Quienes me conocen bien, saben que padezco enfermedades metabólicas y, a las pruebas me remito, no tiendo a automedicarme. Acudo a una institución del sector salud para atenderme y sigo las indicaciones de mis médicos. Sin embargo, no me puedo declarar un buen paciente. Tengo una serie de fallas que se generan por obsesiones en algunas esferas de mi cotidianidad y si bien, soy puntual en la toma de mis medicamentos y me alimento adecuadamente, cometo muchas faltas que rompen con las indicaciones que me marcan los doctores.
Esto hace que los colegas que me tratan, me vean seguramente como un caso difícil. No puedo quejarme de la atención; sin embargo, para la mayoría de los enfermos con quienes convivo al acudir a mis citas, tienen la falsa idea de que tengo un trato preferencial y que me ofrecen planes especiales de tratamientos, cuando estando sujeto al mismo cuadro básico en medicamentos de cualquier derechohabiente, realmente no percibo alguna diferencia sustancial. Los médicos me ven como un enfermo y ya.
Pero también constituye un motivo de malestar el hecho de que las personas piensen que los médicos tenemos menos riesgo de enfermar. También se imaginan que debemos estar a la disposición incondicional de quien nos necesite, a la hora que sea y si bien en las ciudades, la mayor cantidad de profesionistas en el área de la salud se ha incrementado, con un reflejo en la disminución de las llamadas nocturnas o en horas inadecuadas, es particularmente notable que en cualquier sitio o circunstancia, al médico le pidan una opinión para buscar alguna alternativa de tratamiento, sea en la calle, en algún hogar estando en reuniones, en encuentros y hasta en fiestas.
No niego haber caído en errores similares cuando, en un tropiezo casual con un compañero, le llego a hacer una pregunta sobre algo que me pasa, pero también hago mis citas, espero los diagnósticos con una ansiedad particular, cargo con la pena de experimentar dolores ante los que pregunto qué sucede antes de deducir lo que me pasa y sobre todo, en mi calidad de ser humano, también he experimentado situaciones de mucho sufrimiento como paciente.
Los médicos no solamente perdemos la salud como cualquier persona, sino que al estar en contacto con enfermos, tenemos un incremento en el riesgo de padecer ciertas enfermedades, lo que nos sujeta a una vulnerabilidad de características especiales.
A veces no buscamos la atención en su momento. Las consultas entre conocidos se orientan más a conocer aspectos de la vida personal, relegando el problema de salud y no son raros los casos en los que se omite la historia clínica que en el acto médico de consultar, es determinante y hasta fundamental.
El desgaste emocional en quienes nos dedicamos a ver enfermos es intenso. Las tensiones extremas. Los horarios desordenados, casi una regla. La mala alimentación, un fenómeno común. Las presiones, una constante. Y si bien, también experimentamos gratificaciones emocionales que alimentan nuestro ego y nos brindan dicha, felicidad y alegrías, con anécdotas sensacionales e historias inusitadas que se acumulan en la memoria como chispas de gozo sin igual, el precio es extremadamente caro. Los médicos descuidamos la salud y esto obedece a que desgraciadamente no se crea una formación profesional orientada al auto cuidado y al control personal.
La percepción de la enfermedad en el médico es definitivamente distinta y poco objetiva, cuando se valora en él mismo y esto conduce a cometer errores fatales. Se altera el reconocimiento de la patología y se provoca una verdadera crisis en el modelo de asistencia que deja de ser equilibrado y pierde certeza.
He atendido a muchos médicos y ha representado una experiencia no solamente grata sino también aleccionadora; pero con todo respeto, un buen número de colegas no llevan bien sus tratamientos y no me encuentro en condiciones justas de generar conciencia a través de mi ejemplo.
Por eso, siento necesario proponer programas orientados a concientizar a este grupo poblacional del que formo parte. A final de cuentas, la salud del individuo que atiende a un enfermo, debe ser equivalente y directamente proporcional a la calidad de vida que siempre se debe de buscar e inculcar.