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Para mantener un corazón sano

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-03-29 04:00:00

En los últimos años, los grandes avances médicos en la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares contribuyeron en la reducción de la tasa de mortalidad por causa de estas enfermedades. Sin embargo, aunque la tasa de mortalidad global por enfermedad cardiovascular se ha reducido, la incidencia de infartos del miocardio no ha disminuido y en el caso de mujeres a aumentado. La mortalidad por enfermedades cardiovasculares en México ha tenido una tendencia creciente en los últimos 50 años. Existe consenso mundial sobre las recomendaciones para mantener una buena salud cardiovascular: no fumar, hacer ejercicio, controlar cuatro factores que son la presión arterial, el nivel de glucosa y colesterol y el peso corporal, y consumir una dieta sana.

El consumo excesivo de alimentos artificialmente salados, especialmente para su preservación, la utilización de grasas parcialmente hidrogenadas (trans–saturadoas) en frituras y repostería, la falta de actividad física, la sobre alimentación con productos de alto contenido calórico pero de bajo contenido nutricional y el tabaquismo, constituyen los principales agresores del sistema cardiovascular. La propensión genética a un mal metabolismo de las grasas o a la incapacidad de mantener control sobre la secreción sodio, agrava el problema al no facilitar la adaptación del cuerpo a los insultos ambientales.

La vida moderna ha incluido en nuestra dieta un tipo de grasa que es peor que las grasas saturadas (principalmente de origen animal), este tipo de grasa artificial se le conoce como trans–saturada. El uso que tienen las grasas transsaturadas es única y exclusivamente de tipo manufacturero. La industria de la alimentación, (procesamiento de alimentos, repostería y comidas rápidas), utiliza las grasas transsaturadas para prolongar la vida útil del aceite sin que se queme, para poderla conservar almacenada sin que se dañe y para estabilizar y mejorar el sabor de los alimentos que se procesan. Los alimentos procesados con este tipo de grasa dan una apariencia de frescura, como acabados de hacer, aunque tengan meses o años en el congelador. Este tipo de grasa se puede encontrar en las pizzas, principalmente en las de pepperoni, en las papas fritas (papas francesas), en las hamburguesas, en los aderezos, en las barras nutricionales, pay de manzana y en la mayoría de los dulces preparados industrialmente. De hecho, casi todas las comidas fritas u horneadas de origen comercial tienen algún contenido de grasa trans–saturada.

Cuando hablemos de la presión arterial tenemos que incluir no tan sólo al sodio sino al potasio, aunque nos dificulte la comprensión del sistema cardiovascular. Si asociamos al sodio con la sal de mesa (cloruro de sodio) y al potasio, con las frutas, podremos relacionar mejor como actúa cada uno de ellos y comparar nuestro estilo de alimentación. Las fuentes principales del consumo excesivo de sodio provienen de las comidas enlatadas preservadas en nitritos y sodio, los embutidos y carnes preservadas en sal, además de la adición de sal de mesa una vez la comida está cocinada. La reducción en el consumo de potasio se debe principalmente a la eliminación de las frutas y vegetales en la dieta diaria. Este tipo de alimentación hace que se retenga mayor contenido de sodio en el cuerpo que de potasio. La evidencia más reciente apoyada por varios estudios clásicos apunta a identificar a la interacción entre el sodio y el potasio, comparado con el exceso aislado de sodio o el déficit de potasio, como el factor ambiental dominante en el desarrollo de la hipertensión primaria y los riesgos cardiovasculares asociados a este.1

El daño a nuestro sistema cardiovascular consiste en que las grasas trans–saturadas alteran el metabolismo de los lípidos corporales aumentando el LDL–C (colesterol malo) y disminuyendo el HDL–C (colesterol bueno). A diferencia de las grasas saturadas que sólo aumentan los niveles sanguíneos de LDL–C (colesterol malo), las grasas transsaturadas no sólo aumentan el LDL–C, sino que también disminuyen los niveles plasmáticos del HDL (colesterol bueno), además reduce el tamaño de las partículas de LDL haciéndolas más propensas adherirse a las paredes de las arterias. 2

La inactividad y la obesidad son dos factores que juntos, contrarrestan un estilo de vida saludable. La literatura científica ha evidenciado que el incremento en el peso corporal está asociado con los indicadores sanguíneos del metabolismo de las grasas, así como con el de los procesos inflamatorios. Los niveles elevados de LDL–C (colesterol malo) en sangre, así como el tejido gras, estimulan la actividad inflamatoria, lo que hace que aumente el riego de trombosis, y daña las células de la pared de las arterias (endotelio) aumentando así el riesgo total de accidentes cardiovascular.

La obesidad es el primer factor de riesgo para la diabetes tipo 2. La asociación tan estrecha entre obesidad y diabetes tipo 2 radica en la resistencia a la insulina. Resistencia a la insulina quiere decir que, aun habiendo insulina en la sangre esta no actúa correctamente, es decir, las células sobre las que debería actuar la insulina no responden a ella. Cuando la resistencia a la insulina se combina con una disminución en la secreción de insulina por parte del páncreas la glucosa sanguínea sube a los rangos característicos de la diabetes.

La alteración en los niveles de azúcar en las personas con diabetes es uno de los principales factores de riesgo para las enfermedades cardiovasculares. Estas alteraciones están asociadas al estrés oxidativo. El estrés oxidativo es el desequilibrio entre la producción de agentes oxidantes (especies reactivas de oxígeno) y su utilización o la neutralización de estos por el cuerpo. Las especies reactivas de oxígeno son moléculas fuertemente reactivas que ejercen efectos benéficos, como sería el facilitar la destrucción de microorganismos y de células cancerosas. Sin embargo, la producción excesiva de estas moléculas o el desbalance en los mecanismos antioxidantes puede lesionar la pared arterial. 3

El ejercicio y la modificación en los hábitos alimenticios sigue siendo la principal arma terapéutica contra la enfermedad cardiovascular. Sin embargo, una vez se ha detectado factores de riesgo que afecten directamente las estructuras vasculares se debe iniciar un tratamiento coadyuvante. El objetivo del tratamiento será el detener o revertir el daño ocasionado por un mal metabolismo de las grasas, por los niveles elevados de azúcar en sangre o por la hipertensión arterial. Para el mantenimiento del sistema cardiovascular es imperativo mantener la presión arterial dentro de los niveles normales, así como los niveles de colesterol y de azúcar. 

1 N.Engl.J. Med 356; 19.

2 N. Engl J Med 354:15.

3 JAMA Vol. 295, No. 14.

 

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