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El policía chismoso

Por: Alejandra Fonseca

2013-02-01 04:00:00

Tocó el timbre enrabiada. Como no hubo la respuesta inmediata que exigía, se pegó de manera encajosa al timbre como bebé hambriento al pecho de su madre. La señora que se encontraba en el interior de la casa espió por la ventana. Vio a la muchacha y le extrañó su actitud. Tomó un suéter y salió a abrir.

–¡¿Por qué me poncha las llantas?!, espetó la joven en el rostro recién bañado de la señora.

–¿De qué me habla usted? –preguntó amablemente extrañada la señora.

–¡Me avisó el policía que usted me estaba ponchando mis llantas! –gritó.

–No, no las poncho. Las desinflo nada más –dijo con una cínica calma la señora–. El policía es un chismoso porque nunca las poncho, las bajo. Venga usted a ver. Y ambas fueron donde estaba una llanta un poco desinflada. Vea, no está ponchada, acabo de ponerle el tornillito para que se le baje a usted, ¡pero ponchada no está! Ni se nota. –Quitó el tornillo.

–¡Deme el tornillo!

–Sí, el cuerpo del delito –y se lo entregó suavemente en su mano.

La muchacha no pudo más que ya reír ante el cinismo de la señora. A lo que la señora con alegría continuó:

–Bueno, mire, es de sentido común. Esta calle es muy angosta. Sólo cabe un coche de paso. Las banquetas son muy estrechas. Si usted se estaciona frente a la entrada de mi auto, pues no puedo salir, ¡ni por dónde buscarle! Y vea usted más: su auto, tan bonito, está mero enfrente de mi casa. No en la puerta, pero sí en la acera de enfrente, y me estorba para salir. Venga usted para acá, –y abrió la puerta de la cochera–. Mire, mi camioneta es de carga, doble cabina, es larga, y por más que le haga yo, pues no sale.

–¿Y por qué no pone  usted anuncios?

–Venga usted: ahí en la entrada de la privada está un anuncio.

–¡Pues sí, pero yo vine por atrás!

–Mire usted: aquí pusimos un anuncio, mero arribita donde está su coche tan bonito. Están todavía los tornillitos que lo sostenían, no le miento. Y era un anuncio grande, y nos lo arrancaron. Y venga usted más para acá –caminaron–. Aquí pusimos otro igual. Aquí están los tornillitos, y vea usted, nos lo arrancaron también. Entonces, mientras ponemos otros dos, pues les bajo las llantas. Y algo más, mire: cada casa tiene una entrada de coche. Donde sea que usted se estacione, estorba. Allá hay una cochera, aquí está la mía, junto a la mía, está otra…

La muchacha no pudo más que reír francamente.

–Aquí está su tornillito, pero ahora dígame, ¿podré llegar a alguna gasolinera así con esta llanta bajada?

–¡Claro que sí, si fue sólo un poquito, apenas empezaba! Si se hubiera usted tardado más, pues el rin da con el asfalto y entonces no podría rodar la llanta y habría que cambiarla, pero así sí llega. Le voy a confesar algo: alguna vez me estacioné igual, en una privadita angosta casi enfrente a una cochera. Y me la hicieron. De ahí aprendí a fijarme bien dónde me estacionaba. Nunca más lo volví a hacer. Dadas las cosas ¡le hice a usted un favor!

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