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América Latina : alternativas frente a la crisis / V y última

Por: José C. Valenzuela Feijóo

2012-01-27 04:00:00

Ya lo decía Diderot: el hombre tiene el derecho y
el deber de ser feliz

La ruta demosocialista

 

Por sus afanes, esta es la única ruta que busca ir más allá del capitalismo. Exige una amplia coalición popular dirigida por la clase obrera industrial. Y si llega al poder no debe creerse que el orden socialista pueda ser implantado de un día para el otro. Como regla, se trata de un proceso que puede ser largo y sinuoso. Además, no debe olvidarse que el mismo socialismo no es más que una fase de transición, aún más larga y conflictiva y que perfectamente puede acabar en el fracaso. Esta connotación transicional genera una exigencia ineludible: que la clase dirigente del proceso opere con plena conciencia de los fines últimos que se persiguen.

En la actualidad, las dificultades que encuentra esta ruta son de orden mayor. Podemos señalar algunas: a) en el presente (fines de 2011), la correlación internacional de fuerzas (cotejando a A.L. en su conjunto con el resto del mundo) es muy desfavorable a una vía socialista. Los países que lo intenten, encontrarán un duro boicot económico y probables agresiones militares. Cabe también apuntar: como podemos esperar conflictos inter–imperiales agudos (vg. entre China y EU) se abre una situación, si bien se maneja, aprovechable por los más débiles. Dentro de la región sudamericana la situación es diferente: hay un país (Venezuela) que declara ir al socialismo, otros dos con gobiernos relativamente radicales (Ecuador y Bolivia), más otros (como Argentina, Perú, tal vez Brasil, Uruguay y Paraguay) que probablemente serían respetuosos y estarían en contra de una agresión. Hoy por hoy, descontando Centro América, la derecha sólo gobierna en Chile, Colombia y México; b) en la actual América Latina, las fuerzas políticas que se proponen avanzar al socialismo y comunismo, o no existen o son muy débiles. Incluso en Venezuela –que a nivel oficial ha declarado que su meta es el socialismo no se encuentra una organización o partido político sólido que esgrima con fuerza y claridad ideológica (vg. al estilo bolchevique de los rusos de 1917 o de los espartaquistas alemanes de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo) las metas del socialismo y de lo que debería seguirle; c) existe una gran falta de claridad sobre las metas socialistas, las relaciones de propiedad a impulsar, los mecanismos de gestión económica: plan vs. mercado, el tipo de Estado, etcétera. El derrumbe del campo socialista no ha generado una crítica de fondo y efectivamente superadora de esos fracasos. Más bien al revés, la discusión sobre un más allá del capitalismo simplemente desapareció de la escena histórica; d) en el plano ideológico el neoliberalismo ha penetrado la conciencia pública y creado la imagen de un sistema comunista que, aparte de sórdido, es históricamente imposible. A lo cual, el fracaso de experiencias históricas como la URSS y China, mucho ha contribuido: le concede una base empírica a la postura neoliberal. 

A lo mencionado hay que agregar el impacto destructor del neoliberalismo en la clase obrera. La ocupación industrial cae como porciento de la ocupación total y la población obrera industrial, crece muy poco o incluso decrece en términos absolutos. Además, baja mucho el peso de los ocupados en la gran industria: el grueso de la ocupación nueva se da en empresas de tamaño medio o pequeño. Por último, si consideramos al conjunto de los trabajadores asalariados, tenemos que el grueso del crecimiento ocupacional se genera en sectores improductivos. Para nuestros propósitos el punto a subrayar sería: la clase obrera industrial (potencial vanguardia de un proceso de avance al socialismo) pierde peso económico y político. Y junto con ello, aumenta el peso de segmentos asalariados dispersos y difíciles de organizar: la llamada flexibilidad laboral y el trabajo precario que engendra son causas importantes de estos procesos.

