Los daños causados por el sismo del pasado 19 de septiembre han despertado muy aceptables sentimientos y acciones de la gente para ayudar. Las colectas de víveres y enseres para paliar el sufrimiento de las personas afectadas no tienen antecendente. Miles, millones de personas en todo el país y el extranjero incluso se han volcado a tratar de asistir de una u otra forma a los conciudadanos en desgracia. Sin embargo, esta ayuda no tiene concierto y es muy seguro que hay un derroche de recursos que de hacerse adecuadamente podría ayudar a resolver los problemas más acuciantes.
En los pueblos se puede apreciar la llegada de muchos vehículos con los bienes para la ayuda, pero se ha visto que esto no siempre es algo positivo, por más buena voluntad que esté implícita en ello. Las personas reciben cosas en exceso, muchas que no le sirven ni le servirán; y, por el contrario, lo que verdaderamente les hace falta no les llega. La mayor parte de las personas afectadas lo que necesita es un techo, y esa carencia no se está resolviendo adecuadamente, porque no es posible hacerlo de la manera en que ocurre.
Es preciso que la representación social, que hoy es el gobierno estatal, actúe en la dirección correcta, pero no se aprecia que esté en condiciones de hacerlo. La sociedad quiere ayudar pronto y mucho, pero no confía en el gobierno para darle sus donativos. Esta afirmación es triste pero incontrovertible.
En Oaxaca, por ejemplo, el socialmente acreditado pintor Francisco Toledo convocó a la gente a que haga depósitos en una cuenta de cheques, dinero cuyo destino él mismo garantizará en su ejecución. Bueno sería que en Puebla contáramos con una figura equivalente para poder dar cauce a esta feliz avalancha de ayuda.
Esperemos que en las próximas horas o días haya alguna organización que ofrezca entrar a las tareas de reconstrucción y dé la certeza social para publicar un número de cuenta en la que los ciudadanos tengan la certeza de que su dinero contribuirá a dar un sentido concreto y útil al concepto de solidaridad.