Jueves, abril 25, 2024

Bienvenidos al mundo real

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Lo que sea que suene. Y que suene pronto. Así puede interpretarse la suerte de México en el Kremlin como segundo del grupo “F”, que encabeza Alemania. Luego vendrán Corea del Sur y Suecia. Y bueno, tampoco es para espantarse de más. Ciertamente, la primera sensación fue de soponcio. Pero aunque no hay pichones en ese grupo, la segunda plaza detrás del campeón no es una quimera para el Tri. Lo peor vendría después, porque el cruce de octavos será contra el líder del “E”. O sea Brasil, que tiene una cuarteta regalada. Y entonces sí, México o cualquier otro parecen sentenciados de antemano. En otras palabras, que inclusive ante el mejor de los escenarios, el famoso quinto partido tendrá que seguir en lista de espera. No hay otra. Ésa es nuestra realidad.

Antecedentes. Con Alemania, la única victoria mexicana data de 1985, un amistoso en el Azteca (2–0). Porque en mundiales, el Tri no ha visto al suya, del 6–0 de Córdoba en Argentina 78 al 2–1 de Montpellier en octavos de final de Francia 98, con un intermedio especialmente ingrato en Monterrey, donde nos liquidaron en penaltis (4–1), con el pase a semifinales del México 86 en juego. Esa tarde, el colombiano Díaz anuló un gol del “Abuelo” Cruz y todavía se pregunta uno en razón de qué. Otros amistosos con la mannschaft que ahora recuerdo son un 0–0 en el Azteca (1968), y dos en territorio teutón: goliza de 5–0 en Hannover (1971) y, 20 años después, empate realmente meritorio del Tri de Menotti ante el campeón de Italia 90 (1–1, gol de Carlos Hermosillo).

Y todavía está fresco el 4–1 de la Copa Confederaciones ante Alemania B, que arrasó en el primer tiempo y sobrellevó las cosas en el segundo. A botepronto, dos conclusiones: una, no volver a retarlos a campo abierto porque te trituran; y ésta otra: por más precauciones que se tomen, Alemania es favorito aplastante para el debut mundialista.

Con Corea del Sur jugamos y ganamos 3–1 en Francia 98 –dos goles de Luis Hernández y uno de Peláez; esa tarde, en Lyon, Cuauhtémoc estrenó la cuauhtemiña. Fuera de eso, solo recuerdo aquel amistoso en EU empatado a uno con golazo del “Conejo” Pérez… ¡desde fuera del área! Y con Suecia, nuestro único lance mundialista, en Estocolmo (1958), se resolvió en favor de los nórdicos, que tenía un equipazo –iban a quedar subcampeones del mundo– y nos vencieron 3–0. Pero a nivel amistoso, México tampoco ha visto la suya ante el seleccionado auriazul, que ganó por la mínima en el Cuauhtémoc aquel encuentro del 1 de marzo de 1970, pocos días después de un insípido 0–0 en el Azteca. En la gira europea de 1969, en Malmoe, el triunfo sueco fue también por 1–0.

Razones para el optimismo. Optimismo no es la palabra precisa, quizá posibilidad. Va a depender, eso sí, de qué tan raspados nos deje el encontronazo inicial contra la máquina teutona. En lo numérico y, sobre todo, en lo anímico. Ahora bien, Alemania no suele soltarse el pelo de entrada, lo que puede tomarse como señal alentadora (aunque lo hizo en Brasil 2014 y lo había hecho en Italia 90, goleando a portugueses y yugoeslavos, respectivamente). Por otro lado, Suecia suele hacerles la vida pesada a los germanos (los venció 3–1 en la semifinal de Suecia 58, y por más que perdió 4–2 bajo un aguacero en Alemania 74, el local solo consiguió romper el partido en los minutos finales). Con Sudcorea, el actual campeón se cruzó en el mismo grupo de EU 94 y no la pasó bien, ya que tras ir ganando 3–0 en el primer tiempo, terminaron 3–2 y pidiendo la hora.

¿Qué quiero decir con esto? Que ni Suecia ni Corea del Sur son pan comido para nadie. Pero que, si México rinde de acuerdo a su capacidad y sale de buenas, puede derrotarlos. Eso sí, un empate con cualquiera de los dos complicaría las cosas, sobre todo si es contra los asiáticos, porque nos obligaría a derrotar a Suecia en el cierre de grupo. De darse, una nueva calificación mexicana a octavos tendrá su mérito. Y luego, Brasil…

Panorama global. Está claro que no hay “grupo de la muerte”, pues estos aparatosos mundiales de 32, comparsas la mayoría, prácticamente han clausurado tal posibilidad. Que puedan darse sorpresas aisladas es un hecho, pero un hecho ligado más que nada al mediocre momento que atraviesa el futbol de selecciones en los cinco continentes. Al grado que ni siquiera el anfitrión, con todo y que le salió un grupo a modo, tiene garantizado el pasaje a octavos. Y no por otra cosa sino porque su selección carece de cualquier asomo de clase (México los venció a domicilio en la Confederaciones última).

