Viernes, abril 19, 2024

Las damas primero

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El viernes último se reportó el fallecimiento en Roma de Carla Maragoni, una señora con 102 años de extraerle todo su jugo a la vida. La excepcionalidad de la noticia estriba en que esta dama era la última sobreviviente de los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928, donde además se había adjudicado una medalla de plata conjuntamente con sus compañeras del equipo italiano de gimnasia Inés Vercesi y Luigina Gaviotti. Ninguna, por cierto, tenía entonces más de 12 años –Luigina 11–; para que ahora se nos diga que la incorporación precoz al deporte de alto rendimiento es cosa del siglo XXI.

Ellas compitieron y ganaron en tiempos en que el deporte olímpico era completamente amateur y caseramente austero, ni idea de lo que serían los patrocinadores millonarios y la bulla artificial asociada a los actos actuales, incluso los más mediocres. Honra y respeto a su memoria.

Superpartido en Australia. Ha sido, sin duda, el acontecimiento deportivo de mayor calidad, emoción y altura en lo que va del año, el más conmovedor incluso. Lo protagonizaron, en el marco del Abierto de Tenis de Australia, la rumana Simona Halep y la estadounidense Lauren Davis la mañana del sábado en Melbourne, viernes por la noche para nosotros. Ostentando Simona el número uno del ranking mundial, su triunfo se antojaba de rutina. Un partido más, en principio, correspondiente a la tercera ronda, buscando ambas cupo en octavos de final. En la realidad, lo que se vivió fue una colosal demostración de clase y coraje milagrosamente entrelazados, un duelo de tres horas con 44 minutos como no registra otro la riquísima historia del abierto australiano. ¿Qué sucedió en el court central del evento, la Rod Laver Arena, en la mañana plomiza de este 20 de enero de 2018? Sucedió que la número uno se encontró con un inesperado número uno bis en la casi anónima estadounidense de 1 metro 57 cm. de estatura, nacida en Ohio hace 24 años y oficialmente clasificada 76 del mundo. Halep, algo tocada de un tobillo, empezó lenta y ya en el primer set se llevó el primer rapapolvo: 64 para Davis, que le rompió el saque en el noveno juego. Y que, imperturbable, alternando aciertos con errores no forzados hasta límites inusuales, alcanzó a comprometerla en el segundo, en que se alternaron rompimientos hasta que la rumana pudo finalmente resolverlo con los mismos números de 6–4. Lo que se avecinaba, en el set decisivo, fue el puro alucine.

Esa tercera manga se iba a extender a 142 minutos, nada menos, y concluyó con anotación de 15–13 para la rumana. En 11–11, Davis tuvo tres match points a favor, pero su adversaria eludió la derrota aunando corazón y cerebro, espíritu y clase a partes iguales. No puede decirse menos de la estadounidense, cuyos reveses cruzados pusieron repetidamente en predicamento a Simona, que respondía con cargas de profundidad a menudo devastadoras. La épica estuvo presente de muchas maneras: en el esfuerzo de ambas por alcanzar pelotas aparentemente imposibles, en sus numerosas caídas, resultado de exigirle al cuerpo más de lo que podía dar, en la necesidad que tuvo Davis de detener la contienda y solicitar atención médica cuando una uña de su pie izquierdo quedó literalmente arrancada por el colosal esfuerzo. Y en la entereza y valentía con que ambas retomaban el juego a pesar de “no sentir ya nada, ni el tobillo ni los músculos de piernas y brazos”, según confesó Halep al final. Un final particularmente triste para Lauren Davis, que dejó todo en el campo y no merecía la derrota, como tampoco la hubiera merecido su contrincante. Porque un encuentro de damas de 48 games solamente se había visto una vez en un Abierto de Australia (fue en cuartos de final de 1996, ganado por la norteamericana Chandal Rubin a la española Arantxa Sánchez Vicario por 6–4, 2–6 y 17–15, aunque no duró tanto como este del sábado último).

Simona Halep es una campeona atípica: pequeña, de 1.64 metros de estatura, sin demasiada fuerza en el golpeo, que suple con talento y colocación; y además es la única de su jerarquía que no porta en su atuendo deportivo la marca de ningún patrocinador. Ellos se la pierden.

La belleza de lo clásico. Como parece estar de moda buscarle peros a todo, hubo quienes se apresuraron a señalar el crecido número de errores no forzados de Davis como causa de su derrota; e incluso alguna crónica señaló que “ninguna de las dos parecía querer ganar”, aludiendo a la misma circunstancia estadística.

