Amar, usurpar, embrujar y otros verbos

El pasado fin de semana pude ver –en sala, claro– cuatro estrenos, así como Amor por segunda vez. Este film, ganador de la Palma de Oro y delOscar, es demoledor, poderoso, humano hasta lo más profundo. Desde la historia de una pareja de octagenarios sacudida por la enfermedad de uno de ellos, explora los temas del amor verdadero, del amor desolado y de la dignidad como única opción de vida posible. Un solo ambiente, dos grandes intérpretes y una conmovedora situación infranqueable bastan para detonar las más verdaderas y resonantes emociones, según lo demuestra Amor. Así, sólo caben elogios para esta cinta, para su director Michael Haneke y para los maravillosos Jean–Louis Trintignant (como Georges) y Emmanuele Rivá (como Anne).

Las otras películas que vi están por debajo de Amor, pero cada cual a su modo ofrece rasgos de interés. Una es The words, que exhibe entre nosotros con el nada sutil y equívoco nombre de El gran secreto. Es la ópera prima de Brian Klugman y Lee Sternthal y refiere hechos relacionados con una grave equivocación: la de un escritor incipiente (encarnado por Bradley Cooper) que se adjudica la autoría de un manuscrito que no es suyo. Pero esta historia a su vez está contada en las páginas de la novela de otro escritor (Dennis Quaid) e involucra a un tercero: el verdadero autor (Jeremy Irons) del manuscrito usurpado. Así pues, en El gran secreto hay tres líneas de acción, en tres tiempos, en busca de una redención que no termina por cuajar porque la resolución es pretendidamente ambigua, y porque es difícil concluir entre premisas que parecen moverse en terrenos de lo inmoral, o de lo amoral al menos. Como sea, nunca pierdes el interés por los eventos. Acompañando a los tres actores mencionados, en la cinta juegan un papel tres guapas: Nora Arnezeder (nuclear, como Celia), y Zoe Saldana y Olivia Wilde, muy subsidiarios.

Vi también Hermosas Criaturas, de Richard LaGravenese, y Triste canción de amor (Take this waltz), de Sarah Polley. La primera descansa en una fórmula a–la–Crepúsculo: dos adolescentes (Alice Englert y Alden Ehrenreich) se enamoran; él es humano y ella no. La chica es una Caster: un tipo de bruja que al cumplir los 16 años –que ya le son inminentes– es llamada hacia la luz o hacia la obscuridad... lo que se explica por sí mismo. Está basada en uno de los cuatro libros conocidos como Caster Chronicles. También están en la película, y se la roban, Emma Thompson y Jeremy Irons, cuya presencia le agrega chiste a los eventos, que sin embargo no crecen lo suficiente. En cuanto a Triste canción de amor (con Michelle Williams, Seth Rogen, Luke Kirby y Sarah Silverman), es bastante mejor, aunque tiene inconsistencias de guión que uno se esfuerza por perdonarle. Trata de una mujer que, si bien felizmente casada, abandona a su marido para irse con un vecino artista, tras un proceso de semanas de seducción. El asunto aquí es que este tema adulto y peliagudo discurre entre colores vivos y días soleados, en un entorno cuasi–mágico de fantasía infantil, en un contrapunto que hace a la película aún más tensa, más esquiva, por esta evidente, atípica, “disfunción” entre forma y fondo. Pero la conexión con el público no se rompe, sino al contrario. De hecho –con su fachada tan arty que de todas formas no maquilla las implicaciones de la historia– fue la película que más me gustó, después de Amor, de entre todas las que pude ver.

Y aún debo referirme a Parker, de Taylor Hackford, la última cinta a la que me asomé. Se salva básicamente por la presencia en ella de Jason Statham y de la siempre atractiva Jennifer López. De acción bien facturada, pero rutinaria, es una película de traiciones y venganzas entre matones, con Statham (en el rol de Parker) como el antihéroe que se rige por un estricto código de ética. Dos de sus “mandamientos” son: no robar al que tiene poco y no lastimar a quien no lo merece. (Ya les digo: todo un caballero el tipo...).