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El alcohol y sus efectos

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-03-02 04:00:00

El consumo mínimo, pero rutinario, de alcohol,
dista de hace millones de años, cuando la ingesta
de fruta fermentada era parte de la dieta normal
del hombre ancestral

 

 

Entre las propiedades más solicitadas del licor están la “paz o la analgesia”, la eliminación de la sensación de dolor, aunque la causa perdure. Estas características han hecho que el licor sea buscado como calmante y como un agente ansiolítico. En la historia de la cirugía el alcohol se llegó a utilizar como anestésico. Las sustancias como el alcohol activan directamente los circuitos cerebrales motivacionales que regulan la supervivencia. 

Recientemente, un grupo de científicos la Universidad de California, San Francisco, descubrió diferencias en el cerebro que parecen explicar por qué algunas personas beben más que otras y por qué algunas se vuelven adictas al alcohol. Según estos investigadores, el cerebro de la gente que bebe en exceso parece ser particularmente receptivo a los compuestos que provocan la sensación de placer y recompensa tras una bebida. La sensación de placer o euforia es considerada como un epifenómeno que resulta de la potenciación del estímulo que favorece la auto–percepción de supervivencia, adaptación al medio y la capacidad reproductiva del individuo.

La motivación, según los neurocientíficos, es un cajón de sastre que alude a diversos factores neuronales y fisiológicos que inician, mantienen y dirigen la conducta. Se piensa que estos factores internos explican, en parte, la variación del comportamiento de un individuo a lo largo del tiempo. En general, los estados de motivación se pueden clasificar, en sentido amplio en dos tipos: 1) instintos elementales y fuerzas reguladoras fisiológicas donde entran en juego las condiciones físicas internas como el hambre, la sed, la temperatura y los deseos sexuales, 2) las aspiraciones personales o sociales adquiridas por la experiencia. La relación entre motivaciones instintivas y supervivencia es evidente. Sin embargo, las motivaciones personales o sociales no son menos importantes en la supervivencia de un individuo. 

Al entrelazarse las sustancias psicotrópicas con las motivaciones individuales de la conductuales se asocia el consumo constante con el estado psíquico buscado. Las drogas producto del procesamiento de alguna planta, en este caso, el alcohol, históricamente eran sustancias para el consumo como alimento, pero a diferencia de otros alimentos, éstos aportaban energía y sustento. El consumo mínimo, pero rutinario, de alcohol, dista de hace millones de años, cuando la ingesta de fruta fermentada era parte de la dieta normal del hombre ancestral. La mercadotecnia, los gobiernos, los impuestos y muchos otros factores han transformado el consumo de plantas que contienen sustancias psicotrópicas en potentes drogas puras que nuestro cuerpo no puede procesar. El cerebro humano no está estructural ni funcionalmente adaptado para drogas purificadas con acceso rápido y directo al sistema nervioso central.

Actualmente se reconoce que el abuso del alcohol produce cambios químicos en el cerebro que incrementan la tolerancia y, por consiguiente, la dependencia a la sustancia. Los mecanismos biológicos que intervienen en estos cambios de la estructura cerebral y que hacen que un individuo tenga la necesidad compulsiva de seguir bebiendo obedecen a la liberación de endorfinas en dos regiones particulares del cerebro: el núcleo accumbens y la corteza orbitofrontal. Mientras más endorfinas se liberaban en la corteza orbitofrontal, mayor era la intoxicación que experimentaban los bebedores excesivos.

La idea de que se puede ser adicto es algo reciente, este concepto procede de mediados del siglo XIX. El término no se hizo de uso común sino hasta más tarde, y precede en un cierto tiempo a la aplicación difusa del término para la adicción alcohólica. Hasta el siglo XIX, la ingesta de alcohol, por ejemplo, había sido vista sólo como un “problema social”, cuando éste conducía al desorden público. Tardó mucho tiempo hasta que el alcoholismo fuese aceptado oficialmente en los círculos médicos como una adicción y finalmente como una enfermedad, aunque tenga una base psicológica definida. Originalmente, las adicciones fueron vistas como un estado del organismo; posteriormente se le ha comprendido como una condición donde se entrecruzan los factores biológicos (neuroquímicos y predisposición genética), estilos de vida e identidad. 

En nuestra sociedad, el consumo de alcohol está socialmente aceptado. Su uso moderado es clínicamente benéfico y socialmente recomendado. El uso indiscriminado lleva a la tolerancia, y ésta a su vez a la sensibilización, lo que da como producto final la adicción al alcohol. Sólo me resta decir que la templanza en el consumo de bebidas embriagantes pertenece a la naturaleza del individuo. Los efectos y las consecuencias de su consumo son responsabilidad que el individuo debe aceptar al iniciar un momento de relajación con un licor. Socialmente no existe nada mejor que un buen licor para liberarnos del sentido del yo y de la lucidez. La embriaguez (emborracharse), el excitar el cuerpo, la aniquilación de la memoria y la conciencia como instancia crítica son parte de los efectos que algunos piden al viejo dios Bacco.

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