Al “efecto de destrucción” recién mencionado, en países como Chile y similares se añade otro: emergen nuevas capas de trabajadores asalariados –en comercio, comunicaciones, etcétera– que si bien objetivamente deben calificarse como parte de la clase trabajadora (son asalariados que venden su fuerza de trabajo por un dinero que funciona como capital), por sus valores, estilos de vida y nivel de ingreso tienden a auto–visualizarse como “clase media” y no suelen estar dispuestas a ninguna movilización colectiva ni radical.7

En las actuales condiciones, la clase obrera funciona como un islote rodeado de un mar de informales, de pequeña burguesía pauperizada, de ambulantes, lumpen y demás. Estos segmentos, por sus mismas condiciones de vida son indisciplinados y muy difíciles de organizar. Su conducta política suele ser muy volátil y, como regla, viene determinada por factores puramente emocionales. Organizaciones políticas como las propias de la clase obrera no le atraen (en realidad, ningún tipo de organización les suele atraer) y plantean un problema serio: el de cómo incorporarlos al bloque popular. Hasta ahora, la única solución o mecanismo visible es por la vía del poder carismático de grandes líderes. Tal parece ser el caso de López Obrador, Chávez, Correa, Ollanta Humala y Evo Morales. También, con otros alcances, el de Lula (un hábil ex obrero, desde siempre al servicio del capital). El problema que esto ocasiona es conocido: la personalidad del líder arrastra a las mismas organizaciones, les impide solidificarse y evita –espontánea, inconscientemente– la consolidación de una dirección colectiva. 

El panorama que se ha descrito no es para saltar de alegría. Pero no debemos olvidar: a) mientras exista el capitalismo siempre existirá la necesidad de su negación; b) en épocas críticas se pueden producir (la experiencia histórica así lo muestra) grandes saltos adelante en las fuerzas sociales y políticas que impulsan metas anti–capitalistas; c) si la izquierda deja de actuar y de acumular fuerzas, nunca llegará el día en que pueda sintetizar, en su favor, tal o cual crisis estructural. Si hoy no puede decidir, mañana sí podrá, a condición de que sepa hoy acumular fuerzas.

Por cierto, la pregunta del millón que emerge es cómo acumular las fuerzas necesarias. Pretender aquí dar una respuesta adecuada es imposible, amén de que sería necesario concretizarla al nivel del país particular. Sólo podemos intentar –con el serio riesgo de caer en lo obvio– enumerar algunas directrices básicas. Ellas serian:

1) Recuperar el ideal, la “utopía” entendida no en su sentido más literal (=algo hermoso pero imposible) sino como “sueño realizable”: como un mundo mejor que no sólo es deseable, también es posible. Mundo en que “el libre y pleno desarrollo de cada cual sea condición del libre y pleno desarrollo de los demás”. Esta recuperación, que debe ser también recreación, es fundamental para: I) todo propósito hegemónico de la clase; es decir, para tener capacidad de atracción y de dirección sobre el más vasto bloque popular; II) insuflarle fuerza vital (“combustible”) a la clase y a los miembros de la organización partidaria que busca impulsar el proceso. Como se trata de una “larga marcha”, este punto es vital: permite superar derrotas, desalientos, no pensar que no lograrlo todo en los términos de una vida, significa el fracaso del proyecto de lucha. Es decir, sentirse solidario y “camarada” no sólo con los coetános que están al lado y espalda con espalda, sino también con las generaciones que vendrán.

2) Recuperar y desarrollar la capacidad crítica más honda y afilada. Esto significa, antes que nada, capacidad teórica, aplicada a fenómenos reales (no caer en la puñeta posmodernista europea) con rigor y profundidad.

Esta capacidad crítica debe aplicarse con especial cuidado y rigor: I) frente a las realidades del capitalismo, sobremanera a su variante neoliberal. Claro está, sin pretender que la muerte del neoliberalismo implica superar la esclavitud asalariada que impone el capitalismo en cualesquiera de sus variantes. La crítica debe abordar las dimensiones económica, política y cultural del sistema. En especial, preocuparse del demoledor y embrutecedor impacto de los medios (TV y demás) en la conciencia social; II) también ser muy críticos respecto a los errores y derrotas históricas que ha sufrido el socialismo.