Pero las estadísticas deben calibrarse en función de lo realmente ocurrido. Y lo ocurrido fue que Halep–Davis ofrecieron un concierto a dos de enorme calidad, dotada además de un sabor que, en medio de la fiesta del músculo que es el tenis actual, se creía perdido, y si alguien enfatiza la abundancia de tiros fallidos –guiándose por el simple dato numérico–, es que ese alguien dejó de tomar en cuenta que los intercambios se prologaban hasta lo angustioso, y no a base de golpes francos y seguros, tampoco al caprichoso azar, sino buscando ambas mover a la contraria para forzar el tiro decisivo. Si en esa búsqueda, gobernada por el talento y la frialdad mental, ocurrían, por cansancio o por arriesgar de más, o sencillamente porque ninguna de las dos basa su estrategia en el poderío muscular, tiros fallidos, la causa fue casi siempre la fatiga provocada por un auténtico maratón de tenis de altura, al cual ambas se brindaron más allá del límite de lo generoso, demostrando que la voluntad, el alma, puede alcanzar cotas aparentemente imposibles.

De esa magnitud fue el espectáculo ofrecido por Simona Halep y Lauren Davis, dos tenistas extraordinarias en un día excepcional.

Futbol femenil. Cuando los gavilleros pactantes, obligados por la FIFA, se soltaron el pelo anunciando el inicio de la liga mexicana de futbol femenil, lo primero que hicieron fue poner un tope a los emolumentos de las jugadoras: 2 mil 500 pesos mensuales, una cifra, a más de ridícula, insultante. Esta columna replicó que, por ese camino, los encuentros entre oncenas formadas por damas difícilmente alcanzarían un nivel capaz de generar el interés y por ende los ingresos necesarios para que su liga cobrara verdadera fuerza de cara al público. Las finales del primer torneo demostraron, empero, que el coraje y la entrega de las mal pagadas chicas podía producir encuentros provistos de cierto encanto emocional y, por qué no, también futbolístico.

El filón está ahí. El dinero de los dueños del balón todavía no. Ellos prefieren derrocharlo en sus viajes y comilonas, su incesante intercambio de maletas y en subvencionar a la publicrónica. Pero es un hecho que las futbolistas están mucho más dispuestas a jugar abierta y lealmente que sus pares masculinos. Y que si por algún milagro se profesionalizara su liga, no tardarían en ofrecer espectáculos más dignos de seguirse con real interés que los que semana a semana nos depara el futbol “mexicano” profesional.

Jugar al cero–cero. Se supone que los equipos hacen pretemporada, y que con cada jornada que pase estarían más a punto en todo sentido. Pero lo que este fin de semana se comprobó es que juegan todos a la buena de Dios, sin que se distingan dibujos tácticos y estrategias definidas y dejando al azar el resultado de su trajín sobre las canchas nacionales. Y ahí están, para demostrarlo, cuatro pares de roscas bien redonditas. Y ahí están, para confirmarlo, unos cuantos goles, casuales en su mayoría, en los partidos en que llegó a abrirse el marcador. Así, de casualidad, cayeron los goles del Guadalajara al Necaxa –ocho días atrás, el azar jugó en contra de las Chivas, sin que Cruz Azul hiciera méritos para justificar su victoria–. Y por si fuera poco, los yerros arbitrales siguen campando por sus respetos.

Si los dueños del balón y la tele no tienen para pagarles a las chicas, menos van a tener para implantar el VAR, cada día más indispensable.

Aullidos en clave de SOS. Si el Puebla tiene cada vez más cara de equipo, y el viernes, bajo un clima polar, exhibió al Veracruz como candidato número uno al descenso, Lobos BUAP está haciendo hasta lo imposible por disputarles a los Tiburones tan infamante candidatura. Sin puntos y con nueve goles encajados luego de tres salidas, se está confirmando que Lobos posee una defensa de papel y una contención nula, producto de defectos estructurales combinados con notorias fallas humanas. Y si en el Apertura 2017, esos vacíos evidentes los compensaba el hambre goleadora de su ofensiva, en la actualidad ésta se ha llamado a silencio. Y a ese ritmo de un gol por partido difícilmente podrá repetir los resultados que hasta hace poco ilusionaban a la afición lobuna.

El panorama, bonancible para la franja, anuncia rayos y centellas por rumbos de CU.

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