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La agricultura, la salud y la civilización

Por: Rafael H. Pagán Santini

2013-01-30 04:00:00

La agricultura moderna es una industria de magnitudes inimaginables en años anteriores. Las tecnologías más avanzadas han incursionado de forma tan efectiva que en algunos casos las transformaciones naturales ya no tienen nada que ver con el cultivo. Entre los aspectos más significativos se encuentran las modificaciones genéticas, la expansión intensiva del monocultivo y la desvinculación entre lo que se produce y lo que se consume, no se produce para la subsistencia sino para el mercado. Interesantemente, este fenómeno no es nuevo. Hace miles de años las comunidades originarias tanto del Viejo Mundo como el de las Américas, modificaron artificialmente algunos cultígenos para favorecer su producción. Esto se transformó a su vez en la expansión intensiva de monocultivos y por consiguiente en la desvinculación de la producción con el consumo. Al dar comienzo al sistema agrario, hace aproximadamente 3 mil años atrás, se generó un proceso político–económico donde el sector dominante convenció–obligó a transformar el sistema de subsistencia  alimenticia por uno de producción masiva desvinculado de la alimentación de los productores. Lo que algunos autores han llamado el cambio de la economía natural a la economía política.

Existen diferentes teorías que intentan explicar cómo ocurrió este fenómeno social que perdura y se repite hasta nuestros días. No es fácil explicarlo si tomamos en consideración que el modo de vida anterior al establecimiento de un sistema agrario era mucho más cómodo, de vida más ligera, más nutritivo y sobre todo, se trabajaba menos. Con la agricultura se alteraron los procesos naturales para beneficio de los poseedores de la tierra, que no necesariamente eran los productores, lo cual equivalió a interferir en los procesos ecológicos naturales. Al eliminar especies indeseadas (arrancar la malas hierbas), los agricultores crearon deliberadamente paisajes artificiales en los que se obstaculizaron los procesos reproductores que posibilita el regreso a la tierra a su estado primitivo. La tierra se limpiaba deliberadamente de multitud de especies y en consecuencia se mantiene por debajo de su nivel natural de productividad. En cambio, aumentó la productividad de las especies favorecidas por los productores, que tuvieron más acceso a los nutrientes, al agua y a la luz solar. Los daños ecológicos como la erosión y el agotamiento del suelo, que no tardaron en aparecer, se resolvieron por vías artificiales.

Los testimonios procedentes de los restos óseos revelan que las primeras formas de agricultura desarrollaron enfermedades y tensiones de nuevo cuño1. En los climas cálidos, la dieta de los agricultores fue menos variada que la de los recolectores y cazadores, por lo que sufrieron escaseces periódicamente; mientras que los cazadores–recolectores podían recurrir más fácilmente a otras fuentes de alimentación. De acuerdo a Christian2, el hambre generalizada, es paradójicamente, un efecto secundario de la revolución agrícola. Las comunidades agrícolas están asimismo más expuestas a enfermedades que transmiten las ratas, los ratones, las bacterias y los virus, además de que, prosperan en las comunidades sedentarias relativamente grandes. Según el autor, algo más importante aún: las comparaciones genéticas entre bacterias patógenas modernas dan a entender que en las regiones de Afro–euro–asia donde había concentraciones  de animales domésticos, las bacterias patógenas de las vacas, de las gallinas o de los cerdos pasaban fácilmente a los humanos, como ocurre hoy.

Al convertirse los humanos en animales gregarios habitantes de aldeas y cultivadores de la tierra, ellos mismos se convirtieron en reservorios de bacterias y virus que habiendo mutado infectaban a los miembros de las comunidades. Entre las cepas más tenaces que infectaron tanto al ser humano de del Viejo Mundo como a los americanos después de la conquista se encuentra la viruela y la gripe. En general, parece que la introducción de la agricultura tendió más a empeorar la calidad de vida que a mejorarla. John Coatsworth ha dicho: “Los bioarqueólogos han encontrado vínculos entre la transición a la agricultura, un deterioro importante de la nutrición y el aumento de las enfermedades, la mortalidad, el agotamiento y la violencia en las zonas donde los restos óseos permiten comparar la calidad de vida antes y después del cambio” 3.

