Las vidas de Sarah y del driver

Aunque cantidad no es calidad, no puedo recordar otro viernes –distinto de este del 10 de febrero– que haya ofrecido nueve estrenos fílmicos. De ellos, los tres más atractivos fueron: La llave de Sarah, de Gilles Paquet–Brenner, con la garantía que siempre significa la presencia de Kristin Scott Thomas; Anónimo, de Roland Emmerich, sólo por su interesantísima premisa –la posibilidad de que Shakespeare no haya escrito las obras que se le acreditan– y La última pelea(Warrior), de Gavin O’Connor, que le encanta al público y además ofrece un gran trabajo actoral –nominado al Oscar– por parte de Nick Nolte. Eso sí, aún se desconoce cuándo llegarán a PueblaDrivey Tan fuerte, tan cerca, que ya llevan rato en otras ciudades del país, pero aparentemente El artistay Tenemos que hablar de Kevinestarán entre nosotros justo al leerse estas líneas.  

De los otros seis estrenos también puede decirse algo, claro: en La mujer de negro, de James Watkins, aparece Daniel Radcliffe en un personaje distinto al de Harry Potter, lo cual prácticamente la hace una curiosidad; Reto de valientes (Courageous), de Alex Kendrick, fundamenta su argumento en la fe, sin que eso signifique que sólo es para cierto público; Siempre el mismo día (One day) despierta a priori el interés porque su director es Lone Scherfig, cuya cinta anterior, Enseñanza de vida, obtuvo 24 reconocimientos internacionales (y 58 nominaciones más) en 2010; la irlandesa Amigos por accidente (The runway), de Ian Power, lleva en el primer crédito al ahora de moda Demián Bichir, pero es una película bastante flojita; Votos de amor, de Michael Sucsy, es un melodrama (con lo que eso implica) que en esencia se defiende por su reparto, que incluye nombres como el de Rachel McAdams, Sam Neill y Jessica Lange; y finalmente Monstruos: zona infectada, ópera prima de Gareth Edwards, es opción sobre todo para fans de la ciencia–ficción, además de que la zona infectada que menciona el título es... medio México.

Pero voy a referirme a La llave de Sarah. Su historia está contada básicamente en dos tiempos: el del holocausto en 1942 –con la niña Sarah Starzynski como trágica protagonista– y el de nuestros días, con la periodistaJulia Jarmond (Kristin Scott Thomas) investigando qué fue de Sarah y su familia en el desalojo judío (¡aceptado y coordinado por el gobierno francés!) de seis décadas antes. La historia deSarah, cual la va develando Julia, es demoledora; tanto, que modifica muchas de las perspectivas de la periodista acerca de su propia vida. El resultado es una cinta fundamentalmente triste, en la que la historia nuclear –la del exterminio judio– está muy por encima de la otra, que aún siendo necesaria no alcanza la suficiente estatura en el contexto global del drama. Y esto se resiente, si bien siempre es un deleite el trabajo de Kristin Scott Thomas. Como sea, La llave de Sarah, aún siendo tan triste, bien vale la pena, aunque nos llega más o menos dos años tarde. Por cierto, esta es otra película que también pudo llamarse Los descendientes.

Y algo breve respecto deDrive, en la que brilla Albert Brooks en un rol de soporte, acompañando a Ryan Gosling y Carey Mulligan, también sólidos. Llama la atención que el film, de Nicolas Winding Refn, carece de backstory; es decir, de esos referentes ocurridos “antes de pantalla” que suelen revelarse tangencialmente a través de pistas casuales pero eficientes. Así pues, ¿cuál es lapre–historia del conductor? ¿De dónde y por qué su personalidad lastimada y taciturna? ¿Cuál es el origen de su soledad y de su violencia latente? ¿A partir de qué se forja su habilidad con y ante los autos? Las dudas aportan una atmósfera aún más inquietante a la cinta, claro; pero, ¿tantas? De hecho, en Drive ni siquiera llegamos a conocer el nombre del conductor, al que siempre se alude como kid o driver. Como sea, vaya que la película funciona; y a fin de cuentas eso es lo que vale.