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Citius, altius, fortius

Por: Juvenal González González

2012-08-02 04:00:00

Las clavadistas mexicanas Paola Espinosa y
Alejandra Orozco ganaron la medalla de plata en
clavados sincronizados en las olimpiadas de
Londres 2012

 

Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo,

termina por hundirse en el abismo.

Sófocles

 

Concluido el ayuno tradicional de cuatro años, arrancaron en Londres los Juegos Olímpicos, el mayor acontecimiento deportivo mundial de todos los tiempos, sin discusión alguna. Es la trigésima edición desde que en 1896, en Atenas, comenzó la era moderna de los juegos. Cerca de 15 mil atletas provenientes de 204 países, se disputan las medallas en 39 disciplinas de 26 deportes.

Es en eventos de esta naturaleza cuando la televisión se convierte en un aparato vital, imprescindible… todavía. Porque si bien se estima una teleaudiencia de 4 billones de personas, también se prevé un nuevo record de usuarios siguiendo los juegos por internet.

Lo cierto es que gracias a la magia de las comunicaciones electrónicas, podemos acceder a escenarios y competencias deportivas que, de ninguna otra manera, los ciudadanos de infantería podríamos disfrutar. Durante estas semanas gozamos de largas jornadas de sangre, sudor y lágrimas, en las que se confunden razas, religiones, edades, ideologías, condición social y económica, en aras de superar sus propias marcas y con la disposición de salir vencedores o derrotados, pero siempre en buena lid. Como se dijo en la inauguración de los juegos: no importa quién gana o quien pierde, sino como se compite.

Pero ay, lamentablemente ese loable espíritu olímpico es asfixiado por la cultura del “éxito” promovida por los intereses económicos de patrocinadores y marcas anunciantes y el oportunismo ambicioso de las burocracias políticas y deportivas nacionales e internacionales. En ella, los ganadores (minoría) son todo y los perdedores (mayoría) nada.

El uso político, ideológico y propagandístico de los Juegos se remonta a 1936, cuando su XI edición tuvo por sede Berlín y Hitler los usó para demostrar la inevitabilidad del invencible Tercer Reich. Es harto conocida la anécdota del corredor de color, negro, que le demostró lo contrario en sus propias narices.

Pero fue en los años de la Guerra Fría y los que le han seguido, donde la rivalidad alcanzó niveles de locura, lo deportivo quedó, con frecuencia, atrás. Son legendarias las épicas batallas entre la Unión Soviética y Estados Unidos, con sus correspondientes satélites, por demostrar la superioridad de sus sistemas. Confrontación que ahora reeditan la propia Unión Americana y China. A querer y no, actores y espectadores son arrastrados a tomar partido.

Y en esa sorda batalla los jueces adquieren un papel relevante. Una y otra vez el arbitraje es acusado de parcial e injusto. No es casual que las competencias menos conflictivas sean aquellas donde la participación de los jueces es menos relevante, casi contemplativa: carreras, saltos, levantamientos, lanzamientos, et al.

Pero aquellas donde los jueces califican y deciden quién gana, los llamados deportes de apreciación, como el box, gimnasia, clavados, etcétera; y en las que el árbitro participa continuamente y determina las faltas o la validez de ciertas jugadas, como el futbol, el volibol, el básquet, la caminata o el tenis, los reclamos y broncas son una constante.

Porque el poder otorgado a los jueces los hace intolerantes, autoritarios y prepotentes. Ni siquiera frente a evidencias claras, como el bateador que hace unos días les mostraba la huella del pelotazo, son capaces de reconocer sus errores. Por eso, cada vez en más deportes y con éxito evidente, se han ido agregando recursos tecnológicos para revisar jugadas y decisiones dudosas que, frecuentemente, revierten las decisiones arbitrales.

Quitar el poder absoluto a los árbitros y jueces, tras el cual suele haber intereses “inconfesables”, no ha resultado fácil. Se amparan en una argumentación falaz y estúpida como “la tradición” o la pérdida de tiempo y continuidad. Pero la que les descubre la cola es la que sostiene que “los errores arbitrales son parte del juego”. Con cinismo descarnado otorgan legitimidad al papel de juez y parte de los árbitros.

La semejanza entre política y deporte no es mera coincidencia, ambas expresan realidades y circunstancias típicas de las sociedades contemporáneas.

No quiero hacer inferencias respecto al difícil y deplorable tiempo mexicano, pero si usted duda de la imparcialidad de los consejeros y jueces, a la hora de investigar y juzgar a quienes deben el lucrativo puesto que ocupan, está en todo su derecho. Recuerde el sainete y las demoras para nombrar a los nuevos consejeros del IFE hace unos meses. “Nuestras” autoridades judiciales y electorales no pueden ser independientes mientras sean nombradas por la élite política, con una pequeña ayuda de sus amigos.

Cheiser:Que se mueran de envidia toditos (los que usted ya sabe). Carmen Aristegui será condecorada con la Orden de la Legión de Honor, distinción que otorga la República Francesa tanto a franceses como a extranjeros, por méritos extraordinarios. La incómoda periodista, quien goza de un enorme respeto y crédito público por su ética y rigor periodístico, será galardonada por “su lucha a favor de la libertad de expresión y la defensa de quienes no tienen voz en los medios, la democracia y el Estado de derecho”. Para que aprendan a ejercer el periodismo.

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