A diferencia de los grupos dominantes que se beneficiaron del cultivo intensivo, la agricultura trajo fatiga y enfermedad para la población en general. Las comunidades perdieron el acceso a la variedad de productos, el fuego arrasó con todo, junto con la salud de la comunidad. Actualmente, aunque con dificultad, comprendemos por qué se siembran millones de hectáreas de un grupo pequeño de cultígenos, nuestra dieta se sostiene con una variedad limitada de productos alimenticios. Además, al igual que hace miles de años nos enfrentamos a las enfermedades producto de la agricultura de expansión intensiva. En la antigüedad se infectaban al consumir el excremento de las sabandijas y los agentes patógenos que acarreaba, hoy ingerimos insecticidas, antibióticos, herbicidas, metales tóxicos y hormonas junto con nuestros alimentos.

Los antiguos grupos dominantes inventaron los dioses para explicar la necesidad del monocultivo. Apareció el dios del maíz, el excito fue tan contundente que hasta el día de hoy se venera. Han logrado convencernos de que lo que fue y es una necesidad de los grupos dominantes es nuestra necesidad. Los principales monocultivos mundiales siempre han estado identificados con la religión. Por ejemplo, si observamos el trigo y la uva veremos que el primero, el pan, es el cuerpo de Cristo y el segundo, el fruto de la vid, su sangre. ¿Quién se atrevería a renegar de semejante cultivo, aunque fuera el clero y la aristocracia la que dominara su producción. El neoliberalismo, único sistema político–económico en la historia que se publicita, tuvo su contraparte en los políticos–religiosos de las comunidades originarias. Estos impusieron un sistema agrario contrario a las necesidades de la comunidad utilizando el discurso religioso.

Algo sorprendente e interesante es leer a los ideólogos del comercio ideologizar los productos agrícolas, haciéndonos creer que ellos son nuestra identidad. La ideología protestante–marxista ha permeado de tal forma nuestra cosmovisión que pareciera ser un delito desear un momento de ocio. Inclusive, en la literatura de la historia mexicana se pueden encontrar artículos que señalan que la agricultura comenzó en Oaxaca hace 10 mil años, aunque no hubiera seres humanos habitando en esa zona, algo inverosímil.

Algunos autores se han preguntado si la agricultura no fue el primer error de la humanidad. Probablemente los ideólogos que repiten que el trabajo redime al ser humano lo negaran, lo que no se puede negar es que el sistema alimenticio mundial está íntimamente relacionado con la alta incidencia de enfermedades crónicas y degenerativas. De la misma forma que en el origen de la agricultura la humanidad sufrió sus embates, hoy nos enfrentamos a una revolución agrícola que sólo beneficia al sector dominante y no a los consumidores. Por el bien de los consumidores, el sistema agrícola tiene que ser revisado, no pude ser que por cada kilo de alimentos nos tengamos que comer los cancerígenos, las hormonas artificiales y los metales tóxicos que estos poseen. Es mentira que un vegetal es nuestra identidad, o que si no producimos más y más, sin importar el costo, no somos competitivos. Los dioses no tienen nada que ver con esto, son los sectores dominantes los que nos impone su modelo de vida como se hizo hace de miles de años atrás.

 

1Cohen M., 1989, Health and the Rise of Civilization, Yale, University Press, USA, pp 112–113.

2Christian D, (2005), Mapas Del Tiempo, Introducción a la Gran Historia, ed. Crítica, Barcelona, España. p 236.

3Ibid Christian pp275, Coatsworth JH., 1996, Welfare, American Historical Review, 101, num. 1.

 

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