Una mamá fantasma y la enmienda de Lincoln

No siempre se habla de películas; a veces –y a propósito de ellas– uno habla de actores y actrices. En cuanto a ellas, en el cine occidental al menos, son tres las jóvenes intérpretes que pudieran señalarse como la potencial “nueva Nicole Kidman”: Carey Mulligan (Enseñanza de vida, Shame, El gran Gatsby), Jennifer Lawrence (Winter’s bone, Los juegos del hambre, El lado bueno de las cosas) y Jessica Chastain (Take shelter, El árbol de la vida, Historias cruzadas). En cuanto a Jessica Chastain (y como es también el caso de Jennifer Lawrence), ahora mismo está nominada al Oscar como actriz estelar por su trabajo en La noche más obscura, y además la tenemos en cartelera en Mamá, film de horror y de fantasmas producido por Guillermo del Toro y dirigido por Andrés Muschietti. En ella encarna a Annabel, la novia de un tipo empeñado en encontrar a su hermano –y a sus sobrinas pequeñas, hijas de éste– desaparecidos un lustro antes en circunstancias misteriosas. Aunque algo “sobre–cocinada”, Mamáfunciona hábil y competentemente en buena medida por la versátil Chastain, que entiende de maravilla la historia y cómo se inscribe en ella su personaje, que obligado por los acontecimientos va ganando en madurez y fortaleza. Sumando esto a la buena factura del film –de visualidad moderna, atractiva y convincente– Mamáse coloca por arriba del promedio del horror film vigente, para un buen debut de Muschietti, quien ya había explorado esta línea argumental en su corto homónimo de 2008. Denle un vistazo, que vale la pena; además, insisto, por el plus que en ella significa la presencia y desempeño de Jessica Chastain.

Cambiando de tema, aparentemente Lincoln, de Spielberg, está teniendo problemas para agradar a todos esos cinéfilos sin muchas referencias sobre la Guerra Civil Norteamericana (cinéfilos, claro, que en nuestro país somos mayoría). Pero no por ello Lincoln se torna una película menor. Esencialmente histórica como es, se trata también de una detallada lección de ciencia política, en su recuento de la firme pero costosa decisión del presidente Abraham Lincoln (Daniel Day–Lewis) de forzar –ante el Congreso– la aprobación de su iniciativa de ley para abolir la esclavitud. Muchas vidas se perdieron en el camino, pero el rostro de los EU cambió para siempre. El premio para el mandatario fue que le dieron un tiro mortal, algunos días después. Lincoln es finalmente una oda a ese hombre, misma que Spielberg entrega con grandiosidad y autenticidad, a partir de los entornos principales del presidente en esos meses álgidos: el entorno político, desde luego; pero también su entorno familiar, no siempre estable, mostrado en la relación de Abe con Mary Todd (Sally Field) –su esposa enferma– y en la relación con su hijo Robert (Joseph Gordon–Levitt), marcada por algunos conflictos. Este universo –en el tiempo y los espacios señalados– es de lo que se ocupa Spielberg con su película; y como de costumbre, lo ha hecho con maestría formal y con sensible humanidad. Y esto no cambia, entendamos más o entendamos menos los nombres, las encrucijadas y los eventos históricos. (Pero admito y acepto, desde luego, que haya público que prefiere Argo a Lincoln).

Y como cada vez está más cerca la entrega delOscar, vuelvo a lamentar que a la cartelera local sigan sin llegar cinco de las nueve nominadas a mejor película: Los miserables, La noche más obscura (Zero dark thirty), El lado bueno de las cosas (Silver linings playbook), Amor (nominada también como cinta en lengua extranjera) y Beasts of the southern wild. Es probable que alguna de ellas aparezca al leerse estas líneas. Ojalá, porque más allá de estatuillas y premios –que deben ser consecuencia y no propósito– lo que como cinéfilo quieres es conocer lo más posible del séptimo arte, para disfrutarlo igual. Seguimos, pues, atentos y anhelantes a su arribo.