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Culto popular

Por: Israel León O’farrill

2012-01-19 04:00:00

La entrega pasada abordé el tema de las reformas al artículo 24 constitucional que pretenden permitir que el culto religioso pueda darse en espacios públicos. Como se ha visto, se trata de una medida que provoca escozor a los defensores de la separación entre iglesia y Estado, y júbilo extático entre los que desearían volver a las teocracias muy comunes en lo que se ha denominado el mundo “pre moderno”: gobiernos donde el monarca, emperador o lo que sea se encuentra rodeado de lo que Ernest Gellner llamó la “Clerecía”, es decir, una élite de notables hombres de religión que susurran al oído de mandatarios sugerencias sobre política interna y externa. Lo anterior es caminar entre una suprema ingenuidad y la piadosa idea de que los asuntos del hombre también son de dios… Lo que no se dan cuenta es que ponen en manos de las iglesias –integradas por hombres que indudablemente no son tocados por la divinidad cuando toman decisiones y cuando actúan– un poder de asesoría y decisión sumamente peligroso. De hecho, quiero pensar que dios no tuvo nada que ver en las acciones de Marcial Maciel y sin embargo, los legionarios de cristo estuvieron muy cerca de la pareja presidencial de ensueño, Vicente y Marthita… A final de cuentas, como lo comenté en la entrega anterior, la reforma simplemente está legalizando algo que en la práctica se realiza desde siempre: el culto popular se manifiesta abiertamente en las calles, de manera colectiva.

De igual manera, es necesario aclarar que la reforma no tiene de fondo la libertad religiosa en general, sino que busca la libertad para que la iglesia católica campee a sus anchas en lo público en el más amplio sentido de la palabra: es decir, en los ámbitos de la vida civil y política del país. Claro está que en esta fiesta no están incluidas las otras religiones e instituciones religiosas. Vamos, lo que es más, si por la institución católica fuera, se prohibiría de paso una buena parte del llamado culto popular. En efecto, como lo señala Rosalba Francisca Ponce Riveros en el capítulo Una aproximación al catolicismo popular en Tepeapulco: dos parroquias, coincidencias y diferencias, que aparece en el libro Tepeapulco, región en perspectivade la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, la jerarquía católica rechaza algunas de las expresiones del culto popular pues se alejan bastante del ritual oficialmente aceptado. Muchas de estas expresiones guardan una franca amalgama, sincretismo o simple mezcla de diferentes elementos que no provienen de la institución y sí lo hacen del fervor colectivo construido en el lugar del mismo culto. Creencias, organizaciones –como algunas cofradías y cargos tradicionales– y rituales que se escapan del control del orbe católico son constantemente desdeñadas y descalificadas por las elites del clero. Los cultos a la santa muerte y a Jesús Malverde son un ejemplo claro de lo anterior. Sin embargo, pese a no ser reconocidas por la jerarquía católica, deberían verse beneficiadas por estas leyes.

Es el caso también de numerosas creencias que acompañan al culto católico y que fuera de negarlo, lo complementan. A este respecto pertenecen las numerosas expresiones de la religiosidad indígena, nutrida de tradiciones pretéritas, algunas de las cuales datan del pasado prehispánico. Recientemente, durante mi visita a Campeche, tuvimos la oportunidad de platicar con un llamado “sacerdote maya” que a diferencia de muchos farsantes que se colocan ese epíteto y profetizan el fin del mundo, no estaba vestido de túnica ni llevaba adornos supuestamente alusivos a la parafernalia maya. Don Antonio, como lo conocimos, tiene una importancia fundamental en el quehacer cotidiano de la comunidad y recibe visitas de personas de poblaciones lejanas. Su papel: producir rituales que permitan que la cosecha sea provechosa, ceremonias especiales para poder entrar al monte a cazar sin que los seres que lo habitan, los balam winik, dañen a las personas de la comunidad… También cuando una persona se pierde, él puede encontrarlo a través de unos cristales especiales que suelen encontrarse en milpas o en zonas arqueológicas. Si el caso lo amerita, los familiares han de dejar ofrendas de comida en el monte –como pan de milpa, que es una especie de tamal– y, al poco rato, aparece. Don Antonio, antes de tomar la sangre de una serpiente o de otros animales, pide permiso a través de rituales y oraciones…

Como una muestra de la acumulación de que hemos hablado en otras entregas, en el altar en el que don Antonio practica sus rituales, encontramos una imagen del “niño doctor”, un San Antonio, un crucifijo y múltiples piezas de posible origen prehispánico. Como vemos, se apoya de imágenes católicas y les añade rituales mayas sin ningún problema y, aunque lo anterior debiera ser reprobado por las elites eclesiales, frecuentemente lo permiten. No podemos ignorar la historia, empero, y es conveniente recordar la constante persecución de que fueron objeto numerosos sacerdotes mayas a lo largo de la Colonia y del México independiente. Los artífices de la reforma, por tanto, no entienden de cultos populares, ni los considerarán por lo mismo. ¿Para qué?, si ya se acordó con la jerarquía católica. Como de costumbre, el Estado de Derecho busca más una unificación artificial que el respeto a la diversidad, punto central en la construcción de condiciones más justas y de respeto para los supuestos beneficiarios del mismo.

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