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Frente al río

Por: José Luis Escalera

2012-05-24 04:00:00

Para Verónica Mastretta

 

Mi abuelo Sergio, que nació cuando no había luz eléctrica ni coches de gasolina, vivió fascinado con las promesas que le ofrecía el progreso. La Puebla en que vivió había cambiado tan poco en los últimos cuatrocientos años que, desde su fe ciega por lo nuevo, aplaudió el cine “Puebla” y el drenaje del alcalde de Velasco sin importarle mucho que con ello casi desapareciera la Casa del Deán, imponente casa del siglo XVI, ni que el río de San Francisco se consolidara como el basurero de la ciudad. Si bien tuvo la lucidez y el valor de oponerse al feroz Maximino en su proyecto de convertir al Teatro Principal en gasolinera, para él y su generación el pasado era una desenfocada foto en sepia sin comparación con las coloridas maravillas que traerían el futuro, el progreso y la modernidad, tres palabras que entonces justificaron que la ciudad creciera sin orden ni concierto a merced de empresarios especuladores y autoridades negligentes y corruptas, todos ellos sin idea ni voluntad de construir una verdadera ciudad: lucrar con ella les parecía suficiente.

Así, Puebla creció adorando a un nuevo dios llamado coche particular para el que construyó calles sin árboles, ciclistas ni peatones; moviéndose sin un sistema de transporte público decente, construyendo centros comerciales como sustitutos de parques públicos y colonias aisladas de la ciudad y de “los otros” por bardas y policías en sus puertas.  Puebla creció ensuciando sus ríos, lagunas y manantiales para luego esconderlos y olvidarse de ellos.

Para la generación de nuestros abuelos, creyente ciega en el progreso, el mejor proyecto para el así llamado centro histórico fue convertirlo en el parque temático tercermundista que es y no en la gran zona habitacional, comercial, de servicios y parques públicos que pudo ser. Los feos edificios de vidrio que se levantaron donde antes había “apestosas” vecindades auguraban para nuestros abuelos una ciudad “como las de Estados Unidos”; en una Puebla así, parecía que el sueño de progreso y bienestar se cumpliría ineludiblemente. Lamentablemente el centro de Puebla es hoy, para los que lo visitan de vez en cuando, algo que presumir a los amigos que llegan de visita y la zona de la ciudad por la que pasear algunos domingos como por una especie de disneylandia con cúpulas, talavera y cajitas felices de cocadas y macarrones: palafoxilandia.

Afortunadamente, si en 1962, y en sintonía con estas viejas y caducas ideas de progreso y modernidad, los 100 años de la batalla del 5 de mayo se festejaron en Puebla escondiendo en un tubo al río que dio razón y sentido a la ciudad, en mayo de 2012 la gran noticia es  la limpieza y rescate como parque público de un tramo de la ribera del río Atoyac.  También el inicio de acciones legales serias contra los que ensucian sus aguas, lo que nos da esperanzas de tener un río de agua  limpia en un futuro no muy lejano. 

El nuevo parque, que además se integra a lo que quedó del Parque  Metropolitano –luego de las inexplicables donaciones a la UAP y el ITESM y la celebrada desaparición del tristemente célebre “Valle (fraude) Fantástico”– con sus cinco kilómetros de árboles, pistas, puentes, bancas, miradores, canchas deportivas, comedores, juegos para niños y piezas de arte, en su inteligente y discreto paisajismo está descubriendo a muchos que a la ciudad la cruza un río que se llama Atoyac, el cual podemos vivir y gozar y no solo ensuciar.

Además es un espacio democrático, pues cruza lo mismo colonias populares que elegantes zonas residenciales y comerciales, contribuyendo así a una convivencia entre personas que de otro modo no se verían nunca. Paisajismo, arquitectura con presupuesto –verdadera expresión de la así llamada voluntad política– y cariño por la ciudad transformaron lo que era maloliente basurero en un hermoso parque que dará a Puebla más gozo y fama que sus improbables ángeles constructores.

Celebrar el 5 de mayo en 2012 no escondiendo el río Atoyac dentro de un tubo sino limpiándolo y construyendo un parque en su ribera es mucho más importante de lo que imaginamos y espero que sea prueba de que en Puebla, contra lo que pensaban nuestros abuelos, modernidad y progreso también pueden llamarse parques arbolados, personas moviéndose en bicicleta y caminando, sistema de transporte público decente, bibliotecas públicas y espacios comunitarios, calles sin anuncios, volcanes visibles y, por todas sus calles, muchos fresnos, encinos, jacarandas, ahuehuetes y capulines.

 

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