Las campañas electorales de 2018 han iniciado y con ellas los tiempos de discursos y de exposición de ideas. Claro, no siempre éstas derivarán en propuestas y mucho menos en presentar pensamientos inteligentes que respondan eficiente y eficazmente a las problemáticas que deben ser atendidas para generar condiciones que nos permitan vivir mejor, con garantía de nuestros derechos y con seguridad.
Desde nuestra ciudadanía deberíamos atender las campañas electorales, también con inteligencia y tener la capacidad de abrir diálogos y no favorecer monólogos mesiánicos; diálogos que cuestionen y nos permitan saber los qué, los cómo y los con quién de las y los candidatos y así para definir nuestro voto. El diferir no debe ser motivo para la censura ni la descalificación, sino el incentivo para elevar los debates y las propuestas. No, no necesitamos “mentes brillantes” ni a quienes se venden como “incorruptos” y mucho menos a quienes, cual veleta, han ido de partido en partido vendiendo caro su amor y pretenden, ahora, imponer visiones que sólo miran la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio y se escandalizan a la menor objeción de quien piensa diferente.
Los problemas de inseguridad, de violencia, de trasgresión de derechos humanos, de falta de oportunidades sólo los vamos a resolver si desde nuestra ciudadanía y desde los espacios de autoridad nos hacemos cargo, si nos hacemos corresponsables con la transparencia y la rendición de cuentas. Nadie, absolutamente nadie de las y los candidatos tiene una varita mágica salvadora (aunque vendan esa idea). Necesitamos de la confluencia de todas las fuerzas sociales, políticas y económicas y más bien deberíamos darnos a la tarea de elegir a quienes tienen mayores habilidades para negociar, articular, privilegiar y respetar los acuerdos en las diferencias, pero sobre todo a quienes apuestan por la reconciliación y no por hacer más grandes los odios.
En todos los institutos políticos, en todos, existen personas honorables y en todos también manzanas podridas. La tarea es saber elegir a las primeras con argumentos y no cegarnos a la sinrazón del culto a la personalidad. Elegir y elegir bien es nuestra responsabilidad ciudadana.