De cualquier manera, como los equipos gancho cayeron en grupos facilones, el runrún sobre un posible sorteo dirigido es inevitable. Vean si no: grupo “A”, Rusia, Uruguay, Egipto y Arabia (rusos y charrúas, en caballo de hacienda); “B”: Portugal, España, Irán, Marruecos (los vecinos peninsulares, felices); “C”: Francia, Perú, Dinamarca, Australia (es de los más parejos, para desgracia de Perú); “D”: Argentina, Croacia, Islandia, Nigeria (ídem, y los ches no tienen nada asegurado: cuentan con Messi pero carecen de solidez como equipo); “E”: Brasil, Suiza, Costa Rica y Serbia (muchas maromas tendrían que sobrevenir para que no califiquen amazónicos y helvétivos); “F”: el ya comentado de Alemania, México, Corea del Sur y Suecia; “G”: Bélgica, Inglaterra, Túnez, Panamá (had oc para los dos europeos; Panamá, a pagar derecho de piso); y “H”: Polonia, Colombia, Senegal y Japón (parecido al “A”, pero sin ogro germano; ojalá Colombia no defraude).

Como quien dice, del sorteo salieron extrañamente indemnes los favoritos de la cátedra y la taquilla. Entre los cuales, obviamente, no figura México, confinado al pelotón de los medianos, ésos que solo por excepción llegan a remontar los octavos de final.

Liguilla insulsa. Como era natural, el espectáculo del viernes en Moscú acaparó todas las miradas, mientras la liguilla del Apertura 2017 transcurría grismente y sin más estadios llenos que los de la Sultana del Norte, donde la pasión está al rojo ante la expectativa de que sus dos gallones alcancen la primera final–derby de su historia. Solo faltaba, cuando redacto esto, que el Monterrey confirmase su enorme superioridad sobre el Morelia, limitada al 0–1 de la ida porque el cuadro rayado se retrajo, luego del penal marcado por Avilés Hurtado, que al parecer será baja –baja muy sensible– por el resto de la liguilla.

Porque América, ya lo ven, no fue rival para Tigres. Pertrechado atrás, librado a la eficaz tarea hormiga de Guido Rodríguez delante de sus dos centrales, y sin más estrategia que la muy primitiva de morder, robar y correr –no hay partido de los equipos del “Piojo” Herrera que no esté salpicado de faules y tarjetas–, las Águilas se mostraron incapaces de encontrar portería. Y así, imposible aspirar a nada. Fue una media semana de coincidencias: ganan como visitantes los dos reineros con gol de penalti. Y de ribete, ambos anotadores –Avilés y Juninho– se lesionan al poco rato.

Ridículo americanista. Y sin atenuantes, por muchos pretextos y pegas arbitrales que pongan el Piojo y los suyos. Tigres fue infinitamente superior en ambos encuentros, manejó los tiempos y compases de cada partido, llegó numerosas veces a puerta –con poco tino casi siempre–, y terminó bailando a las Águilas de la tele ni siquiera con saña, simplemente sobrellevando las acciones. Que si no…

En el bando reinero brilló la dupla Eder Valencia–Gignac, que hizo pedazos a la ruda defensiva azulcrema (blanca, el sábado). En notorio contraste con el fracaso de Darwin–Oribe en la acera de enfrente: mientras los del norte se movían a sus anchas –hábiles, escurridizos, potentes–, los de Coapa, desconectados y lentos, se ahogaban sin remedio, víctimas de un sistema que los obligaba a un marcaje sin tregua, y por lo tanto los deja sin aire para intentar el asalto de la fortaleza contraria. Ese cero goles rotundo en sus cuatro encuentros de liguilla, sumado a los dos penales contra Tigres, que elevan a 10 la cifra del Apertura 2017 para el América –récord absoluto en la historia de los minitorneos–, pone en la picota a un DT que, si fuera medido por la publicrónica con los parámetros que usa para condenar a Osorio, ya estaría dedicado en exclusiva a juguetear con sus nietos.

¡Aúpa, Alegrijes! Oaxaca y Ciudad Juárez son dos entidades que, siendo tan distintas, mueven ambas a simpatía, así sea por la carga de sufrimiento y carácter propio que comportan. Y el enfrentamiento entre Bravos y Alebrijes tuvo el dramatismo de que ha carecido la insulsa liguilla de Primera División. Al 1–0 de ventaja con que los oaxaqueños viajaron el sábado a la frontera correspondió el juarense Enríquez colgando del ángulo un tiro libre en tiempo de descuento (95’). El alargue fue igual de cardíaco: gol de Rodrigo Prieto a los 113, y justo al final, tira–tira en el área juarense y puntapié empatador de Alan Cervantes, para consternación del respetable. La victoria de Alebrijes llegó en penales (4–2). ¡Y con puros mexicanos en la cancha! Mensaje implícito para los dueños del balón.

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