No está demás indicar: esta crítica no debe entenderse como una pura negación emocional. Supone: I) entender el por qué de las cosas, no su simple rechazo emocional. Cuando Marx examina a Sismondi, señala que éste “critica con energía las contradicciones de la producción burguesa, pero no las entiende, y por lo tanto no entiende el proceso por medio del cual es posible resolverlas”8; II) también supone una asimilación en el sentido hegeliano (aufheben) del término; III) entender que una teoría crítica sólo tiene sentido si va asociada a una praxis igualmente crítica. Y vice–versa.

3) Desarrollar las capacidades ideológicas y políticas de la clase obrera.

En lo ideológico, que desarrolle su consciencia de clase y que, por lo mismo, pase a operar como clase para–sí. Lo que implica un doble y simultáneo proceso: sacarse de la cabeza las ideas y valores que allí ha metido la clase dominante (que por ello es dominante) y meter en ella las ideas, valores y actitudes que necesita la clase para proteger sus intereses. En este sentido, la recuperación y asimilación del marxismo por parte de los trabajadores resulta absolutamente vital. En paralelo, desarrollar la capacidad política de la clase, lo que significa crear o impulsar–consolidar una organización político–partidaria congruente con los objetivos históricos de la clase y que le permita una alta eficacia en la lucha política. En todo esto, el estudio de las experiencias históricas acumuladas, especialmente de los fracasos, resulta imprescindible. Por ejemplo, ¿qué pasó con los soviets en Rusia, porqué se diluyeron tan pronto? ¿Por qué fracasaron los espartaquistas en la Alemania de Weimar? ¿Por qué fue derrotada la Revolución Cultural china? ¿Qué podemos aprender de la legendaria Columna de Prestes en el viejo Brasil? ¿Cuál es la efectiva explicación de la derrota de la Unidad Popular allendista? ¿Por qué, en países como Cuba, el desempeño económico (productividad del trabajo, PIB por habitante, etcétera) ha sido tan mediocre?

4) Unir la firmeza estratégica con la flexibilidad táctica.

Las relaciones entre estrategia y táctica, entre otras cosas, nos plantean (y que nos libre dios de la pedantería) un problema filosófico: ¿cuáles son los nexos entre lo abstracto y lo concreto? ¿Entre lo general y lo particular? ¿Entre esencia (lo interno) y apariencia (lo externo)? ¿Cómo se asciende de lo uno a lo otro? En corto, estamos ante un problema metodológico que es complejo y con una significación práctica decisiva. Y como el punto escapa al propósito de estas notas, sólo podemos advertir sobre su importancia y complejidad.

Firmeza estratégica significa jamás olvidar las metas últimas por las cuales se lucha. Lo cual, a su vez, exige que: I) cada estadio o fase, cada paso o lucha concreta debe ser congruente con losfines últimos; II) la congruencia significa también eficacia y ésta se debe medir en términos de la acumulación de fuerzas (i.e. lograr una fuerza política creciente) que el paso o lucha concreta posibilita; III) la acumulación es de fuerzas para cumplir con las metas últimas; IV) tal acumulación no rechaza la lucha por reformas. Entendiendo a éstas como un mecanismo de acumulación de fuerzas (no al purismo, sí a la política) y no como formas de legitimación del sistema (no al reformismo); V) la firmeza estratégica tiene también un ingrediente moral–personal: la congruencia ética y moral de los cuadros políticos con los ideales y metas que se propone la clase. Por ejemplo, el funcionamiento interno del partido no puede basarse en un orden burocráticoautoritario. Por supuesto, orden y disciplina sí, pero esto no equivale a despotismo de los dirigentes. La discriminación racial, de género y otras, son igualmente rechazables. Y conviene subrayar: no se trata de forjar santos sino de seres humanos dignos. Y como se vive dentro de la cloaca burguesa, esto también supone una lucha permanente contra esas influencias disgregadoras. 

Flexibilidad táctica significa reconocer que la realidad se mueve, que va cambiando y que, en consecuencia, la eficacia significa cambiar el modo concreto y particularizado en que se hace la política. Si la organización partidaria no se inserta en las luchas cotidianas del pueblo y de la clase, se aísla y se pierde. En esta fluidez de lo cotidiano hay que aprender a identificar lo medular y a agarrarse de él evitando la dispersión. En alguna coyuntura o momento, la clave puede ser una reivindicación salarial, en otra luchar por un sistema de salud (o educacional) público y gratuito, en otra “tomar por asalto el Palacio de Invierno”. Incluso, puede ser necesario ordenar un retroceso en todas las líneas del frente.

