La primera mitad del siglo XX produjo cantidades de conocimiento con un frenesí que quizá la humanidad no había presenciado y se cuestionaron siglos de información, de teorías y verdades absolutas para producir nuevos paradigmas. De igual manera, el arte, la literatura, el cine vieron un desenvolvimiento fundamental que trajo como consecuencia lo que algunos han llamado la novela moderna, o el arte abstracto o el cine de autor. En dos de mis áreas predilectas: la historia de México –especialmente el ámbito prehispánico y el colonial– y la literatura, vemos que la producción fue sumamente diversa, contestataria y riquísima. Conceptos como vanguardia, literatura nacional, indigenismo –tanto a nivel histórico como literario–, cultura, cosmovisión, Mesoamérica, nacionalismo, México, danzaban de un lado al otro de manera que se produjeron tertulias en salones, cafés y salas de exposición; ciclos de conferencias donde se discutían conceptos y se debatían ideas; recitales en donde se vertían poemas y se destruían viejos metros o se asumían de la misma manera. Puedo imaginar las conversaciones en uno de esos eventos, auténticos debates pletóricos de convicción, o los posibles desencuentros entre intelectuales que no pocas veces terminaron en golpes y hasta balazos. Fascinante sin duda esa etapa.
Estas reflexiones me vienen, pues en recientes fechas he escuchado y leído ciertos debates tanto en conferencias como en publicaciones de facebook –con la poca seriedad que eso implica– donde se están cuestionando conceptos elevados a dogma, como “Mesoamérica”, “cosmovisión”, “cultura”. Por otro lado, la noticia de que en este año se cumplen 90 del surgimiento de lo que se le ha denominado la Generación del 27 en España, movimiento que influenció de manera de decisiva a las letras de nuestro país. Ambas circunstancias, tanto la organización y sistematización del conocimiento que se estaba generando desde las exploraciones a zonas arqueológicas tan emblemáticas como Teotihuacan, Monte Albán o Palenque, junto con los enconados debates que se verificaron en torno a la literatura y al arte mexicanos, que debían dar cuenta de lo nacional y llevar lo “mexicano” a los nichos de lo universal, todo ello dirigió estos esfuerzos hacia el mismo lugar: la construcción de un discurso nacionalista derivado del poder que, de forma vertical se imponía desde la hegemonía surgida de los grupos triunfantes de la Revolución Mexicana. Como comenta Fernando Vizcaíno en su libro El Nacionalismo Mexicano en el contexto de la globalización, “…en muchos países, quizá a causa de la tradición autoritaria y centralista, o por la pobreza de la provincia y de las minorías, el nacionalismo casi siempre fue un instrumento exclusivo del Estado”.
Algunas de las letras en nuestro país lo mismo que el cine, al menos en los años posteriores a la Revolución, se plegaron hacia la construcción de escenarios y estereotipos nacionales en un endiosamiento de ciertos personajes de lo nacional, como el charro, el indígena o el revolucionario; en contraparte, hubo grupos que decidieron evitar caer en estos estereotipos y vieron en el surrealismo de la Generación del 27 y de las vanguardias precedentes como el ultraísmo, el dadaísmo, el cubismo y el creacionismo chileno su vía de expresión. El debate se enconó y al final se impuso, al menos en el discurso de lo “oficial”, la literatura de la Revolución pese a que vemos tintes fundamentales de vanguardia en obras como El Luto Humano (1943), de Revueltas, o en la maravillosa Al Filo del Agua (1947), de Agustín Yáñez. Rica en verdad la producción de esos años. No obstante, como señala Manuel Vilas en un reportaje del diario español El País “Se cumplen 90 años de aquel lejano 1927 en que unos jóvenes poetas se reunieron en Sevilla para homenajear a don Luis de Góngora. Tal vez atacada de alguna aluminosis posmoderna, la exitosa generación del 27 es un edificio histórico que necesita reformas. Una de las reformas sociológicas más demandadas en la actualidad pasa por la incorporación de las mujeres que convivieron con los nombres clásicos de esa generación, cuyo canon lo componen Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego.
Son ocho poetas, todos varones, ni una triste mujer en la nómina”. En efecto, está en orden la reflexión sobre las teorías, sobre el patrimonio y sobre la concepción artística y literaria. La constante sucesión de congresos y coloquios en estos aspectos –como el que se efectuará en Mérida en octubre sobre el patrimonio de Yucatán– confirma la inquietud que comento. Es imprescindible, pienso, que tal discusión sea en foros establecidos para ello, en coloquios, congresos y reuniones académicas; de igual manera, en publicaciones científicas y de divulgación, a partir de reflexiones sesudas y con sustento científico y no debe responder a modas o caprichos individuales. No basta con lanzar improperios y críticas –o loas, también del otro lado viene– en redes sociales; tampoco basta decir que una categoría o concepto están mal para que lo estén automáticamente, es necesario argumentar de manera seria y de preferencia, hacerlo con una propuesta equiparable, tal vez con aquella que se cuestiona. Vengan los cambios pues, que son la esencia de la construcción del conocimiento.