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Obsolescencia programada

Por: José Gabriel Ávila Rivera

2013-05-17 04:00:00

 

Siempre he sentido una fascinación especial por encontrar el significado de las palabras. La búsqueda de términos en diccionarios y enciclopedias representa una enseñanza que podría ejemplificar como la sensación que experimenta un cirujano, hurgando en las entrañas de un individuo en quien es indispensable la intervención quirúrgica, para hallar el diagnóstico de una extraña patología.

Hace poco tiempo, revisando información ecológica con una intensa preocupación por las graves condiciones a las que hemos sometido a nuestro planeta y buscando alternativas para proponer un cambio de conducta que mejore las expectativas a futuro, a pesar del pronóstico que es definitivamente desolador, me he encontrado con información de un carácter catastrófico, sin exagerar. La semana pasada hacía una retrospectiva de lo que es la isla de basura, para ahora encontrar, como la puntilla que se le da al toro de lidia agónico, el concepto de obsolescencia programada como una más de las irracionales conductas del ser humano.

Resulta que Tomás Alba Edison (1847–1931), dentro de uno de sus más de mil inventos, patentó en enero de 1880 el primer foco de luz, buscando esencialmente la durabilidad; sin embargo, los inversionistas estadounidenses imaginaron una catástrofe financiera si la gente, al dejar de consumir por la adquisición de un bien que no se agotara, no comprara los productos, impidiendo así el flujo de capitales. Entonces los ingenieros recibieron la encomienda de crear productos frágiles y desechables, con una vida útil por debajo de las expectativas de los compradores. Fue en 1924 cuando se impuso que los fabricantes de focos limitaran la duración de las lámparas solamente por un periodo de mil horas. Esto se condimentó con el colapso de la bolsa de valores en Wall Street en octubre de 1929, con una caída literalmente devastadora de los mercados y una generalización de pánico que fue una especie de balazo en el abdomen de la economía gringa. Así, en 1932, un individuo de triste pasado llamado Bernard London, propuso terminar con la “Gran Depresión” incitando por ley a planificar la producción de productos con un tiempo limitado de utilidad. Según historiadores, esto jamás se llevó a cabo formalmente, pero debió estar presente en la mentalidad de los fabricantes, pues en 1954 Clifford Brooks Stevens (1911–1995), que era diseñador industrial en Estados Unidos, fue quien propuso por primera vez este concepto de obsolescencia programada. Entonces se buscó seducir a la gente invitándola a consumir independientemente de las necesidades básicas de subsistencia.

Surgió el concepto de moda, de la búsqueda de alcanzar metas en elementos materiales independientemente de las limitaciones naturales y, sobre todo, utilizar la publicidad en una forma feroz para penetrar en la mentalidad general. Muchas estrategias voraces se tomaron como punta de lanza, y a medida que pasó el tiempo, fueron sutilmente envolviéndonos para llegar hasta el momento actual, en que jamás podremos encontrar un satisfactor que dure de por vida. Lo malo es que los recursos del planeta son finitos y están ya acabándose, condición que se acelera en una forma brutal con la contaminación y la increíble generación de basura, que va más allá de lo que podemos imaginar. Un ejercicio mental simple nos puede dar una idea de esto. Si somos alrededor de 7 mil millones de individuos que habitamos la tierra y cada uno producimos en promedio un kilogramo de basura por día (cifra despreciable si analizamos lo que consumimos de agua y provocamos con lo que tiramos cotidianamente) estamos promoviendo nada más 7 millones de toneladas de desechos ¡por día! Por eso es urgente cambiar de mentalidad. Dejar de tirar cosas irracionalmente. Buscar productos de utilidad duradera. Consumir menos energía. Reciclar en la medida de lo posible. Dejar de comprar bajo la premisa de que la moda es lo que nos impone, y dirigir la vista a mantener una economía sostenible, independientemente del consumo. De no hacerlo así, enfrentaremos un futuro más catastrófico de lo que podemos incluso soñar en lo más siniestro de nuestras pesadillas.

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