En ocasiones, si nos fijamos en lo aparente, pudiera parecer que la táctica contradice a los propósitos estratégicos. Pero lo que debe interesar es lo sustantivo, lo que a veces no se ve con la claridad necesaria. El examen, con cargo a la práctica cotidiana, debe hacerse a fondo, una y otra vez. Y nos puede demostrar que sí había congruencia. O bien, que no la hubo, que incluso lo que se pudo entender como victoria no fue más que una derrota, un retroceso que se pudo evitar. En este plano también se debe aprender que toda auto–crítica debe ser pública y colectiva: abandonar la extendida idea de que reconocer errores es beneficiar al enemigo. En realidad, tal “ocultismo” sólo confunde a los sectores populares.

5) Aprender a sumar y evitar ser sumados.

Arribar a la meta última, la de una sociedad comunista, supone abrir un sendero escarpado y terriblemente largo. Hacerlo, obliga a pausas, a delimitar fases y estaciones. La estrategia debe definir etapas, tareas a satisfacer en cada una de ellas e identificar las fuerzas sociales que deben impulsar esos cambios. Tales fuerzas sociales no se movilizan de gratis sino en función de sus intereses específicos, los que en el largolargo plazo no suelen coincidir con los de la clase obrera. Pero sí pueden hacerlo en tal o cual etapa. Por ejemplo, los campesinos no gustan de la propiedad colectiva, pero sí tienen interés en destruir la propiedad terrateniente. Los pequeños capitalistas no quieren socialismo pero sí liberarse del agobio de los grandes monopolios. Y es este dato el que posibilita la configuración de un amplio bloque social que impulse el progreso, el avance que la etapa correspondiente puede y debe lograr.

Hoy, en la región, la clase trabajadora no es mayoritaria y debe, obligadamente, trabajar por la formación de un amplio bloque social popular. Por sus potenciales integrantes este bloque social debe ser similar al que impulsaría la ruta demoburguesa, cambiando –claro está– la fuerza dirigente del proceso. En corto, la clase trabajadora (o proletariado moderno) debe configurar alianzas de clase. Surgiendo aquí dos problemas: uno, el ya indicado de la población marginal y pauperizada, las tremendas dificultades que implica atraer a estas capas de la población. Para el caso, el esfuerzo de imaginación y de tenacidad a desplegar es monumental. Dos, el problema clásico y que surge con fuerza mirando hacia arriba, hacia los posibles segmentos dirigentes: ¿se participa del frente sólo en calidad de fuerza dirigente? Este propósito, aunque frecuente, es absurdo: la calidad de fuerza dirigente se gana dentro y no fuera del frente y a éste, dada la situación actual, difícilmente se arriba en calidad de fuerza dirigente. Más concretamente, supongamos que no se cumplen las condiciones políticas para empezar a avanzar desde ya al socialismo (por ende, de un frente con dirección obrera). Y que sí se abre paso una ruta del tipo demo–burgués antes señalada. ¿Cuál sería la opción? La respuesta (que no es unánime) debería ser apoyar tal movimiento conservando la independencia ideológica y política de la clase.9 A veces, se habla de “apoyo con reservas”. Como sea, empujando con fuerza hacia adelante y criticando sin contemplaciones toda vacilación e intento de conciliación con los enemigos principales. Aunque esto, como bien se sabe, es muy fácil escribirlo y muy difícil practicarlo. 10

6) Recuperar y masificar la reivindicación clave: el derecho a la felicidad.

Ya lo decía Diderot (y otros antes y después de él): el hombre tiene el derecho y el deber de ser feliz. No puede aceptar que este mundo sea un “valle de lágrimas” y que la felicidad sólo se encuentre allá lejos, en los “santos cielos”. Y si esto es así, tiene la obligación de luchar por esa felicidad. Lucha que sólo puede darse en términos colectivos, recuperando esa solidaridad humana radical y primigenia que ordenes sociales como el mercantil–capitalista tienden a destruir.

