Jueves, marzo 28, 2024

Simulación

Aproveché un día inhábil para platicar con mi maestro. Sé que suena un tanto cuanto egoísta llamarle “mi maestro” cuando ha sido mentor de casi 60 generaciones de diversos grados académicos, incluidos los de las licenciaturas formadoras de docentes. Testigo de todas las reformas educativas, salvo la iniciada en la administración de Lázaro Cárdenas. Amigos míos con los que coincidí en algunas responsabilidades profesionales y de negocios, fueron sus alumnos en diferentes etapas de la vida. Algunos cursaron con él el primero y segundo grado escolar en una vetusta institución del centro de la ciudad, otros se lo encontraron en quinto o sexto grado de una escuela a la que ahora, llaman “benemérita” y que pronto, por decisión de algún burócrata de segunda, será convertida en museo –en el mejor de los casos–, cuando la intención anunciada originalmente, era la de derruirla. A pregunta expresa sobre qué opinión le merecía la última reforma educativa que ha testimoniado, me respondía sin el menor asomo de duda: “Todo es una gran simulación. Perdieron la oportunidad para realizar una Reforma –con mayúscula– que involucrara a todos los sectores de la sociedad, incluidos maestras y maestros”.

El maestro se refería al fingimiento, al doblés, a la impostura, a la apariencia de hacer algo para que todo siguiera igual y que permitiría que la administración federal, lejos de modificar de fondo al proceso de enseñanza aprendizaje –al que se somete a la niñez–, entregara cuentas alegres sobre un cambio que involucraría a la “más importante de las reformas estructurales” emprendida por el gobierno de Peña Nieto. Las cuentas alegres tendrían como destinatarios tanto a las organizaciones internacionales en materia de educación, depositarias de los tratados en materia de derechos humanos, a empresarios trasnacionales tanto como a la más rancia burguesía nacional, entes que trasladan a la sociedad el costo por la formación de recursos humanos que requieren en sus empresas –capital humano– dueños de los estándares –competencias– que requiere el capital para maximizar sus ganancias.

Las reflexiones del maestro continuaban. “Mire –me decía– el personal docente no es el responsable por los malos resultados que obtienen alumnas y alumnos en la evaluaciones nacionales o en las internacionales. Si de juzgar los resultados se trata, valdría la pena reflexionar sobre otros elementos que intervienen en la formación de niñas, niños y adolescentes”. Insistiría en refrendar que el magisterio nacional no es el responsable de lo que Peña, Nuño y Chuayffet y los grupos conservadores califican como “desastre nacional” en materia educativa. “Cierto que hay abusos y privilegios –logrados en contubernio con la clase política– de unos cuanto dirigentes que deben combatirse, pero la gran mayoría de las maestras y de los maestros cumple con su trabajo y se desempeñan más que bien, por encima de lo que piden las autoridades educativas”. Acotaría, “no bastarían unas cuantas charlas para recordar que las maestras y los maestros son un gran soporte para las comunidades y gozan de gran prestigio moral y aprecio que solo comparten con los médicos y los curas”. Empero, habría que recordar que lo poco o mucho que maestras y maestros logran con los niños por las mañanas, lo destejen muchos entre otros, padres y madres por la tarde noche, quienes creen que la escuela debería suplir su papel en la educación de las y los vástagos. “La influencia de la televisión es nociva, no solo infunde valores propios de otras culturas –como los de la sociedad norteamericana– en detrimento de la nacional, fomenta el ocio y la inactividad de las y los menores, promueve antivalores como la difusión de estilos de vida, derivados de la comisión de delitos y la aspiración por convertirse en narcos o huachicoleros, la falta de respeto a sí mismos y a sus compañeras y compañeros, madres y padres de familia, a maestras y maestros”. Promueve el individualismo sobre la cooperación y “más”.

En el más, hacía referencia a la falta de una plantilla de personal suficiente, que colaborase con maestras y maestros para instrumentar todos y cada uno de los programas adoptados por las autoridades educativas federales a instancia de la Unesco, el BID, la OCDE y los tratados internacionales firmados por México, incluidos el de educación para todos, el de equidad e inclusión, el de nuevas tecnologías de información, los derivados de la sociedad del conocimiento y muchos otros más, como los propuestos para combatir la violencia y el acoso escolar; formar habilidades socioemocionales y promover la cultura en la escuela. Reconocía que ciertamente, maestras y maestros se convierten en todólogos y que incluso la hacen de secretarias, secretarios y personal de apoyo a la educación, pero que, en sus palabras “no estaría por demás que la escuela, de acuerdo con el número de alumnas y alumnos, contara con el auxilio de por lo menos un médico, una o un psicólogo, algún nutriólogo, lo mismo que terapistas en diversas disciplinas que les enseñaran a obtener los beneficios derivados de la convivencia que se logra cuando a la escuela asisten niñas y niños con capacidades diferentes.

Hacía notar, al mismo tiempo, que la falta de infraestructura escolar adecuada en las escuelas públicas en general y en muchas de financiamiento privado, a pesar de que programas institucionales le darían su manita de gato a una de cada ocho de las que existen a lo largo y ancho del país; la falta de talleres y laboratorios; bancas e incluso sillas y escritorios para que las y los docentes realicen las tareas encomendadas y, resaltaba, “el daño enorme que la improvisación de los mandos medios y superiores, convertidos por el dedo de dios, en secretarios, subsecretarios y directores, que causa a la educación pública”.

Insistía en que todo era simulación. Lo mismo en la definición de una currícula escolar autónoma, que abarcara a 15 por ciento de las asignaturas, que la de la administración colegiada de los exiguos fondos destinados a cada plantel por el programa de reforma educativa, cuya finalidad sería la de lograr, por la vía del convencimiento o de la fuerza, una mayor aportación pecuniaria familiar; o por los consejos técnicos y de participación social que solo provocan suspensiones de actividades extraoficiales, ocasionados por la salida de la escuela en horario escolar, de maestras, maestros o del personal directivo. Toda una simulación para aparentar un cambio para que todo salga igual.

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