiadoras, videocaseteras, maquinaria, equipo electrónico e instrumentos de precisión; es decir, los productos generados por el avance de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) que luego han sido incorporados a los procesos productivos. 

El TLCAN, por su propia naturaleza como tratado, entraña un acuerdo de voluntades; es el resultado de un encuentro de voluntades a la que concurrió la del Estado mexicano; por tanto, expresión de la voluntad política de quienes en aquellos años lo representaban política y económicamente: Carlos Salinas de Gortari y el pequeño círculo selecto de beneficiarios de las privatizaciones de las empresas, antes propiedad del estado, que se convirtieron, merced a ellas, en dueños de las que tenían capacidad para comerciar con el extranjero. Por capacidad económica y productiva, volumen de transacciones y rol político de sus propietarios eran, y son, también, las que ejercen el control y dan dirección a la economía del país.

Reconocer, entonces, que las suscripciones de tratados de libre comercio “integran la estrategia mexicana para ampliar y diversificar sus vínculos comerciales y económicos”, indica que nos encontramos frente a la elección de una opción política específica para la inserción de México en la globalización. No se trató, pues, de que “las circunstancias” nos hayan empujado a ello, sino del camino elegido por el régimen político que, desde entonces hasta hoy, aún conduce los destinos del país. La realidad política, económica y social que vivimos actualmente es el resultado de esas determinaciones y es la mejor evaluación sobre el acierto o desatino de tal elección. 

Cosa distinta ha sido, lo que John Saxe–Fernández llama, el ‘discurso globalizador’ con el que se instaló a la globalización como una oferta de moda, eufórica, determinista, acrítica y superficial aceptada por grandes públicos empresariales, políticos, y académicos. Saxe ha dicho: “En México el globalismo pop fue usado en la campaña oficial de promoción populista del TLCAN, vendido a la población como el instrumento para ingresar, por la puerta grande de Estados Unidos, al primer mundo. También se difunde y se promueve la idea de que la soberanía y el ámbito económico de lo nacional es un anacronismo en un mundo interdependiente, que el TLCAN, junto con el programa de privatizaciones y de creciente desregulación financiera, son producto de fuerzas estructurales externas, de necesidades económicas y no de opciones políticas.”4

Así las cosas, cuando México importa los productos creados en Estados Unidos, se da la irrupción de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, así como su aplicación al ámbito de la producción de bienes y servicios. Esto nos ubica como un país tecnológicamente colonizado, considerando que prácticamente no se produce ciencia y tecnología, sino sólo es consumidor de ella. Esta ubicación pasiva trae como implicaciones inherentes que seamos importadores de tales tecnologías y del conocimiento necesario para su implementación en las diversas áreas de producción de bienes y servicios.

Con estos elementos podemos ya volver a la pregunta que formulamos al inicio sobre la incidencia de la globalización en el proyecto de modificación de las relaciones laborales ¿Por qué la primera influye en la segunda? Por la especial naturaleza de las nuevas tecnologías: “Otras innovaciones tecnológicas anteriores, como las del vapor o la electricidad, tuvieron repercusiones similares, pero la originalidad de la TIC es que afecta a todas las funciones de la empresa, así como a todos los sectores y servicios de la economía. Esta tecnología revolucionaria condiciona poderosamente las investigaciones científicas y comerciales, las tareas de concepción y desarrollo, la maquinaria, el instrumental y las instalaciones fabriles, los sistemas de producción y de suministro, la comercialización, la distribución y la administración en general.”5 (Las itálicas son mías).

De modo tal que, conjugados todos estos factores político–económicos –de apertura de la economía, de competitividad en los mercados mundiales con base en calidad y precio y de incorporación de las tecnologías a la producción–, se tiene una conclusión lógica. A decir de Jordi Vilaseca: “el avance de la empresa red, el proceso de mundialización y la capacidad tecnológica consolidan un tipo de trabajo flexible, que deja poco margen a la estabilidad laboral y salarial. Conceptos como ocupación autónoma, trabajo a tiempo parcial, trabajo temporal, teletrabajo, subcontratación, trabajo por objetivos o remuneración variable y opción de acciones (stock options) son inherentes a la nueva economía.”6

¡Nomás por eso lo decímos; no por otra cosa!

 

1El pequeño Larousse ilustrado 2009 diccionario enciclopédico, 15ª. ed, Colombia, Ediciones Larousse, 2009, p. 489.

2Urquidi, Víctor L. (Coord), México en la globalización. Condiciones y requisitos de un desarrollo sustentable y equitativo, México, FCE, 1996, pp. 2425.

3Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Texto oficial, México, Miguel Ángel Porrúa, Tomo I, pp. viixi.

4Saxe–Fernández, John, Globalización e imperialismo, en John Saxe–Fernández (Coord), Globalización: crítica a un paradigma, México, Plaza y Janés, 1999, pp. 911.

5Freeman, Chris, Soete, Luc y Efendioglu, Umit, El auge de la tecnología de la comunicación y sus efectos en el empleo, en Revista Internacional del Trabajo, 1995, vol. 114, núm. 4–5, p. 658

6Vilaseca i Requena, Jordi, El nuevo capitalismo en Javier Martínez y Ramón Sánchez (eds), El futuro imposible del capitalismo, España, Ed. Icaria, 2007, p. 364.

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