En verdad, el compromiso a favor de la historia y el progreso, la justicia y la libertad, es una forma, la más alta, de enriquecerse como ser humano. No a todos les es dado esta oportunidad”. Los de arriba, salvo excepciones –los “traidores a su clase”– están condenados a rechazarla: es su forma de fidelidad clasista. Para los de abajo, es una necesidad y obligación. Por lo mismo, si llega esa posibilidad, hay que asumirla a plenitud, comprometerse con ella. El compromiso es también una apuesta moral, de responsabilidad consigo mismo y con los demás.11 Los que lo hacen, para nada son beatos o histéricas Juanas de Arco que buscan una inmolación insana. Son, más llanamente, sólo hombres que buscan la felicidad junto a sus camaradas de clase: “construir en la tierra, el mundo de los santos cielos” (Wir wollen hier auf Erden schon,/Das Himmelreich errichten) proclamaba Heine.12 Y que esa felicidad la logran, al menos en algún grado, ya por el simple hecho de comprometerse en la lucha, independientemente de sus posibles buenos resultados. Como bien lo decía Schiller, “sólo los grandes asuntos remueven profundamente el alma de la humanidad; en mezquino afán el ánimo se apoca; se engrandece con sólo aspirar a un alto fin”.13 En fin, quizá el nuevo orden no esté a la vuelta de la esquina, pero es la única lucha que vale la pena.

Río, 28/12/20011 (Día de los “santos inocentes”).

7La falta de trabajo teórico sobre el fenómeno de las clases sociales da lugar a muchas confusiones sobre estos puntos.

8C. Marx, Teorías sobre la Plusvalía, Tomo 3, pág. 47. Cartago, B. Aires, 1975.

9En Chile, por ejemplo, entre la dictadura de Pinochet y la Concertación, ninguna duda podía caber. Pero de ahí a quedarse callado ante las capitulaciones de la Concertación, hay todo un mundo.

10En ocasiones ayuda más un ejemplo que la mención del concepto abstracto. En la rebelión militar de julio de 1924 que se inicia en Sao Paulo (Brasil), luego de un devastador bombardeo de las fuerzas gubernamentales y de verse rodeados por fuerzas muy superiores, el mando rebelde decide convocar a voluntarios civiles. Estos no podían sino provenir de los trabajadores y pobres de la ciudad. Por la época, el movimiento anarquista era muy fuerte entre los operarios. Según Meirelles, “el diario A Plebe, portavoz del movimiento anarquista, divulga un manifestó de apoyo a los rebeldes (…). En el documento proponen la fijación de un salario mínimo y de una tabla de precios máximos, el derecho de libre asociación para todas las clases trabajadoras y la fundación de escuelas, libertad de imprenta para la clase operaria, límite de ocho horas para la jornada de trabajo y revocar la ley que expulsaba a los extranjeros envueltos en cuestiones políticas y sociales”. Asimismo, piden “armas para la formación de batallones verdaderamente populares, capaces de actuar y de levantar a la clase trabajadora en la capital y en el interior, además de crear grupos de guerrilla para atacar a las tropas federales”. Cf. D. Meirelles, As Noites das Grandes Fogueiras. Una historia da coluna Prestes, págs. 131–2. Edit. Record, Río de Janeiro y Sao Paulo, 1995.

11Man is his own star (W. Shakespeare).

12También apuntaba que “el cielo lo dejaremos para los ángeles y los gorriones” (en “Alemania, un cuento de invierno”). Y valga apuntar: el hombre de izquierda no debería ser un tonto grave, un funcionario vestido de gris y macilento. Debe ser capaz de reír y de amar ahora, de alegrarse si la U de Chile es campeón, si gana Boca Juniors o Alianza de Lima, si Flamengo sale campeón con “jogo bonito”. Gozar con el “futebol” y una buena parrilla uruguaya no es sinónimo de alienación vil. Que lo puede ser, cierto es: entre el fútbol resultadista y el consumismo abyecto de los Shopping Center se reparten la alienación e idiotismo (¡ay, pobres y ridículas clases medias de Brasil y de otros lados!), que le interesan al sistema.

13F. Schiller, Wallenstein.

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